Vivarium no necesita monstruos ni mundos futuristas para provocar angustia. Su poder reside, precisamente, en pervertir lo familiar. La película, dirigida por el cineasta irlandés Lorcan Finnegan, arrastra al espectador a una espiral de inquietud donde lo reconocible se convierte en una cárcel sin barrotes visibles. Y es que esta cinta, disponible en Prime Video solo mañana y también en HBO Max y Movistar Plus+, es una obra que utiliza la ciencia ficción como trampolín para hablar de los miedos más profundos de la vida moderna.
El punto de partida de Vivarium es tan sencillo como devastador. Una pareja joven, interpretada por Jesse Eisenberg e Imogen Poots, decide buscar una casa. Pero lo que parecía un paso lógico hacia la estabilidad se transforma en una condena. Y es que la urbanización de Yonder, donde se desarrolla la historia, es un lugar que parece surgido del delirio más meticuloso. Casas idénticas, cielos artificiales, colores sin variación y vecinos que no existen. El sueño suburbano convertido en pesadilla kafkiana.
‘Vivarium’: entre Kafka, Orwell y Black Mirror
El término “vivarium” remite a un recinto donde se crían seres vivos en condiciones controladas. Esa metáfora, en la película, se hace carne. Desde el momento en que los protagonistas entran en Yonder, el entorno se vuelve cada vez más opresivo. Calles infinitas, imposibilidad de escapar y un niño extraño que deben criar como si fuera suyo son los ingredientes de una fábula que recuerda tanto al horror burocrático de Kafka como a la distopía de Orwell y a los escenarios de Black Mirror.
Pero Vivarium no es solo una película de concepto. Su fuerza está en los detalles: en la sonrisa forzada del agente inmobiliario, en la comida empaquetada que aparece sin explicación, en el silencio abrumador que lo cubre todo. Cada plano parece calculado para incomodar. Y en ese sentido, la cinta logra lo que pocas películas contemporáneas de ciencia ficción alcanzan: perturbar desde lo visual, desde la simetría enfermiza, desde la repetición vacía.

Más allá del terror psicológico y de las referencias literarias, Vivarium es también una crítica feroz a la vida moderna. El sistema de vida que propone la sociedad actual —una casa en propiedad, una familia, una rutina estable— es retratado aquí como una trampa. Una prisión con jardineras perfectas y fachadas recién pintadas. Y es que el filme de Finnegan, sin necesidad de panfletos, se pregunta cuántas de nuestras decisiones se toman realmente en libertad. ¿Cuánto hay de programación social, de destino aceptado con una sonrisa?
En este sentido, la película recuerda al mejor cine distópico de los años setenta. Pero con una estética pulcra y aséptica que multiplica su capacidad de inquietar. Todo es demasiado perfecto, demasiado simétrico, demasiado limpio. Y por eso mismo, tan aterrador.