La carrera de Rosalía ha sido, desde sus inicios, una constante huida hacia adelante. Una búsqueda artística que nunca se acomoda, que se reinventa, que desafía las expectativas de la industria. Tras el fenómeno global que supuso Motomami en 2022, la artista catalana vuelve a romper el molde con Lux, su cuarto álbum de estudio, que verá la luz el 7 de noviembre de 2025. Un proyecto ambicioso, grabado junto a la London Symphony Orchestra, dividido en cuatro movimientos y que promete ser la obra más compleja, espiritual y arriesgada de toda su trayectoria.
Un nuevo lenguaje sonoro
En Lux, Rosalía abandona definitivamente los códigos del pop urbano que la llevaron a la cima. Lo que emerge ahora es una sonoridad híbrida entre lo clásico y lo experimental, un territorio que parece situarse más cerca del arte sonoro que de la radiofórmula. La artista se ha aliado con Daníel Bjarnason, compositor islandés conocido por sus trabajos con orquestas sinfónicas, para dar forma a un álbum en el que los violines, los coros y las armonías barrocas conviven con texturas electrónicas y capas vocales imposibles.
El primer adelanto, Berghain, funciona como una declaración de intenciones. El tema, que cuenta con la colaboración de Björk y Yves Tumor, se adentra en el terreno del art pop más arriesgado. Combina orquestación clásica, electrónica ambiental y un uso de la voz casi litúrgico. La canción, interpretada en tres idiomas —español, inglés y alemán—, evoca la tensión entre el deseo y la redención. Su título, tomado del icónico club berlinés, sirve como metáfora de un templo profano donde el placer y la fe se entrelazan.
El significado detrás de ‘Lux’
El título del disco no es casual. “Lux” significa “luz” en latín. Todo en este proyecto gira en torno a la idea de la iluminación, la transformación y la trascendencia. Según la información oficial, Rosalía ha concebido el álbum como una experiencia mística dividida en cuatro movimientos, que simbolizan el viaje espiritual de la artista a través de la pérdida, la tentación, la fe y la revelación.

En su portada, la cantante aparece vestida de blanco, en una estética que combina lo sacro y lo pop, con reminiscencias a la imaginería religiosa del Renacimiento. Ese diálogo entre lo terrenal y lo divino atraviesa toda la propuesta. Las letras, los vídeos y la puesta en escena. Berghain ya nos adelantó algunos de esos símbolos —la manzana, el rosario, el ciervo herido— que apuntan a la eterna lucha entre la pureza y el deseo, la oscuridad y la luz.
Este discurso no es nuevo en Rosalía. Pero Lux lo eleva a un plano más universal y abstracto. Si en Motomami exploraba la identidad femenina desde lo íntimo y lo contemporáneo, ahora la artista parece mirar hacia lo trascendente, hacia un tipo de espiritualidad laica que conecta con lo ancestral.
El álbum más ambicioso de Rosalía
En una entrevista reciente, Rosalía explicó que Lux debía escucharse “como una obra completa, de principio a fin”. No es un disco de sencillos sueltos, sino una construcción narrativa. Cada movimiento está pensado para generar una atmósfera distinta. Desde la introspección inicial hasta la explosión final, que promete cerrar el álbum en un tono de catarsis.
La edición física incluirá 18 canciones, aunque la versión digital contará con 15. Entre los colaboradores confirmados se encuentran nombres tan diversos como Sílvia Pérez Cruz, Carminho, Estrella Morente o la Escolanía de Montserrat. Todos ellos apuntalan esa idea de un proyecto coral, en el que lo espiritual y lo humano se entrelazan a través de distintas voces y tradiciones.

Lux ha sido grabado entre Londres, Barcelona, Reikiavik y Ciudad de México. El uso de orquestas sinfónicas, coros y múltiples idiomas refuerza su ambición global. Es un trabajo que parece más pensado para los teatros que para los festivales. Una apuesta arriesgada, sin concesiones, que confirma a Rosalía como una de las artistas más impredecibles de su generación.
La ruptura con el pasado
Cada era de Rosalía ha implicado una ruptura con la anterior. Los Ángeles (2017) fue una carta de amor al flamenco más puro. El mal querer (2018) convirtió la tradición en una arquitectura sonora vanguardista. Y Motomami (2022) llevó el pop experimental a las masas. Lux representa, por tanto, un cuarto cambio de piel. Un salto hacia la música conceptual, donde las canciones se piensan como movimientos de una sinfonía más que como productos comerciales.
Críticos como los de Pitchfork o Rolling Stone ya han apuntado que Lux podría situarla en una nueva liga, cercana a artistas de culto como Kate Bush, Laurie Anderson o la propia Björk. Un territorio donde la búsqueda artística pesa más que el éxito inmediato.

Este nuevo rumbo también puede entenderse como una respuesta a su propia fama. Tras años de exposición mediática, Rosalía parece refugiarse en un espacio más introspectivo y controlado, donde el ruido exterior no determine su proceso creativo. La apuesta por el sinfonismo, los coros y la imaginería espiritual no solo es estética: es también una declaración de independencia frente a la industria.


