Opinión

Juan Carlos I: de la clandestinidad al trono

Actualizado: h
FacebookXLinkedInWhatsApp

Juan Carlos I, El breve, se le llamaba en círculos de la oposición cuando asumió, con Franco de cuerpo presente y Doña Sofía con vestido fucsia, el cargo de Jefe del Estado, tal como se había previsto en la Ley de Sucesión franquista. Escasa visión tenían quienes acuñaron tal lema, puesto que el reinado de Juan Carlos ha sido uno de los más largos de nuestra historia (38 años y 7 meses), sólo superado por el de Felipe V (45 años) y el de su abuelo Alfonso XIII (44 años, incluyendo los de la Dictadura de Primo de Rivera).

En realidad, el entonces Príncipe Juan Carlos era bastante desconocido por la mayoría de la sociedad española. Y mucho más ocultas permanecían las actuaciones por él emprendidas, dirigidas a la transición democrática, presididas por lo que se conoció como el tránsito “de la ley a la ley”, para evitar traumas y facilitar acuerdos.

Pocos sabían de los contactos, directos o indirectos, que el Príncipe mantenía con la oposición al franquismo, aglutinada en torno a la Platajunta y visibilizada a través de la denominada Comisión de los 9. Entre ellas destacaron personas del entorno de Don Juan, Conde de Barcelona y padre de Juan Carlos, así como socialistas, democristianos, comunistas, liberales y monárquicos antifranquistas, que tuvieron que llegar a acuerdos primarios y parciales que posibilitaran el buen éxito del camino iniciado ya antes de la muerte de Franco.

Se tuvo que dar solución a un problema, importante para los monárquicos, constituido por el hecho de que Don Juan era dinásticamente el legítimo heredero de Alfonso XIII, mientras que Juan Carlos había sido designado por Franco conforme a las previsiones legales del régimen. Y, también se tuvo que dar respuesta a otro hecho importante, como es el derivado de que varios partidos importantes de la oposición no eran monárquicos sino republicanos. Pues, bien, como algunos sabían entonces y el resto se ha enterado después, Juan Carlos no fue ajeno a las soluciones que se adoptaron, tras arduas negociaciones entre unos y otros, no sólo acerca de la monarquía sino de cómo queríamos llegar y consolidar un sistema democrático, similar al de otros países que, sobre todo en Europa, tomábamos como referentes al respecto.

Negociaciones que duraron varios años y que sentaron las bases del sistema constitucional, una monarquía parlamentaria en la que el Estado de Derecho, la democracia y los derechos humanos constituyen las bases de convivencia que se inauguraron con el consenso que comportó todo ese entramado de contactos, entre quienes querían superar el franquismo desde dentro, la oposición rupturista y los “enlaces” entre unos y otros. El entonces príncipe Juan Carlos no fue ajeno ni dio la espalda a todo ello. Prácticamente desde la clandestinidad (busquen los papeles de José Mario Armero y del entonces embajador de los Estados Unidos Sr. Stabler) quien después ha sido Rey de España, contribuyo a facilitar los acuerdos decisivos que permitieron ese tránsito “de la ley a la ley”.

Ese “de la ley a la ley”, que se centró en la adopción de la Ley para la Reforma Política de 1976, con base en la cual se convocaron las elecciones del 15 de junio de 1977, mediante sufragio universal y anticipando que las Cortes elegidas elaborarían una constitución, fue obra de un especial aliado del Príncipe Juan Carlos, Torcuato Fernández Miranda, que había sido su preceptor y el “muñidor”, como presidente de las Cortes Españolas (así se las denominaba entonces) del nombramiento de Adolfo Suárez como presidente de un Gobierno que jalonó todo ese período que nos situó, por fin, en el marco de las democracias occidentales. Que para ello, cuando se aproximaban las fechas de la decisiva votación en las Cortes se hubiera tenido que enviar al Caribe -a un congreso sobre seguridad social- a un grupo de procuradores del tercio sindical que podían poner en jaque la aprobación de tal Ley era peccata minuta, pues estaba en juego algo mucho más importante.

También fue esencial, como he adelantado, dar una respuesta pertinente a la sucesión monárquica, puesto que Don Juan continuaba siendo titular de los derechos dinásticos. Era necesario buscar un contexto que aunara la legitimación democrática que supondría la monarquía constitucional que se pergeñaba para la Constitución con la legitimación dinástica, que comportaba que Don Juan renunciara a sus derechos y Juan Carlos pudiera asumir la Corona, sin las trabas que el salto generacional originaba. Ello tuvo lugar en un acto privado, en La Zarzuela, el 14 de mayo de 1977, para que la Constitución pudiera entrar en vigor con este asunto solucionado.

Otro problema importante, de cuya resolución dependía el éxito del cambio hacia la democracia, fue la legalización de los partidos políticos, especialmente la del Partido Comunista de España, por la oposición existente a ello en diversos sectores, tanto políticos como militares. Otra vez, la mediación, a cargo de Jaime Ballesteros, miembro del Comité Central del PC contó, además de con el plácet del resto de partidos democráticos, con la discreta aquiescencia de Juan Carlos, previa toma de posición del mencionado partido, afirmando que el problema no estaba entre monarquía o república sino entre dictadura y democracia, así como el reconocimiento de los símbolos, la bandera, sustituyendo la tricolor por la roja y gualda en todos los eventos.

No estuvo Juan Carlos al margen, tampoco, de las negociaciones que, con altibajos y con suma discreción, nos llevaron a los Pactos de la Moncloa, el regreso de los exiliados, entre ellos Josep Tarradellas, que encabezó la Generalitat provisional como régimen de pre-autonomía y con la misma elaboración de la Constitución. Como dijo Adolfo Suárez al referirse a todo este período denominado como la Transición, lo peor que nos podía pasar era tener miedo al miedo mismo, indicando con ello que se conocían, y se asumían, los riesgos que comportaba desatar lo que algunos querían que continuara bien atado.

Mucha intervención, legítima y pertinente, de un Rey a quien no se le permite estar presente en la conmemoración de estos 50 años de monarquía, pretendiendo que las sombras pesen mucho más en la balanza que las luces. Sin tener en cuenta que tuvo el acierto y el valor de abdicar en su hijo, el actual Rey Felipe VI, el 19 de junio de 2014, cuando apreció que su continuidad en el cargo podía significar descrédito para la institución, reconociendo sus errores. Que a uno de los actos conmemorativos únicamente haya asistido, como líder nacional, Alberto Núñez Feijoo, muestra la enorme miopía y mezquindad del resto.

TAGS DE ESTA NOTICIA