A sus 20 años, Sofia Isella se ha convertido en una de las voces más incómodas y comentadas de la nueva música alternativa que circula por Instagram y TikTok. Su irrupción no se explica solo por un sonido reconocible, a medio camino entre el post-punk, el spoken word y el piano áspero, sino por una decisión consciente de cómo presentarse ante el mundo. Isella es normativa en términos de belleza hegemónica, lo sabe y lo nombra, y precisamente por eso se permite dinamitar las expectativas. Aparece con el pelo sucio, la ropa arrugada y manchada: una presencia y una forma de moverse a la que no estamos acostumbrados. No como gesto descuidado, sino como declaración política: la estética no es una obligación ni la única vía para que una mujer sea escuchada.
En un ecosistema digital donde la validación sigue pasando por la deseabilidad, Sofia Isella hace del rechazo a esa lógica su punto de partida. Sus vídeos no buscan seducir ni tranquilizar. Miran de frente, incomodan, se sostienen en letras que funcionan como pequeñas descargas de furia lúcida. Esa furia conecta con una genealogía clara. En sus canciones resuenan ecos de Courtney Love, de Fiona Apple, de la poesía confesional de Sylvia Plath y Anne Sexton. Una rabia femenina antigua, reconocible, que vuelve a encontrar cuerpo en una generación que ha aprendido a nombrar la violencia simbólica con precisión quirúrgica.
La canción que la ha convertido en fenómeno viral, Doll People, condensa buena parte de ese discurso. Sobre un piano delicado que contrasta con la dureza del mensaje, Isella canta: “We are paintings with legs / We are art you can fuck”. La frase funciona como espejo brutal de cómo la cultura patriarcal ha reducido históricamente a las mujeres a objetos estéticos, cuerpos disponibles, obras sin voz. No hay metáfora amable ni ironía suave. Hay una acusación directa que señala el núcleo del problema: la cosificación como forma cotidiana de relación entre masculinidad y feminidad.
“The doll people are not men / They are made of ass and glass / Our skin is clay and painted blue / Our head can detach / We are statues with a pulse / We are art you can fuck”, comienza la canción. Doll People no habla solo de cómo se mira a las mujeres, habla de quién tiene permiso para mirar sin consecuencias. La letra construye una crítica frontal a una masculinidad educada en la impunidad, convencida de que el deseo justifica el abuso, el comentario, el uso del cuerpo ajeno. Sofia Isella no adopta el tono didáctico ni el manifiesto explícito. Su feminismo opera desde la incomodidad, desde la repetición de una verdad que se vuelve insoportable de escuchar porque es demasiado reconocible. Las mujeres como muñecas, como arte con piernas, como algo destinado a ser consumido y descartado.
Ese gesto se amplifica cuando se observa cómo la artista encarna su propio discurso. Isella ha explicado en entrevistas que una de las frases más incomprendidas de su repertorio es “I get away with so much shit cause you think I’m hot” (“Me libro de muchas cosas porque la gente piensa que estoy buena”). La sentencia señala una trampa conocida: la belleza funciona como salvoconducto, permite transgresiones, suaviza juicios y anestesia críticas. Al visibilizarlo, Isella desactiva el mecanismo. No se apropia de ese privilegio para capitalizarlo, lo expone como síntoma de un sistema enfermo.
Su propuesta estética acompaña esa operación política. El descuido aparente, la suciedad, el gesto de quitarse los pantalones en el escenario durante Above The Neck no buscan provocar desde la sexualización, sino desde la ruptura del contrato implícito entre artista mujer y espectador. No hay complacencia, no hay oferta de fantasía. Hay un cuerpo que se mueve fuera del marco de lo deseable y que obliga a replantear la mirada. La pregunta que queda flotando no es si gusta o no, sino por qué debería gustar para ser válida.
En redes sociales, su música ha encontrado un público joven que reconoce en esas letras una traducción precisa de su propio hartazgo. Canciones como Everybody Supports Women o Hot Gum funcionan como consignas cantadas, piezas breves que circulan acompañadas de testimonios, de relatos de violencia cotidiana, de ironías compartidas. Isella no huye de lo político, lo asume como núcleo creativo. De hecho, ha contado que uno de los peores consejos que recibió fue “no seas política”. En su caso, la política es una forma de mirar el mundo y de escribir desde él: lo personal es político.
Doll People conecta con una conversación más amplia sobre el feminismo contemporáneo. No plantea la emancipación desde la corrección ni desde la perfección moral. La rabia que atraviesa la canción es sucia, contradictoria, cansada. No pide perdón ni busca consenso. Se limita a decir lo que muchas prefieren callar para no incomodar. Esa es, quizá, su mayor potencia: en Everybody supports women critica también la falsa sororidad: “Todo el mundo apoya a las mujeres hasta que una mujer lo hace mejor que tú / Todo el mundo quiere que te quieras a ti misma hasta que realmente lo haces / Era algo relacionado con su pelo, tan perfectamente peinado / Era agradable, inteligente y divertida, y conseguía todo lo que quería / Y hace obras de caridad, ¿no es eso lo más odioso que has oído? / Su popularidad… es demasiado guapa para su propio bien / Probablemente sea egocéntrica, la odiamos, no es nada / Si todo el mundo la abandona, se lo tiene merecido”. La canción continúa diferenciándose del “resto de chicas”: “Me burlo de ella porque no soy como ella / No soy como esas chicas que no son como esas chicas”.
Escuchar a Sofia Isella implica aceptar ese malestar. Implica dejar de mirar esperando belleza y empezar a escuchar lo que se dice cuando una mujer decide no gustar. “Doll People” no ofrece alivio ni consuelo. Ofrece una grieta. Y en esa grieta, precisamente, se abre la posibilidad de pensar de otra manera la relación entre cuerpo, arte y poder.

