Las víctimas olvidadas del sistema: mujer rural, migrante, mayor y joven

Cuatro mujeres y cuatro perfiles vulnerables. Rosalía, Nadia, Aura y Carmen, supervivientes de la violencia, narran las dificultades personales que afrontan determinados tipos de víctimas

Rosalía, Aura y Nadia cuentan las barreras que se encontraron a la hora de denunciar
KiloyCuarto

Rosalía (74 años), Nadia (20), Aura (46) y Carmen (53) son mujeres supervivientes de la violencia machista. Todas han sufrido o sufren discriminación múltiple por la falta de voluntad política para implementar políticas públicas que tengan en cuenta la situación personal de los grupos más vulnerables del sistema: mayores, migrantes, adolescentes y mujeres en entornos rurales. Sobrevivir cuando el sistema mira hacia otro lado. Lean.

Víctima mayor

Rosalía: 25 años de maltrato

Rosalía atiende nuestra llamada distraída, bolso y cartera en mano: “¡Justo iba a salir a hacer la compra! Bien apañadita, divina, me gusta decir a mí. Con la calma, que ya estoy mayor”. Tiene 74 años. Y salir a hacer la compra le resulta agradable desde hace un tiempo. “Me empodera. Puede resultarte extraño, pero es así. Ya puedo dirigir mi vida”.

Rosalía vivió 25 años de maltrato antes de denunciar
Cedida

Lo dice porque durante 25 años salir a hacer la compra podía ser sinónimo de una nueva paliza. Su maltratador, también marido y padre de sus dos hijos, vigilaba cada artículo de la cesta de la compra. Cada céntimo gastado. Incluso del dinero que Rosalía ganaba dignamente con su trabajo. “Él lo controlaba todo. Yo no era dueña de mis ingresos. Tampoco de mi vida, por supuesto”, recuerda.

Mujer maltratada en un contexto en el que la violencia machista “no existía”

Rosalía nació en 1951. Con apenas 26 años, en 1978 se casó con su maltratador: “Entonces, claro, no sabía lo que me esperaba. Tuvimos dos hijos. Las amenazas empezaron poco después del nacimiento del mayor. En aquellos años, por mucho que se hablase de Transición, todavía había muchas leyes franquistas. De la violencia de género no se hablaba. Era como si no existiera”.

Y a Rosalía no le quedó otra que normalizar que su marido la maltrataba: “Ni mi madre me creía. Yo no tuve una red de apoyo. No existían medidas de protección. ¿Una casa de acogida en los 80? Inimaginable”. Y luego estaban los niños: “Nos aisló. Y denunciar dejó de ser una opción. Él me decía que yo nunca me iría de esta casa a no ser con los pies por delante. Y empezó la dominación de cuchillos. Los cuchillos estaban todo el día por medio”.

“La violencia formaba parte de mi identidad”

Los años fueron pasando para una Rosalía cada vez más aislada. Su maltratador llegó a robarle el instinto de madre: “Llegó un momento en el que yo, lo único que quería, era irme. Porque lo único que quería era ser feliz. Y como en este mundo no lo era, pensé, quizá estuviese en otro. La única capacidad que me quedó a mí fue suicidarme. Y lo hice. Lo intenté hasta en cuatro ocasiones”.

La violencia ya formaba parte de su identidad. Rosalía cree, e insiste en ese “cree” porque su episodio de violencia fue tan extenso que no está segura ni de las fechas, que la primera vez que se planteó denunciar a su maltratador fue cuando el médico le dijo que de “una última no saldría con vida”.

Entonces tenía 58 años. Y su hijo mayor, ya en la universidad, le acompañó a comisaria: “Nos vamos de casa”. Y así fue. Sus hijos también habían normalizado la violencia. Pero el mayor, concretamente, cuenta Rosalía, fue el primero que intentó demostrar a su madre que lo que sucedía entre las paredes de su casa, no era “normal”.

Su maltratador murió antes de cumplir condena

Yo siempre terminaba justificando a mi maltratador. Porque, además, era una persona diabética. Y alcohólica. Asique sentía que él dependía de mi para seguir con vida. 25 años de maltrato son una vida de manipulación. De confusión”, reflexiona Rosalía.

Con 58 años, hasta los 60, se marchó de casa. Y vivió en una casa de acogida para mujeres maltratadas. Allí conoció a la Fundación Ana Bella: “Ellas también me salvaron. Porque yo hoy soy una mujer empoderada. Una superviviente que dirige su vida”.

Su maltratador nunca llegó a cumplir condena. El juicio se prolongó cinco años y murió poco después de conocerse su sentencia: le cayeron 9 meses de prisión por 25 años de maltrato.

Rosalía ahora mira hacia las víctimas más jóvenes: “Buscad ayuda. No creáis en el amor romántico. Ese falso amor fue lo que a mi casi me mata. Habrá un primer y un segundo y un tercer golpe. Denunciad”.

Víctima joven

Nadia: Conoció a su maltratador a los 15

Nadia, que ahora tiene 20 años, es una de esas jóvenes supervivientes a las que Rosalía, de haberse conocido antes, hubiese acompañado a denunciar a su maltratador. “Por suerte”, cuenta Nadia, “tuve a mi madre”.

Nadia conoció a su maltratador cuando tenía quince años
MIquel Muñoz / Shooting

Con 15 años conoció a su agresor. “Tenía ante mis ojos al ‘maltratador de manual’. Pero para mí, entonces, era un referente. Él tenía 22 años, trabajo y ojos solo para mí. Yo era una niña. Me hizo pensar que, lo normal, era no hablar con otros chicos. Que un golpe era mi merecido por haber chateado con un colega”. Nadia, con 15 años, no había conocido ninguna otra forma de amor en pareja.

“Fueron mi prima y mis padres los que me sacaron, casi a la fuerza, de esa relación de maltrato. Cuando vieron mis moratones en la espalda, las marcas en el cuello, no hubo vuelta atrás. Y, aun así, yo me enfadé con ellos. ¡Fíjate!”, Nadia ríe al otro lado del teléfono. Hoy, con 20, puede hacerlo. “Ya no me avergüenza contarlo porque ya no me castigo a mí misma. Tuve y tengo una red de apoyo que no todas tienen a su alrededor”.

“El sistema no está preparado para atender a las víctimas más jóvenes”

Aun así, Nadia, impulsada por su madre -que presentó la primera denuncia contra el entonces novio de su hija- vive con cierto miedo. El sistema judicial, insiste, no ayuda en absoluto a que su vida deje de estar marcada: “Sobre mi maltratador pesan unas 12 denuncias por maltrato. Se saltó la orden de alejamiento unas siete veces hasta que un juez le mandó a prisión preventiva. Pero vuelve a estar en la calle. Y yo, cuatro años después, vuelvo a tener miedo a caminar sola. Siempre mirando para atrás”.

Nadia es una superviviente de la violencia de género y ahora se dedica a dar charlas en institutos para concienciar y ayudar a las jóvenes a detectar el maltrato
MIquel Muñoz / Shooting

Saber que esto sucede es uno de los motivos por los que las víctimas de violencia machista más jóvenes no denuncian: “Somos niñas. No tenemos ni idea de cómo funciona el sistema. De lo que es un juicio por vía rápida. De lo que significa no declarar contra su agresor por arrepentimiento. Vamos, es que, por no saber, no sabes ni como hablarle a un señor o señora con toga. Son escenarios para los que una, creo, nunca está preparada. Y si aún vas al instituto, más”.

Víctima migrante

Aura: “Me daba miedo denunciar por si me deportaban”

Aura, víctima migrante: “Mi denuncia se desestimó porque no me dieron toda la información”
Para esos escenarios, en los de tener frente a ti a un policía o a un juez que te pregunta y repregunta sobre la violencia que sufres, no está preparada ninguna víctima. Si, además, el idioma, el estigma y una situación administrativa irregular entra en juego, el escenario torna aún más complicado.
Aura es de Colombia y tiene 46 años. Hace 6, denunció a su expareja por maltrato. Pero su caso se archivó: “Porque no presenté un parte médico de lesiones. Fue desolador”.

Aura sintió miedo de ser deportada cuando quiso denunciar violencia de género
Cedida

“Tenía el Centro de la Mujer a 100 metros de mi casa y ni siquiera busqué esos recursos”

A Aura le costó un año y medio dar el paso para denunciar: “Yo tenía el Centro de la Mujer a 100 metros de mi casa y ni siquiera busqué esos recursos. Mi ex había me había pegado palizas, aislado de mi hijo (que entonces tenía 12 años y vivía en Colombia, esperando a que su madre tuviese un trabajo estable en España para poder traérselo consigo) y de toda mi familia”, recuerda.

En aquel momento ella tenía “verdadero pánico” a denunciar: “¿Y si me deportaban? ¿Y si no puedo sacar adelante a mi hijo? El miedo pudo, de nuevo, conmigo”.

Los “y si” acabaron el día en el que su maltratador sacó un cuchillo y se abalanzó sobre ella en el salón de su casa. “Entonces salí corriendo, casi desnuda, y llamé a la policía. Fueron ellos los que me animaron a presentar la denuncia. Pero olvidaron explicarme la importancia que tendría después un parte médico de lesiones”, cuenta.

La barrera del idioma

“Me faltó mucha información. Yo no tenía ni idea de cómo funcionaba el sistema aquí”. En aquel momento Aura no era consciente de lo que ello supondría: “Luego, en comisaría, me hicieron muchas preguntas. Pero el idioma fue otro problema”.

Muchas víctimas migrantes se enfrentan a la barrera del idioma
KiloyCuarto

Resulta incluso absurdo tener que recordar que el castellano tiene diferencias con el español colombiano. Y, aunque en nuestro día a día puede resultar insignificante, en un contexto de violencia de género es fundamental tenerlo en cuenta: “Cuando me entrevistaron en comisaría yo decía palabras, expresiones, que aquí en España carecen de importancia. Por eso, y por no haber presentado el parte de lesiones, mi denuncia de desestimó”.

Y su maltratador quedó en libertad hasta que volvió a agredir a otra mujer. Era su cuarta víctima. Aura fue la tercera. Antes de ella, hubo dos más.

Víctima rural

Carmen: Aislada, sin recursos y sin posibilidad de “huir”

Rosalía, Nadia y Aura comparten (entre muchos otros) un sentimiento común: el aislamiento. De una u otra forma, sus maltratadores consiguieron durante un tiempo – cualquiera es demasiado- apartarlas de quienes podían ser (y fueron) sus redes de apoyo. Engañarlas, manipularlas y hacerlas creer que detrás de esa relación de maltrato no había nada ni nadie más.

Carmen (nombre ficticio para proteger su identidad), que vive en un pequeño pueblo de apenas 200 habitantes en la provincia de Salamanca, no es que se sienta “aislada” es que “lo está”. Atiende nuestra llamada casi a escondidas, desde el corral de la casa de sus padres.

Su marido, del que está separada pero no divorciada, puede aparecer en el cualquier momento. “Él se pasa por aquí a menudo, a dar de comer a las gallinas. Yo cuido de mi madre, y ahora he vuelto a vivir con ella. La excusa es que está enferma. La realidad es que necesitaba salir de esa casa”.

“Aquí todos nos conocemos”

Carmen no ha denunciado todavía a su marido por malos tratos. “Aquí todos nos conocemos. Yo llevaba casada 25 años. Tenemos dos hijas y yo no trabajo. Me separé de mi marido porque hace dos años, conoció a otra. Casi que ella fue mi salvación”, al otro lado del teléfono parece escucharse a una Carmen sintiéndose incluso culpable de lo que dice.

una mujer aislada en un entorno rural
Las víctimas de violencia de género en entornos rurales se encuentran más desprotegidas
KiloyCuarto

Carmen nunca dio importancia a los golpes contra la pared, tampoco a las vejaciones contra su persona. Mucho menos al sentirse violada semanalmente cuando su marido quería mantener relaciones sexuales y ella no. En la aldea en la que vive “por suerte, tenemos bar. ¿Pero qué más tengo yo? Nada”. Huir, para Carmen, de la que depende su madre, no es una opción.

“Si yo ahora soy consciente de que mi marido es un maltratador es porque tengo una amiga que lleva años advirtiéndome y concienciándome de que, en cuanto pudiese, debía salir de esa casa”, confiesa. Que ella sepa, ninguna institución ha llegado “nunca” hasta su aldea para tratar de concienciar la violencia machista.

Casi la mitad de las víctimas asesinadas en 2024 vivían en entornos rurales

En 2024, el 45% de las mujeres asesinadas vivían en entornos rurales. “Yo no tengo coche. Tampoco recursos para sacar a mi madre de este pueblo. Y el único techo que me queda, es este. El de la casa de mis padres. O se muere el otro, o me muero yo”. El silencio, a estas alturas de la llamada, es inevitable, sepulcral.

Con un tímido “pero estoy bien”, Carmen recupera el ritmo de la conversación. Ambas sabemos que no es cierto, pero hoy al fin, al menos, es consciente de que es una superviviente más. “Yo ya no tengo miedo a decirlo en voz alta. Pero sí a hacerlo en este pueblo. Hay barreras a las que todavía debo enfrentarme. Y creo que se con quien puedo contar para ello”, sentencia

“La fuerza y la valentía la pusimos nosotras, ahora le toca al resto actuar”

Rosalía, Nadia, Aura y Carmen han accedido a contar su historia para ayudar a otras víctimas. Preocupadas, cuentan, en un 25N en el que el negacionismo de la violencia machista está a la orden del día. Ellas son supervivientes, casi todas capaces ya de dirigir su vida, que no pueden ni quieren olvidar su historia. Sus maltratadores las marcaron de por vida y las dificultades para denunciarlos (quienes lo hicieron) también.

Por eso, a cara descubierta, hoy gritan: “La fortaleza para resistir y la valentía para romper el silencio ya lo tuvimos nosotras. Ahora le toca al resto (poderes públicos y privados) trabajar para evitar la discriminación a la que nos enfrentamos las víctimas”.

Si algo de lo que has leído te ha removido o sospechas que alguien de tu entorno puede estar en una relación de violencia puedes llamar al 016, el teléfono que atiende a las víctimas de todas las violencias machistas. Es gratuito, accesible para personas con discapacidad auditiva o de habla y atiende en 53 idiomas. No deja rastro en la factura, pero debes borrar la llamada del terminal telefónico. También puedes ponerte en contacto a través del correo o por WhatsApp en el número 600 000 016. No estás sola.