Opinión

Invisibles

María Jesús Güemes
Actualizado: h
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Si hace años me hubiesen dicho que las mujeres iban a ser borradas de la vida pública, no me lo habría creído. Habría pensado en El cuento de la criada y lo habría desechado de inmediato. Jamás habría imaginado algo así en una sociedad del siglo XXI. Y, sin embargo, es lo que ha sucedido en Afganistán desde la vuelta de los talibanes al poder en agosto de 2021. Estos han impuesto numerosas prohibiciones a la población femenina de acuerdo con su interpretación de la sharía islámica.

Por eso ellas no pueden estudiar, no pueden trabajar, no pueden hacer deporte, no pueden recibir atención médica de doctores varones. Llega al extremo de que no pueden ser atendidas durante una emergencia porque no hay que tocarlas. No se pueden desplazar sin la compañía de un hombre de su familia. Son obligadas a casarse y se controla su forma de vestir. Todas deben llevar burka, cubiertas de la cabeza a los pies.

Sólo las quieren encerradas en casa y ellas se sienten abandonadas, ignoradas por el resto del mundo. ¿Por qué las hemos olvidado? ¿Por qué hemos dejado de denunciar tal atropello? ¿Qué futuro le espera a las niñas que nacen allí? Les han arrebatado sus derechos y su dignidad.

Afganistán
Niñas afganas en una escuela religiosa en Kabul, Afganistán
Efe

En junio conocí a una joven que había conseguido escapar de aquel infierno. Jugaba en la selección paralímpica de baloncesto y logró salir junto a su equipo. Ahora es la protagonista de un documental de Antonio Pampliega. Fui a verla porque tenía que hacer un reportaje sobre su historia y, la verdad, es que me conmovió bastante. Quedamos para comer y probó por primera vez el gazpacho. Me hizo gracia ver su cara de sorpresa al saborearlo. Sonreía al descubrir su textura. De esa forma me transmitió que era un placer disfrutar de un simple menú del día en la terraza de un bar. Algo a lo que nosotros ya estamos tan acostumbrados que no le damos ningún valor.

En ese encuentro me explicó que ya llevaba unos años en España y que había encontrado un trabajo. Me reconoció que no había sido fácil, pero nada en comparación con sus primas y amigas que seguían sometidas en Kabul. Ella se sentía afortunada por la ayuda recibida, pero seguía muy preocupada por las demás y pedía la intervención de la comunidad internacional.

Afganistán
Mujeres afganas en busca de la ayuda humanitaria que distribuye una ONG británica UMMAH Welfare Trust (UWT) en Kandahar
Efe

ONU Mujeres también lo hace. Reclama sin cesar que no guardemos silencio. No es sólo un tema de solidaridad, también se trata de evitar el peligro de que las restricciones se extiendan por el resto del planeta. Hay riesgo de contagio. Es lo que viene a decir esta institución que se apoya en la resistencia de algunas mujeres afganas. Son una luz para el resto. Aunque la batalla se hace cada vez más difícil y con el paso del tiempo cuesta mantener encendida la llama de la esperanza. Van a lograr que terminen siendo invisibles y no se debería tolerar que se cometa un apartheid de género.

En la novela de Margaret Atwood, en la que se basa la serie que mencionaba al principio, se habla de un mundo distópico en el que la contaminación ha elevado las tasas de infertilidad. Sólo unas pocas mujeres son capaces de engendrar y se las utiliza como criadas para tal fin. Van vestidas de rojo para distinguirlas de las demás.

Ese universo se desarrolla en la República de Gilead (Estados Unidos) y está regido por una teocracia puritana. Entre sus primeras medidas: hacer desaparecer la independencia económica de las mujeres. A esa le seguirán otras muchas hasta convertir a algunas en esclavas que la élite del régimen se reparte para tener hijos. Una de ellas es Defred que cae en manos de un comandante y termina rebelándose ante la injusticia impuesta.

La autora siempre ha dicho que para escribirlo se inspiró en noticias reales que iba recopilando. Es consciente de que “el orden establecido puede desvanecerse de la noche a la mañana”. “Los cambios pueden ser rápidos como el rayo. No se podía confiar en la frase: ‘Esto aquí no puede pasar’. En determinadas circunstancias puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar”, destaca.

Da escalofríos saber que a 8.000 kilómetros de nuestro país se viven situaciones similares. Esa es la distancia que nos separa del horror y no nos queda otra que defender la libertad.

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