La carrera por traducir la Biblia a todas las lenguas del mundo antes de 2033

Organizaciones cristianas recurren a la inteligencia artificial para acelerar una tarea histórica: llevar el texto bíblico a los cerca de 7.000 idiomas vivos del planeta, incluidos aquellos sin tradición escrita ni presencia digital

'La adoración de los Reyes Magos', cuadro de Rubens
'La adoración de los Reyes Magos', cuadro de Rubens

La Biblia es, desde hace siglos, el libro más traducido de la historia. Está disponible íntegramente en más de 750 lenguas, una cifra sin parangón en la historia editorial y religiosa de la humanidad. Aun así, para las organizaciones cristianas dedicadas a la evangelización ese logro sigue siendo insuficiente. El objetivo que se han fijado ahora es más ambicioso: que todas las lenguas vivas del planeta —unas 7.000— tengan al menos una parte de la Biblia traducida antes de 2033. Para lograrlo, han recurrido a una herramienta inesperada para una misión espiritual: la inteligencia artificial.

La traducción bíblica siempre ha sido un proceso lento, complejo y cargado de implicaciones teológicas. El Antiguo Testamento ronda las 600.000 palabras y el Nuevo Testamento está escrito en un griego impreciso, lleno de ambigüedades. Cada elección léxica importa. Basta un ejemplo clásico: algunas traducciones describen a María como una “joven”, otras como una “virgen”, dos términos con consecuencias doctrinales profundas. Durante siglos, además, traducir la Biblia fue peligroso. En la Edad Media, quienes la vertían a lenguas vernáculas podían ser acusados de herejía y ejecutados. La Reforma alivió ese riesgo, aunque no redujo la dificultad técnica del trabajo.

La Biblia más antigua del mundo
La Biblia más antigua del mundo

15 años por lengua

Hasta finales del siglo XX, el modelo dominante era casi artesanal. Organizaciones como Wycliffe estimaban en 1999 que harían falta 150 años para iniciar proyectos de traducción en todas las lenguas pendientes. El método consistía en enviar misioneros al extranjero, aprender el idioma local desde cero y traducir el texto bíblico con ayuda de hablantes nativos. Incluso cuando se empezó a trabajar con lingüistas locales, completar la Biblia entera llevaba alrededor de 15 años por lengua.

La llegada de los grandes modelos de lenguaje ha alterado radicalmente ese horizonte. Con apoyo de inteligencia artificial, producir una traducción cuidada del Nuevo Testamento podría llevar unos dos años, y del Antiguo Testamento alrededor de seis. Gracias a ese salto tecnológico, las organizaciones misioneras se han marcado una fecha concreta: 2033, simbólicamente vinculada a los dos mil años de la muerte y resurrección de Cristo según la tradición cristiana. La coalición IllumiNations, que agrupa a varias agencias de traducción bíblica, asegura que ya se ha alcanzado más de la mitad del objetivo. En la última década ha recaudado cerca de 500 millones de dólares para financiar este esfuerzo.

El giro tecnológico tiene un origen claramente secular. En 2022, Meta, la empresa matriz de Facebook e Instagram, liberó bajo licencia abierta un modelo de traducción automática diseñado para mejorar servicios web en unas 200 lenguas, con especial atención a idiomas de África y Asia. Para las organizaciones cristianas, aquel lanzamiento fue casi providencial. Una herramienta creada con fines comerciales podía adaptarse a un uso sagrado: acelerar la traducción de la Biblia a idiomas históricamente ignorados por la tecnología.

El reto, sin embargo, no es trivial. Muchas de estas lenguas son lo que la industria llama low-resource languages, idiomas con escasos o nulos textos digitales disponibles. “No basta con introducirlos en ChatGPT y esperar un resultado útil, porque el modelo nunca ha visto nada de esa lengua”, explica Daniel Whitenack, científico de datos implicado en estos proyectos, en una entrevista en The Economist. En esos casos, los propios traductores deben generar material desde cero, traduciendo manualmente fragmentos bíblicos para entrenar y ajustar el modelo. Jeff Webster, de la organización Seed Company, lo describe como una búsqueda del “santo grial”: encontrar la cantidad mínima de textos paralelos necesarios para obtener traducciones fiables.

El uso de inteligencia artificial también suscita reparos dentro del mundo cristiano. Algunos creyentes temen que una tecnología automatizada suplante el papel del Espíritu Santo en una tarea considerada sagrada. Los defensores del proceso responden que la IA no sustituye al discernimiento humano. Las traducciones pasan por múltiples revisiones gramaticales, sintácticas y teológicas dirigidas por personas. El modelo propone, los traductores deciden.

Aun así, la creatividad sigue siendo imprescindible. La inteligencia artificial tiene dificultades con nombres propios, conceptos abstractos y metáforas culturales. Y también ocurre con las expresiones religiosas. “Aceptar a Jesús en el corazón” resulta comprensible en culturas donde el corazón es el centro de las emociones. Entre los awa o los rawa de Papúa Nueva Guinea, ese papel simbólico lo ocupan el hígado o el estómago. La traducción exige analogías locales que transmitan el mismo significado espiritual.

La urgencia de esta carrera tiene varias capas. Para algunos cristianos, es escatológica: creen que Cristo regresará cuando la Biblia esté disponible en todas las lenguas. Para otros, se trata de un deber misionero clásico, una extensión natural del mandato evangelizador. El efecto colateral es tecnológico. Llevar la Biblia a nuevas comunidades implica también llevar modelos de lenguaje adaptados a idiomas que hasta ahora estaban ausentes del mundo digital. El esfuerzo promete beneficios no solo espirituales, sino también culturales y tecnológicos, al dotar a lenguas minoritarias de recursos que podrían servir para educación, preservación lingüística y acceso a la información.

Así, una herramienta nacida en Silicon Valley se ha convertido en aliada de una de las empresas culturales más antiguas del mundo. La traducción de la Biblia, una tarea que durante siglos exigió décadas de trabajo humano, entra ahora en una nueva fase. El resultado podría transformar tanto la difusión del cristianismo como el mapa lingüístico de la inteligencia artificial global.

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