Inversión

¿Cómo posicionamos nuestra cartera de cara a 2026? Una perspectiva geopolítica

Abordar la planificación de las carteras de inversión para 2026 exige, ante todo, un ejercicio de honestidad intelectual para reconocer que el manual de la última década ha perdido su vigencia. Durante años los mercados se han movido al compás...

Inversión 10.000€

Abordar la planificación de las carteras de inversión para 2026 exige, ante todo, un ejercicio de honestidad intelectual para reconocer que el manual de la última década ha perdido su vigencia. Durante años los mercados se han movido al compás de una globalización integradora amparada en el llamado “excepcionalismo americano”, esa percepción de que la economía y los activos estadounidenses operan con una superioridad casi inmune a los problemas del resto del mundo. Sin embargo, el cierre de 2025 ha confirmado la transición hacia un entorno estructuralmente distinto.

Nos encaminamos hacia un orden multipolar caracterizado por la fragmentación de bloques y la competencia estratégica, lo que nos sitúa ante un escenario económico que tiende cada vez más a un juego de suma cero. Esta evolución parece responder más a tendencias de fondo que a simples ajustes cíclicos, una realidad que nos invita a reconsiderar si nuestras premisas de asignación de activos siguen siendo las adecuadas para navegar un entorno donde la geopolítica ejerce una influencia cada vez más determinante en la economía.

La reconfiguración del tablero global

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump
EFE

Desde su regreso a la Casa Blanca, la administración Trump ha actuado como el gran acelerador de un cambio de paradigma que lleva meses redefiniendo las normas del juego. A lo largo del año hemos sido testigos de la imposición de barreras incompatibles con la globalización en su máxima expresión, medidas que chocan frontalmente con la profunda interdependencia construida durante décadas. Deshacer estos lazos no es un proceso inmediato y es evidente que todos los actores geopolíticos requieren tiempo para digerir y adaptarse a esta nueva realidad operativa.

Este proceso de desconexión está generando inevitables hostilidades en un entorno donde, espoleados también por la persistencia de los conflictos en Ucrania y Gaza, los países se ven obligados a abogar decididamente por su seguridad. Entramos en una etapa donde la búsqueda de autonomía, tanto en soberanía energética como militar e industrial, se ha convertido en una urgencia nacional para reducir vulnerabilidades. Es precisamente esta necesidad de protección la que está redibujando el mapa global y propiciando el nacimiento de nuevas alianzas estratégicas entre naciones que buscan resguardarse ante la incertidumbre.

El cuestionamiento del excepcionalismo americano y la prudencia tecnológica

Cualquier estrategia de inversión para el próximo año debe empezar por revisar el peso que otorgamos al mercado estadounidense. Aunque la apuesta por esta geografía ha sido la ganadora indiscutible durante la última década, existen señales de que ese excepcionalismo podría estar agotándose. La concentración histórica del S&P 500 y unas valoraciones que descuentan un escenario de perfección dejan escaso margen de seguridad, lo que sugiere mantener una postura prudente, especialmente respecto a la tecnología y la Inteligencia Artificial, sector fundamentalmente concentrado en Estados Unidos.

Sin desmerecer el potencial transformador de la Inteligencia Artificial, resulta conveniente analizar la calidad de este crecimiento con cierta perspectiva y vigilar la “circularidad” del ecosistema. Este fenómeno actúa como vasos comunicantes donde parte de los ingresos de los grandes actores proviene, paradójicamente, de sus propias inversiones en el sector. Si a esta dinámica de valoraciones exigentes le añadimos el complejo horizonte de la deuda pública estadounidense, que podría requerir medidas menos favorables para el dólar, parece sensato no confiar la solidez de la cartera a un único motor geográfico y sectorial.

La rotación de flujos hacia nuevas latitudes

Esta necesidad de diversificación real nos empuja a dirigir la mirada hacia otras latitudes, donde los capitales han comenzado a desplazarse persiguiendo valoraciones más atractivas. Es el momento de ampliar el foco hacia otros mercados como el europeo, el japonés y los emergentes, especialmente ahora que las potencias occidentales están redefiniendo sus alianzas —con Estados Unidos acercándose a Latinoamérica y Asia estrechando lazos con Europa—.

Europa, en particular, se perfila como una candidata para capturar parte de esta rotación si consigue materializar su despertar estratégico. El continente ofrece un descuento por valoración y cuenta con incentivos propios, como los programas de inversión estructural o el potencial específico de Europa del Este, un área que podría verse especialmente beneficiada ante una eventual estabilización del conflicto en Ucrania.

Finalmente, la ecuación quedaría incompleta sin mencionar a China. Aunque el gigante asiático enfrenta riesgos evidentes derivados de la debilidad de su demanda interna y de las barreras comerciales que se levantan en su contra, resulta imprudente ignorar a un actor de tal magnitud. Al igual que ocurre con el resto de potencias globales, China necesita tiempo para digerir sus desequilibrios y adaptarse a este nuevo terreno de juego, pero su peso específico en la economía mundial impide descartarla como pieza del tablero.

La seguridad más allá de la defensa, industria y energía

Reunión de los ministros de Defensa de la UE.
Ministerio Defensa

Esta búsqueda de refugio y diversificación no debe limitarse únicamente a la selección geográfica, sino que obliga a identificar qué sectores actúan como columna vertebral de este nuevo orden neomercantilista. A menudo, al hablar de seguridad nacional tendemos a pensar exclusivamente en defensa militar o ciberseguridad, pero la realidad de un mundo fragmentado extiende ese concepto hacia terrenos mucho más tangibles, ya que la verdadera autonomía de los bloques reside hoy en su capacidad industrial, digital y energética.

En este sentido, adquiere una importancia capital todo lo relacionado con el aprovisionamiento de materiales estratégicos y la reconfiguración de las cadenas de suministro. Los países están inmersos en un esfuerzo por aproximar sus centros de producción para reducir dependencias críticas, lo que sitúa en el foco de la inversión a la infraestructura industrial necesaria para esta relocalización y a los actores vinculados a las materias primas esenciales que alimentan dicha maquinaria.

Paralelamente, la independencia energética ha dejado de ser una cuestión meramente climática o económica para convertirse en un imperativo de seguridad. La necesidad de los Estados de garantizar un suministro estable y, sobre todo, de abaratar los costes para proteger la competitividad de su industria, genera vientos de cola estructurales para el sector. Ya no se trata solo de transición verde, sino de autonomía estratégica, un escenario donde las infraestructuras, las redes y la generación autóctona juegan un papel determinante para blindar a las economías frente a la volatilidad externa.