Cristina Fallarás es un personaje incómodo para muchos. Mujer, feminista, segura de sí misma y que no se calla: un hándicap de entrada nada desdeñable. Pero la escritora y periodista ha ido un paso más allá. Ha hackeado el sistema y la forma en que las mujeres se enfrentan a esa verdad molesta, engorrosa y de la que se evita hablar: la violencia de género estructural.
Si las instituciones piden de forma constante que se denuncien las violencias en una comisaría o en un juzgado, Fallarás ha entendido que las mujeres no buscan solo justicia —quizá porque no es sencillo conseguirla—. Han optado por ser antisistema y relatar, en una cuenta de Instagram, aquello que sería cuestionado en una sala de vistas.

Por ello, un rapero la ha llevado a los tribunales y, hace dos semanas, VOX —en un ataque a la libertad de expresión sin precedentes— le puso una diana: su foto en un mensaje en redes sociales. Repito: a una periodista independiente se la pone en el disparadero porque un partido político con representación parlamentaria no está de acuerdo con una columna de opinión.
Los efectos fueron inmediatos. Desde entonces, recibe amenazas de muerte diarias y ninguna institución ha tomado medidas, ni se ha puesto en contacto con ella.
¿Cómo está?
Estoy mal. Perpleja, sorprendida, estupefacta.
¿Se ha puesto en contacto con usted alguna institución? ¿No consideran que haya peligro?
Nadie. Solo Amnistía Internacional y Reporteros Sin Fronteras. He denunciado en Fiscalía; sé que el escrito ha llegado a la Secretaría de Seguridad de Interior y a la Delegación del Gobierno. Pero desde hace quince días hay una web de un partido de extrema derecha que usa mi cara para expandir odio contra mí, generando amenazas de muerte diarias, y nadie hace nada por cerrarla.
¿Ha recibido más ataques?
Muchísimos. Lo guardo todo para que quede constancia de la avalancha de odio. Y eso que solo tienen un canal hacia mí: Instagram. Es una cuenta cerrada, así que cada mensaje debe ser aprobado para llegarme. Muchos me dicen: “Vente a Twitter y te vas a enterar”. Pero no quiero saber lo que hay. Me mandaron una captura de un foro donde se hablaba sobre mí, y solo los nombres ya eran aterradores. Esto pasa de Vox a la manosfera, a la red, y de ahí se escapa de las manos.
¿Ha cambiado su rutina?
Sí. Estoy encerrada en casa. No sé qué me va a pasar. Si alguien me escribe “te quedan horas, sé dónde vives” o pone “tic tac” junto a una foto de mi ciudad, no puedo saber si es verdad o no. Temo por mi seguridad y por la de mi familia.

La última vez que me fui de Madrid fue porque estaban otra vez en la puerta de casa. Ya me había cambiado de barrio antes por lo mismo. Me volví a mudar y acabé yéndome de la ciudad, porque entendí que cambiarme de barrio constantemente era absurdo. Siempre hay alguien que filtra tu dirección.
¿Y su familia?
En casa estamos acostumbrados, dentro de lo que cabe. Intento no darle más gravedad de la que podemos asumir. Pero mis hijos también fueron amenazados de muerte por esta misma gente hace años.
Llevo nueve años amenazada, agredida y acosada de forma ininterrumpida. Algunos de ellos con acoso físico y lesiones graves en la calle. Conozco bien las violencias y sé manejarlas. Pero esta es distinta. Es una violencia política. Copia modelos de internet, de la manosfera, de movimientos norteamericanos. No usan “gorda”, “fea” o “vieja”. Usan la muerte.
¿Cree que, si el ataque hubiera sido contra una periodista menos incómoda, la reacción sería distinta?
Por supuesto. Me han elegido por algo. Ahora tengo un perfil bajo; hace más de un año y medio que no aparezco en televisión. Han ido a por la que está más desprotegida.
Eso no significa que no deba ser protegida como periodista y activista. No me importa si caigo bien o mal a la izquierda, al PSOE o a Sumar. Ellos deben estar ahí, apoyándome y amparándome. Es su obligación en un Estado de derecho.
Ya ha sufrido agresiones físicas. ¿Cambia eso la forma en que percibe las amenazas?
La violencia es una vieja conocida. He vivido violencia política y machista. Pero esta es una violencia planificada. No se le ha calentado la boca a alguien.
Hay una abogada de Vox que redactó un escrito —tengo su nombre, estaba en los metadatos del documento—. Ese texto lo publicaron en una web donde recopilan datos y fomentan odio contra mí. Lo han conectado con la Fiscalía. Han automatizado procesos, gestionan datos y envían correos pidiendo afiliación. Han montado un entramado.
Esto es un paso más. No es solo violencia: es una estrategia. Y habría que preguntarse qué paso viene después. No es un tipo gritándote en la calle. No es “me llega hate”. Es el régimen.
Recibo amenazas de grupos que se llaman “Neonazis Madrid” o “Nostálgicos del régimen”. Y cosas peores.
¿Qué mensaje se envía si se puede señalar a una periodista y no pasa nada?
Más que a la sociedad, hay que mirar a la profesión. ¿Qué mensaje envían los medios, las instituciones, el Congreso, los partidos antifascistas? El mensaje es claro: “Si molestas, te dejamos sola”.
El mensaje de Vox lo tengo claro y no cambia. Lo preocupante es el mensaje social. Vox está consiguiendo mostrar que una mujer puede quedarse sola ante su violencia. Por ahora, llevo quince días así. Veremos cuántos más.

¿Existe impunidad ante la violencia digital?
Hay desconocimiento e ignorancia. Y me preocupa, porque me pregunto: ¿a qué vamos a esperar? ¿A que haya sangre?
Parece que una violencia solo se comprende cuando hay sangre. Pero una sociedad democrática debería darse cuenta de que no debemos esperar a ese punto. No se está entendiendo de qué estamos hablando.
¿Cree que el ataque judicial y la campaña de odio están relacionados?
Coincidieron el mismo día, pero no creo que estén directamente conectados. Sí creo que ambas cosas responden a una época de violencia extrema contra el relato de las mujeres. Y a una violencia extrema por cómo ese relato nos deja en soledad.
No hablo solo de Vox —ya sabemos quiénes son—, sino de cómo el resto permite que esto ocurra. Y se está permitiendo.
¿Contra qué se rebelan? ¿Qué les molesta tanto?
Nunca antes, en toda la historia, las mujeres nos habíamos relatado a nosotras mismas con nuestras propias palabras, por millones. Esta es la mayor ofensiva contra el patriarcado, el capitalismo y la violencia machista que ha existido. El castigo será descomunal.
¿Toda mujer que rompe el silencio recibe su castigo? ¿Merece la pena?
Una no puede hacerse esa pregunta. Cuando descubres una forma de hacer algo, no puedes no hacerlo.
En el activismo, cuando encuentras una manera de dar voz a las mujeres sin que sean castigadas, no puedes no hacerlo. Si sabes cómo hacerlo, no puedes dejar de hacerlo. No se trata de si merece la pena: se trata de que no hay otra opción.
Si algo de lo que has leído te ha removido o sospechas que alguien de tu entorno puede estar en una relación de violencia puedes llamar al 016, el teléfono que atiende a las víctimas de todas las violencias machistas. Es gratuito, accesible para personas con discapacidad auditiva o de habla y atiende en 53 idiomas. No deja rastro en la factura, pero debes borrar la llamada del terminal telefónico. También puedes ponerte en contacto a través del correo o por WhatsApp en el número 600 000 016. No estás sola.