Moda

Muere Pam Hogg, la última reina punk de la moda británica

La diseñadora escocesa, leyenda del underground londinense y autora de los catsuits más icónicos del pop reciente, ha muerto en Londres a los 66 años, dejando huérfana a una generación que aprendió que la moda también podía ser un grito

Tenía melena amarillo neón, labios rojos y la costumbre de presentarse a sus propios desfiles vestida con las mismas armaduras de vinilo, látex y malla que subían a la pasarela. Pam Hogg no era una “diseñadora de moda” al uso, sino el corazón punk de Londres condensado en un solo cuerpo. Su muerte, a los 66 años, cierra una de las historias más singulares de la moda británica contemporánea.

Nacida en Paisley (Escocia) en 1959, formada en la Glasgow School of Art y en el Royal College of Art de Londres, Hogg eligió desde el principio la vía difícil: la de la independencia absoluta. Antes que fichar por una gran casa, vendía sus prendas en puestos de Kensington Market y en su propia tienda del West End, mientras se dejaba la voz en bandas de rock y recorría el circuito de clubes que definió la estética de los 80.

Ese cruce entre escenario y pasarela la convirtió en la diseñadora natural de una cierta aristocracia del pop y del underground: Rihanna, Lady Gaga, Kylie Minogue, Debbie Harry, Björk, Kate Moss, Shakira o royals poco convencionales como la princesa Eugenia vistieron sus catsuits como quien se enfunda un personaje. No eran estilismos, eran exoesqueletos: trajes de una pieza imposibles, transparencias que desafiaban el pudor, hombreras casi arquitectónicas, brillos metálicos y una paleta en la que el negro y el dorado convivían con neones eléctricos.

Hogg no entendía la moda sin ruido ni política. En sus colecciones aparecían mensajes sobre el cuerpo femenino, los derechos LGTBQ+, la guerra o la vigilancia, mezclados con referencias a vírgenes barrocas, superheroínas y diosas intergalácticas. Diseñó uno de los vestidos de novia más recordados de la década, para Lady Mary Charteris, y reimaginó la estatuilla de los BRIT Awards con la misma irreverencia con la que abordaba un catsuit.

Se mantuvo fiel a la estridencia, a los shows que parecían conciertos, a los castings donde cabían cuerpos y géneros diversos, a los looks que se negaban a pasar desapercibidos.

Queda el vacío de su figura -esa silueta inconfundible, siempre en primera fila, siempre un poco fuera de lugar-, pero también un legado difícil de domesticar; el de una mujer que convirtió su carrera en un acto de resistencia estética.

Para la historia de la moda, Pam Hogg no será solo la diseñadora de los catsuits imposibles; será la prueba de que, a veces, la elegancia también sabe gritar.