La imagen del traslado penitenciario en furgones policiales, repetida con la naturalidad con la que recibimos el parte meteorológico, es demoledora para nuestra democracia. El jueves 27 de noviembre, el exministro José Luis Ábalos y su exasesor Koldo García fueron enviados a prisión incondicional por orden del magistrado del Tribunal Supremo Leopoldo Puente. Hace cinco meses, era a Santos Cerdán a quien veíamos bajar la cabeza para entrar en el furgón que le llevaría a esa misma cárcel madrileña, Soto del Real.

La decisión responde al alto riesgo de fuga y a la gravedad de los delitos que se les imputan en el caso Koldo: organización criminal, cohecho, tráfico de influencias, malversación y uso de información privilegiada. Hasta ahora, ambos estaban sometidos a medidas cautelares menos severas (retirada de pasaporte y comparecencias quincenales), pero la Fiscalía Anticorrupción y las acusaciones populares han pedido su ingreso en prisión.
Para el juez instructor, el riesgo de fuga es “extremo” y las medidas actuales son insuficientes dada la proximidad del juicio y la severidad de las penas solicitadas. Durante los últimos meses, hemos asistido, casi hasta el hartazgo, a la exposición mediática de Ábalos y Koldo y al relato de su caída, incluso en primera persona. Ni uno ni otro han escatimado en detalles, pero ¿qué impacto ha tenido su ingreso en prisión?
El poder perdido de líderes narcisistas
Jorge López Vallejo, psicólogo y director de su propio centro sanitario en Madrid, donde abordan tratamientos de psicología y psiquiatría con las más avanzadas técnicas de psicoterapia de cuarta generación, nos ayuda a trazar una crónica a la que él mismo pone titular: “Entrada en prisión de un exministro: el impacto del poder perdido en líderes narcisistas”.

A media tarde, ambos cruzaron la puerta para someterse a la liturgia penitenciaria: identificación personal, inscripción en el libro de ingresos y apertura de expediente personal, cacheo y registro de pertenencias, información de derechos y obligaciones, traslado a la celda y visita del médico. En las próximas horas se decidirá su ubicación definitiva, de acuerdo con su perfil, según nos informan fuentes de instituciones penitenciarias. Poco después de su llegada, el exministro recibió su primera visita, la de Andrea de la Torre, su exnovia, según informó la cadena COPE.
Plan de prevención de suicidio
En las celdas de ingresos se hace noche acompañado de otro interno que puede ser cualquiera, incluso nuevo ingreso, ya sea Koldo u otro. Si los funcionarios aprecian “mal rollo entre ambos” no los ponen juntos. Sólo si se le aplica PPS ( plan prevención de suicidio) estaría acompañado por un interno especial (de apoyo), que son presos veteranos con un curso específico de cómo actuar si su compañero de celda quiere suicidarse.
El cambio, en cualquier caso, ha sido abrupto. “La entrada en prisión de un exministro de alto perfil político marca un hito que va más allá del ámbito jurídico: representa un golpe profundo a la identidad de quienes han ocupado posiciones de liderazgo durante años. La experiencia de perder poder y exposición pública puede desencadenar una serie de reacciones psicológicas intensas, especialmente en perfiles con rasgos de narcisismo funcional, comunes en figuras políticas de alto rango”, nos dice López Vallejo. No es únicamente un evento judicial. “Constituye un impacto identitario, un desafío directo al ‘yo’ construido durante años de poder, visibilidad y autoridad. Para perfiles con narcisismo funcional, muy frecuente en política, este impacto psicológico es especialmente profundo”.
Ábalos acumuló poder interno durante décadas en algunos de los puestos con más capacidad de repartir cargos, favores y recursos. No parece que encontrase fuertes contrapesos éticos y de control a su laxitud moral. En este tiempo, el exministro demostró ser un hombre necesitado de reconocimiento social, leal al grupo, pero poco exigente consigo mismo. Ningún rasgo de personalidad “condena” a una persona a delinquir, pero sí encontró oportunidad, incentivos y una percepción de impunidad.
Ruptura de su escenario narcisista
“El caso Ábalos, como cualquier caída pública de un exministro o dirigente, ilustra las tensiones que atraviesan estos perfiles al perder de forma brusca su estatus, su influencia y su papel protagónico”, explica López Vallejo. La prisión significa la ruptura de este “escenario narcisista” que él dibuja. “El narcisismo político se suele alimentar de reconocimiento externo, capacidad de decisión, impacto sobre otros, presencia mediática, deferencias que acompañan al cargo”.

La prisión elimina de golpe esas cinco fuentes. “Para un líder, esto supone la destrucción del escenario donde su identidad pública ha vivido durante años”, añade. ¿Cómo pueden sentirse después de su primera noche entre rejas? El psicólogo menciona, en primer lugar, sensación de derrumbe, percepción de injusticia o traición, shock de realidad por la pérdida de privilegios y vacío de poder. “En perfiles acostumbrados a mandar, no obedecer, la prisión se vive como una desposesión simbólica radical”.
Actitud lastimera
Todavía ayer, ambos intentaron convencer al juez con tono bastante lastimero, aunque este no atendió a razones. A estas horas, habrán probado en carne propia lo que López Vallejo llama “colapso de la identidad pública”. “Para un exministro o alto cargo, el rol político puede convertirse en una segunda piel. Cuando cae el cargo, cae también parte de su identidad. La prisión acelera este fenómeno: Ya no hay reuniones, ya no hay cámaras, ya no hay interlocutores, nadie espera instrucciones”. Para un narcisismo funcional, esto puede experimentarse como una desaparición temporal del yo: “la muerte del personaje público y el nacimiento forzado de la persona real. Es doloroso, pero evolutivo”.

Y puede que el impacto más fuerte para este tipo de líderes no sea la prisión en sí, sino el juicio social. “La pérdida de reputación es vivida como humillación, descrédito, caída del pedestal, exposición al escarnio y pérdida de control del relato. En casos mediáticos como el de un exministro, la atención pública intensifica la herida narcisista. No es solo que entro en prisión: es que todo el mundo lo ve. Este eco social amplifica el impacto psicológico”.
Aunque esta pena, de momento preventiva, era previsible, implica la interrupción del “ciclo del poder”. “La psicología del liderazgo se construye sobre dinámicas muy específicas: decidir, influir, negociar, ser escuchado, ser temido o respetado. La prisión exige lo contrario: obedecer, ceder, esperar, callar, renunciar al control”, advierte el psicólogo.
A medida que pasen las horas o los primeros días, considera que es probable que estos dos nuevos internos de Soto del Real muestren irritabilidad, sensación de implosión interna, narcisismo herido que busca reorganizarse y necesidad silenciosa de recuperar un sentido de poder (aunque sea mínimo). Para una figura política como Ábalos, pasar de ser tratado con deferencia a ser un interno más es un choque abrupto. También el cambio en las relaciones, “quién se mantiene cerca y quién se aleja”, tiene un peso emocional enorme. López Vallejo añade la ansiedad que genera sentir que la historia está siendo contada por otros o la imposibilidad de controlar el futuro inmediato”.
De la caída a la redención
El encierro será, en su opinión, un “punto de inflexión narcisista”. “De narcisismo dependiente del poder a narcisismo basado en la autodisciplina. De identidad pública a identidad íntima. De necesidad de escena a introspección forzada”. En su análisis, el psicólogo recuerda que, paradójicamente, muchos líderes reconstruyen su identidad con más solidez después de caer. “La prisión no destruye a los líderes con narcisismo funcional: destruye el escenario que los sostenía. Y esa destrucción, aunque dolorosa, es una oportunidad para que el yo, ya sin ministros, cámaras ni poder, se reorganice desde un lugar más real, más íntimo y menos dependiente del reconocimiento”.



