Amanda Lewis llegó reventada tras su turno nocturno en una residencia. El sol calentaba con ganas el jardín. Sus hijos, Adriana de siete años, y James, de seis, estaban embobados con los dibujos animados. Adriana tenía esa energía imparable de algunos niños: hiperactiva, demandante, pegada a su madre como una sombra. James era diferente: callado, un observador.
En el patio, la piscina redonda esperaba, tentadora. Nadie se metía sin un adulto, era la regla.
“Hoy no hay piscina” les dijo Amanda. “Tenemos que ir a comprar las cosas para el colegio”. Mientras Amanda peleaba contra el sueño, los niños entraban y salían de la casa.
Amanda estaba en el interior de la casa, dormida, cuando James entró y le dijo “¡Mamá, Adriana está en la piscina!”

Cuando Amanda abrió la puerta, vio a su hija boca abajo en el agua. Su cuerpo quieto, su piel pálida. Después todo pasó rápido: sacarla del agua, gritar su nombre, intentar revivirla, llamar al 911. “¡Vengan rápido, mi hija no respira!”.
Los médicos siguieron intentando que la chiquilla tomara algo de oxígeno y fue llevada en helicóptero al hospital. Adriana fue declarada muerta una hora después. La causa oficial: ahogamiento. Las autoridades lo tomaron como lo que parecía: un accidente, una infancia apagada por un descuido.

Esa tarde James no fue interrogado de inmediato. Se fue con Chuck, la pareja de su abuela. Un hombre con quien Amanda no se llevaba bien. Pasó un par de horas con él antes de que le llamaran para ir a comisaría, donde le sentaron frente a una cámara.
Ahí fue donde la historia dio un giro.
En la grabación, el niño de seis años, en shock, contó algo inesperado: que su mamá estaba allí y había hundido a su hermana en la piscina. No fue un accidente, sino un castigo.
“Mamá hundió a mi hermana” dijo con sus palabras de niño, una frase que luego resonaría en titulares y documentales.

Su relato era confuso. Cambiaba los detalles. Pero los investigadores empezaron a sospechar: un posible homicidio, contado por el único testigo.
Le pidieron que dibujara lo que vio. El dibujo, con figuras alrededor de la piscina y una línea uniendo a la madre con la niña en el agua, se usaría después en el juicio como prueba clave.
En el papel el niño escribió: “Ella lo hizo”.
De tragedia a crimen
Tras revisar el testimonio del niño y el informe forense, la fiscalía acusó a Amanda de asesinato y abuso infantil. Le ofrecieron un trato: declararse culpable de homicidio y aceptar diez años de cárcel. Ella se negó, insistiendo en su inocencia.

La autopsia de Adriana fue otra clave. El forense dictaminó que era un homicidio, mencionando moretones y detalles que, según él, concordaban con el relato del pequeño.
El juicio: un niño contra su madre
La sala era pequeña pero la tensión se podía cortar con un cuchillo. Amanda Lewis, de 27 años, se sentaba cerca de su hijo, el testigo principal. No se veían desde hacía meses.
James, ahora de siete años, entró con una camisa blanca y un chaleco negro. Se sentó en la silla, con los pies colgando. Le mostraron su dibujo: la piscina, la madre fuera de ella, la hermana adentro. Y la frase “Ella lo hizo”. La escena del niño interrogado mientras intentaba controlar el llanto, conmovió al jurado y al público. A pesar de su edad, el juez le consideró un testigo competente y su testimonio fue clave en la acusación.
“¿Quién es esta mujer?” preguntó el fiscal, señalando una figura.
“Es mi mamá” respondió el niño.
“¿Y qué está haciendo?”
“Matando a mi hermana”.

La sala se quedó en silencio. “Le ponía la mano en la cara” dijo, sin comprender que sus palabras podían encerrar a su madre de por vida. La línea que se veía en el dibujo era el brazo de su madre, hundiendo a la pequeña. Él también estaba en el dibujo, horrorizado ante la escena.
“Adriana hizo algo mal y mi madre le castigó”.
El doctor que atendió a Adriana declaró que la madre permaneció sin emoción alguna cuando le comunicaron que su hija había muerto. “Solo me preguntó por la máquina del café”.
Y una compañera del trabajo afirmó que Amanda le confesó que había ahogado a la niña porque “ella le había rayado el coche”.

La defensa argumentó que su versión no era fiable, recordando que había cambiado su historia, que era un niño de siete años. Y que inmediatamente después del suceso había pasado horas con un adulto que no quería a Amanda. También señalaron que el forense había sido criticado en otros casos y ya había sido destituido.
Pero el jurado no vio eso, o no lo suficiente. Culpable de asesinato y abuso infantil. Amanda Lewis fue condenada a cadena perpetua sin libertad condicional.
Dos historias paralelas
Con el tiempo surgieron otras voces. Abogados y activistas cuestionaron el interrogatorio a James: sin especialistas en menores, con preguntas tramposas, después de horas con un adulto que tenía una mala relación con Amanda. Señalaron que pasó una prueba de polígrafo y siempre mantuvo su versión: un accidente.

Hace tan solo una semana un juez ha admitido la revisión del caso, por “irregularidades procesales”. Amanda podría quedar en libertad.
James creció lejos de su madre, adoptado, con otro apellido. Tiene 24 años, es bombero y está casado. “Creo que mi madre biológica es culpable. Mantengo cada palabra que dije en el juicio”.
La historia sigue abierta. ¿Fue una tragedia o un crimen?


