No por esperada, la noticia del ingreso en prisión de José Luis Ábalos y Koldo García ha sido menos impactante. Personalmente, me dan pena. No me suelo alegrar por los males ajenos, aunque no le quito importancia a lo escandaloso y delictivo de su comportamiento. Fue Ábalos precisamente quien, en el debate de la moción de censura contra Mariano Rajoy, dijo que, el todavía presidente, “había hundido hasta límites insospechados” la dignidad de la sede que ocupaba. La frase podía haber sido escrita para sí mismo porque, por primera vez, un diputado en activo ha sido enviado a la cárcel y allí esperará junto con su ex asistente, Koldo García, a que se celebre el juicio contra ellos.

Supongo que el magistrado Leopoldo López escucharía entre divertido y enternecido los argumentos del exministro, que llegó a decirle que, si iba a la cárcel, dejaría huérfanas de representación a miles de personas, las mismas quizá que, cuando le votaron, esperaban de él un poco más de decencia y de respeto al escaño que ocupaba. Ábalos echó mano de todo el repertorio posible para eludir acabar en Soto del Real: que tenía hijos pequeños, que no tenía a dónde ir… Pero el juez entendió al final que ambos acusados tenían muchas posibilidades de fugarse de España y decretó su ingreso prisión.
La duda está ahora en saber si pasar los días en la cárcel y releer el escrito de acusaciones del fiscal puede hacer a ambos reconsiderar su estrategia de defensa y pasar a colaborar con la justicia para ver reducidas sus condenas en la sentencia que dicte el tribunal que les juzgue. Veremos a ver si es cierta esa amenaza de que no quiere caer sólo. De momento, ha lanzado un aviso a navegantes a través de El Mundo: “Investigar a Air Europa –ha dicho- sería abrir el melón, ahí podemos llegar a Begoña. Podemos llegar bien llegados”. Y lo mismo podemos decir de Koldo García que ha dejado grabada una entrevista de cuatro horas de duración en la que puede contar todo lo que sabe y saber, sabe mucho, especialmente porque lo grababa todo.

En esta semana Ábalos y Koldo han ido a prisión; la Audiencia Nacional ha exigido al PSOE que justifique todos los pagos en efectivo hechos entre 2017 y 2024; el juez del caso Leire ha citado a declarar en próximas fechas a Cerdán y a Antonio Hernando; el juez Peinado ha exigido a Moncloa que le remita ya las agendas de Begoña Gómez o cometerá un delito de desobediencia; Aldama ha declarado en el caso hidrocarburos y supuestamente ha aportado pruebas contra el ministro Ángel Víctor Torres, y el Congreso ha tumbado la senda de estabilidad y augura ya que no habrá presupuestos. La semana pasada, además, el Supremo condenó por primera vez a un fiscal general del estado.
A pesar de todo, el presidente del Gobierno resiste, entre otras cosas, porque sus socios siguen mirando hacia otro lado y prefieren decir, de cara a la opinión pública, que esto son chanchullos de tres jetas. La duda es si la sociedad habrá dado ya todo esto por amortizado, porque siempre habrá quien se crea, como dice Sánchez, que todo forma parte de una conspiración de la derecha, la ultraderecha y los jueces. Habría que recordarle al presidente que, como se suele decir, “las quejas son como las mecedoras: te entretienen, pero no te llevan a ningún sitio”.



