El fútbol femenino atraviesa su momento de mayor expansión. Crecen las competiciones, se multiplican los partidos, aumentan las audiencias y las inversiones acompañan ese impulso. Sin embargo, el éxito también tiene un reverso incómodo. La acumulación de encuentros y la escasez de descansos han destapado un problema estructural que ya no puede ocultarse: un calendario cada vez más saturado que empieza a pasar factura a las futbolistas.
Ante este escenario, Inglaterra ha optado por frenar antes de romper. Mientras otras ligas siguen añadiendo compromisos, la Women’s Super League (WSL) ha decidido reordenar su calendario, introducir reformas para proteger la salud de las jugadoras y avanzar en la profesionalización del campeonato. Una apuesta valiente que convierte al modelo inglés en un espejo incómodo y revelador para el resto de competiciones europeas, incluida la española.
Demasiados partidos, poco margen
La saturación competitiva se ha convertido en una de las principales amenazas para el fútbol de élite. La ampliación de la UEFA Women’s Champions League, el crecimiento de las ligas nacionales y la creciente exigencia del calendario internacional han ido estrechando el margen de maniobra hasta dejarlo al límite.
En Inglaterra, el problema se ha hecho especialmente visible en los clubes con presencia europea. Chelsea, Arsenal o Manchester United enlazan semanas de máxima exigencia entre liga, Champions, compromisos internacionales y competiciones domésticas, con apenas tiempo para recuperar. El resultado es una temporada comprimida, asfixiante, en la que el descanso y la planificación pasan a un segundo plano.

Conscientes de que este modelo no era sostenible a medio plazo, los dirigentes de la WSL decidieron actuar. A partir de la temporada 2026/2027, los clubes ingleses que disputen la Champions quedarán fuera de la Copa de la Liga, una medida inédita que busca reducir la carga de partidos y colocar el bienestar de las futbolistas en el centro de la planificación.
Las jugadoras expresan su malestar
Las críticas al calendario ya no son casos aislados ni quejas individuales. Cada vez más futbolistas, en España y fuera de ella, están señalando un problema: la acumulación de partidos ha superado los límites razonables de carga física y mental.
En nuestro país, el malestar se ha hecho especialmente visible en el FC Barcelona, uno de los equipos más castigados por la acumulación de compromisos entre Liga F, Copa, Champions League y selección. La sensación de competir sin pausas reales se repite en los discursos de sus jugadoras. Alexia Putellas ha advertido que el calendario actual “no deja margen para desconectar ni para recuperar”, mientras que Irene Paredes ha señalado que el aumento de partidos no siempre va acompañado de mejoras estructurales, lo que acaba generando un desgaste que afecta tanto al rendimiento como a la duración de las carreras deportivas.
La lesión de Aitana Bonmatí durante la concentración de la selección española para la final de la Nations League ante Alemania volvió a encender las alarmas. La centrocampista del FC Barcelona, una de las futbolistas con más minutos acumulados entre club y selección, se vio obligada a parar tras una sucesión casi ininterrumpida de partidos. Más allá del contratiempo individual, su baja se interpretó como un nuevo aviso sobre el desgaste que sufren las jugadoras de élite y ha reabierto el debate sobre la necesidad de una planificación más sostenible.

El debate trasciende el ámbito nacional. En Inglaterra, internacionales como Lucy Bronze han defendido públicamente la necesidad de proteger los tiempos de descanso. La defensora ha reconocido que el calendario “empuja a las jugadoras al límite” y ha valorado que la WSL empiece a tomar decisiones con una mirada a largo plazo. Desde Estados Unidos, referentes como Alex Morgan también han alertado del riesgo de normalizar calendarios sobrecargados y han insistido en que la visibilidad y el crecimiento del fútbol femenino no pueden construirse sacrificando la salud de las futbolistas.
Este coro de voces dibuja una realidad compartida: las jugadoras no cuestionan el crecimiento del fútbol femenino, sino la manera en que se está gestionando.
Profesionalizar también es cuidar
Mientras el debate se centra en el calendario, Inglaterra ha dado un paso decisivo también fuera del césped. A partir de la temporada 2025/2026, la WSL y la WSL2 (primera y segunda división inglesas) han implantado un salario mínimo obligatorio para todas sus futbolistas profesionales, una medida que refuerza la profesionalización real del campeonato.

El objetivo es claro: que ninguna jugadora de primera o segunda división tenga que compaginar su carrera deportiva con otro empleo para poder subsistir. Más allá del impacto económico, esta estabilidad permite una dedicación plena al fútbol y envía un mensaje de fondo: mejorar las condiciones laborales no solo dignifica la profesión, también protege la salud y alarga las carreras deportivas.
Dos modelos, un mismo reto
La comparación entre Inglaterra y España va más allá del número de partidos y entra de lleno en una cuestión de enfoque. La Women’s Super League ha optado por una estructura más compacta y por decisiones preventivas que buscan proteger el descanso de las jugadoras y garantizar la sostenibilidad del proyecto a medio y largo plazo.
En España, la Liga F Moeve ha avanzado con rapidez en visibilidad y profesionalización, pero sigue acumulando críticas por un calendario extenso, una elevada carga competitiva y una planificación que muchas futbolistas consideran insuficiente. El contraste con el modelo inglés no plantea una rivalidad, sino un debate necesario sobre cómo crecer sin poner en riesgo a las jugadoras y sobre qué tipo de fútbol femenino se quiere construir en el futuro.
Inglaterra ha entendido que el crecimiento del fútbol femenino solo es sostenible si pone a las jugadoras en el centro. El reto ahora es si el resto de ligas, incluida la española, están dispuestas a aprender la lección antes de que el calendario vuelva a pasar factura.


