Mucho antes de convertirse en el pulmón verde de Madrid y punto de encuentro para los deportistas que salen a correr o andar y confluyen con los turistas que lo visitan, el actual Parque del Retiro albergaba uno de los complejos palaciegos más grandes del Madrid barroco: el Palacio del Buen Retiro. Fue ideado por Felipe IV hace muchos muchos años, tanto como que tenemos que retrotraernos al siglo XVII, en la década de 1630. Este conjunto monumental no fue diseñado como residencia oficial ni centro de gobierno, sino como un espacio de recreo para el monarca, en uno de sus múltiples espacios ‘vacacionales’. Situado entonces a las afueras de la ciudad, el Retiro se pensó como un oasis alejado del bullicio cortesano, donde el rey pudiera descansar, rodeado de arte, naturaleza y entretenimiento, en una muestra de lo diferente que era ese Madrid al actual.
Felipe IV, gran mecenas del Siglo de Oro, convirtió el lugar en un escaparate del poder real y del esplendor cultural de su tiempo. Allí se alzaban fastuosos jardines, estanques, salones para recepciones y representaciones teatrales, además del célebre Salón de Reinos, concebido para exaltar la gloria del monarca a través de la pintura y la simbología imperial. Este espacio, uno de los grandes centros culturales de la época, albergaba obras de artistas como Velázquez, Zurbarán o Maíno, en un programa artístico cuidadosamente diseñado para consolidar la imagen del rey como soberano victorioso y gran referente del orden católico.
Aunque el interior del palacio estaba decorado con tapices, sedas, muebles refinados y ornamentos en metales preciosos, su construcción se basó en materiales modestos, como ladrillo y madera. Esta elección hizo que, con el paso del tiempo, el conjunto comenzara a mostrar signos de deterioro.

Una joya decadente
La decadencia del palacio se aceleró a finales del siglo XVIII, pero fue durante la ocupación napoleónica cuando sufrió su ruina definitiva. De hecho, es un símbolo de estas fechas tan importantes para Madrid por lo sucedido casi dos siglos después de su construcción. Y es que en 1808, en los días previos al Alzamiento del 2 de mayo, el ejército francés convirtió el Retiro en un enclave estratégico, transformando los edificios palaciegos en cuarteles, almacenes y posiciones defensivas. La guerra provocó daños irreparables en las estructuras, y buena parte del patrimonio fue saqueado o perdido.
Tras la contienda, del esplendor del Palacio del Buen Retiro apenas quedó rastro. Hoy solo subsisten dos edificaciones de aquel complejo: el Casón del Buen Retiro, hoy vinculado al Museo del Prado, y el Salón de Reinos, actualmente objeto de un ambicioso proyecto de rehabilitación que vuelva a darle a ese lugar, entonces sede de uno de los centros del arte más llamativo de la époica, una pequeña parte del resplandor que tuvo.
Es por todo esto que mencionamos por lo que pasear por el Parque del Retiro es, sin saberlo, caminar sobre los restos de un palacio que en su día sirvió de refugio al monarca más amante del arte de la dinastía de los Austrias. Y que, con la llegada de la invasión francesa y el estallido del 2 de mayo, vio esfumarse para siempre su antiguo esplendor. Pero que muestra cuál era el nivel de vida de los monarcas del Siglo de Oro, y hasta donde llegaba su poder.