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Construimos nuestro mundo con palabras. El lenguaje construye la realidad. Nuestro lenguaje es una forma de ver el mundo y de mostrar nuestro mundo. Lo que decimos y las palabras que elegimos para comunicarnos y para explicar lo que pensamos coloca imágenes muy precisas en las mentes de las personas a las que nos dirigimos.

El lenguaje tiene un poder increíblemente sutil y muchas personas lo saben. Los especialistas en PNL (Programación Neuro Lingüística) lo saben, pero también lo saben los escritores, los periodistas, los editores, los poetas, las personas que trabajan en comunicación. No es lo mismo elegir una palabra que otra porque todo está lleno de matices. Cambiar una palabra o una expresión por otra nunca es un proceso neutro, mucho menos cambiar el nombre de las cosas: siempre es una resignificación.

 

El otro día mi amiga Paula me envió un vídeo donde una especialista en el uso del lenguaje advertía (como tantos otros que llevan tiempo haciéndolo) de cómo va cambiando el lenguaje, cómo las palabras se van acortando, cómo se van resignificando. Y cuando vi el vídeo recordé la frase de Ludwig Wittgenstein (1889-1951), filósofo y matemático austriaco: “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Lo que no puede ser nombrado no puede ser pensado.

George Orwell en su novela 1984 (escrita en 1949) además de presentarnos al Gran Hermano original, recogió esta idea en la que se retuerce y manipula el lenguaje y creó en la novela la “neolengua”, ese idioma en el que el vocabulario se reducía al mínimo y desaparecían palabras con el objetivo de que no pudiera ser pensado lo que no podía ser nombrado.

Y todo esto que parece tan distópico y alejado de nosotros a menudo parece hacerse visible cuando se constata como las palabras van cambiando de significado, o se acortan, o se sustituyen, y se impone tan a menudo un lenguaje tan “políticamente correcto” que ya no sabemos ni lo que se quiere comunicar.

No se puede negar que las lenguas son algo vivo, y si algo constata la RAE es esto, ya que la Real Academia de la Lengua recoge todo lo que es usado y sus variaciones para que todos los que usamos esta lengua sigamos entendiéndonos. Que no es poco, teniendo en cuenta la cantidad de personas que hoy en día parecen hablar para no ser entendidas y que uno quede confundido en la interpretación del mensaje.

Vivimos una época de cambios vertiginosos en el ámbito tecnológico que afectan profundamente al lenguaje y como lo utilizamos. Cada día son miles y miles de personas las que acuden a aplicaciones de inteligencia artificial en busca no sólo de respuestas, sino como solicitantes de creaciones de texto que utilizan el lenguaje como herramienta: desde informes a claims, pasando por “escribe un mail” o “dame un texto para una publicación”.

Y entonces lo que yo me pregunto es quién está pensando y eligiendo por nosotros las palabras con las que vemos el mundo. Porque si el lenguaje y las palabras que elegimos construyen la realidad, sin son las palabras las que nos permiten pensar lo que pensamos, puede que sean otros los que están construyendo la realidad en que vivimos.

El lenguaje nunca es neutro. Esto lo sabemos todos muy bien y lo hemos experimentado cuando elegimos las palabras a la hora de hablar con las personas que más queremos y más nos importan.
Por eso no deja de llamarme la atención que cada día sean más las personas que deciden no elegir las palabras con las que quieren comunicarse y prefieren que sea por ejemplo una aplicación de IA la que las seleccione. Porque elegir nuestras palabras es dar voz a nuestros pensamientos y dejar de elegir nuestras palabras quizá es dejar de elegir lo que pensamos y dejar de elegir cómo vemos el mundo.

En fin, que soy una romántica también en esto. Y qué le voy a hacer. De momento intentaré seguir eligiendo mis palabras mientras pueda y no se resistan, que como explicó Paul Auster, sucede que a veces la historia que queremos contar es tan importante para nosotros que el lenguaje parece resistirse.

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