Durante mucho tiempo, el nombre de Alemania ha simbolizado para el fútbol femenino español un desafío casi insuperable. Hablamos de una selección acostumbrada a conquistar Europa y el mundo, con un palmarés que impone y una autoridad deportiva que durante años cortó cualquier intento español de derribarla. España convivió con esa sombra hasta 2025, incapaz de derrotarla en un partido oficial. hasta que llegó el día en que Aitana Bonmatí, en una prórroga inolvidable de semifinales de la Eurocopa en Zúrich, rompió con décadas de frustración. Aun así, el pasado pesa: el historial directo sigue estando claramente inclinado del lado alemán.
La Nations League se presenta ahora como el siguiente episodio de esta relación marcada por la rivalidad y la estadística. El título se decidirá a doble encuentro: la primera batalla se librará el 28 de noviembre en el Fritz-Walter-Stadion de Kaiserslautern, y el desenlace llegará el 2 de diciembre en el Cívitas Metropolitano, donde la afición ya ha agotado decenas de miles de localidades. Será la tercera vez en seis años que ambas naciones se cruzan en una gran competición, con una novedad rotunda respecto al pasado reciente: Alemania conserva el peso de su tradición, pero la selección que llega como vigente campeona del mundo es España.

Del dominio germano a la respuesta
Para entender por qué el triunfo de España en semifinales de la Eurocopa supuso un punto de inflexión, es necesario recorrer los seis encuentros oficiales que han marcado la relación entre ambas selecciones. Cada uno, desde 2011 hasta la semifinal europea en Zúrich, refleja cómo evolucionó el nivel competitivo de La Roja frente a un rival que durante más de una década impuso el ritmo y los desenlaces.
El primer capítulo se escribió en 2011 en Motril, donde un 2-2 dio a España un impulso moral con sabor a rebeldía. Fue un empate celebrado casi como un triunfo, porque por primera vez el marcador no dictó el guion previsto. Sin embargo, la realidad se impuso con rapidez: en marzo de 2012, un 5-0 en Mannheim recordó que Alemania seguía varios escalones por encima y que el camino aún era largo.
El salto al escenario mundial llegó en 2019, en Francia, donde un partido muy disputado cayó del lado alemán por la mínima. Un solo detalle bastó para que el liderato de grupo quedara en manos germanas. Tres años después, en la Eurocopa 2022, Londres albergó otro golpe casi calcado: 2-0 y Alemania poniendo de nuevo el techo competitivo. España ya era candidata a crecer, pero el resultado volvió a frenar el impulso.
Los Juegos Olímpicos de París en 2024 añadieron dramatismo a la historia. España, vigente campeona del mundo, luchaba por una medalla olímpica que finalmente voló hacia Alemania tras un penalti. Otra ocasión perdida, otro marcador que alimentaba el guion conocido.
Y entonces llegó el 23 de julio de 2025, la fecha que transforma la cronología. En Zúrich, la semifinal de la Eurocopa se decidió en la prórroga con un gol que abrió una puerta cerrada durante décadas. Ese 0-1 quedó grabado como el primer triunfo español ante Alemania en competición oficial absoluta, la pieza que faltaba para reescribir la narrativa.

El balance estrictamente competitivo se resume en cuatro victorias para Alemania, una para España y un empate. Si se ampliara el registro con amistosos y enfrentamientos no oficiales, Alemania mantendría ventaja numérica, aunque la victoria de 2025 marca un antes y un después no estadístico, sino simbólico.
La hegemonía que ya es presente
El crecimiento de España no se resume en una sola victoria ni en un instante concreto; es el resultado de una transformación acelerada y sostenida en el tiempo. En apenas tres años, el equipo pasó de perseguir a las grandes potencias a instalase entre ellas. El Mundial conquistado en 2023 abrió un camino que continuó con la primera edición de la Nations League en 2024 y desembocó en una Eurocopa 2025 donde España se plantó en la final como candidata legítima, no como sorpresa.
El proyecto que llega a esta final de la Nations League 2025 es robusto y reconocible. Varias generaciones conviven en un mismo vestuario que ya no compite por ilusión, sino por obligación de grandeza. Entre Alexia Putellas y Aitana Bonmatí suman cinco Balones de Oro, un botín que evidencia el nivel de sus líderes. A su alrededor, nombres como Jenni Hermoso, Irene Paredes o las irrupciones de Vicky López y Fiamma Benítez completan un núcleo que combina experiencia, talento y personalidad competitiva.

Fuera del césped, el respaldo institucional y económico acompaña la progresión deportiva. Renovaciones de patrocinio a largo plazo, estadios llenos y audiencias récord reflejan un presente de éxito y un futuro con bases sólidas. España ya no aspira a codearse con las mejores: forma parte de ellas.
Europa entre dos reinos
La final de la Nations League 2025 no es una final cualquiera. Para Alemania, el duelo llega con un matiz emocional evidente. Tras caer ante España en la Eurocopa 2025, un resultado que durante años parecía impensable, las alemanas buscan demostrar que aquel tropiezo no fue el inicio de su declive, sino un accidente competitivo. Ganar significaría recuperar autoridad, reafirmar que la jerarquía histórica todavía pesa y enviar un mensaje claro: en Europa, Alemania siempre vuelve.

Para España, en cambio, esta final es un examen de dominio. No basta con haber derribado el muro una vez; la verdadera consolidación pasa por demostrar que ese triunfo no fue un destello, sino un cambio estructural. Una victoria confirmaría que La Roja ya no corre detrás de nadie, sino que marca el ritmo.
El enfrentamiento se disputará a doble cita, un formato que añade tensión narrativa. La ida, en Kaiserslautern, será una visita a territorio hostil: graderíos curtidos en noches europeas, una afición que no olvida y un rival obligado a dar el golpe primero. La vuelta, unos días más tarde, en un Cívitas Metropolitano que se prevé repleto, promete convertirse en un escenario monumental para el fútbol femenino español. España llega con algo más que talento: llena estadios, rompe audímetros y ha convertido al equipo nacional en un fenómeno cultural que trasciende el deporte.

A todo ello se suma un detalle no menor: ambas selecciones llegan con generaciones potentes, estilos contrastados y entrenadores con caminos casi paralelos. Alemania apuesta por un fútbol físico, vertical, apoyado en nombres que llevan años compitiendo al máximo nivel. España, en cambio, construye desde la posesión, desde el pase, desde el ritmo que marca el centro del campo. Dos formas de entender el mismo juego, chocando en el mismo punto de la historia.
La rivalidad está viva, más equilibrada que nunca y con un componente emocional que convierte esta final en una bisagra temporal. Un resultado puede significar continuidad; el otro, ruptura definitiva. Alemania quiere demostrar que sigue mandando. España quiere demostrar que ya manda.
Y ahí se decidirá todo: si el gol de Aitana en Zúrich fue un capítulo aislado o el nacimiento de un imperio duradero.


