Sargadelos es mucho más que una empresa de cerámica española. Al menos para los gallegos, la marca trasciende lo meramente mercantil para formar parte de su cultura, de la historia de las familias inmigrantes, de las sobremesas en las cocinas de leña con los típicos platos azules y blancos. Parte del ajuar más preciado que pasa de generación en generación, del sabor de un lacón con grelos. Es una de las razones por las que la compañía todavía no ha desaparecido pese a las dificultades que atraviesa desde hace décadas, porque la Xunta de Galicia, la propia sociedad, quiere sostener sus fábricas como un pueblo mantiene su viejo hórreo centenario. Hay algo de su antigüedad que también deja a Sargadelos desubicada en la modernidad actual. En abril, la fábrica en Cervo, Lugo, estuvo a punto de bajar la persiana definitivamente pero la administración pública medió para mantenerla a flote, pese a una multa de Inspección de Trabajo, que detectó deficiencias en la seguridad de sus trabajadores.
Y así, a trompicones, se mantiene viva este símbolo de Galicia que ha expandido su negocio más allá de las vajillas. Podemos comprar un bolso Sargadelos, joyas con sus diseños de colores, pañuelos o manteles. La cuestión es diversificar y encontrar la clave para aguantar el tirón.
Todo empezó en 1788, cuando Antonio Raimundo Ibáñez, solicitó al rey permiso para levantar una fundición de hierro en el municipio de Cervo, al Norte de la provincia de Lugo. Construyó el primer horno levantado por iniciativa civil, ya que hasta entonces solo había militares para la fabricación de armamento. Un emprendedor con un final trágico, ya que fue asesinado y su casa saqueada pero dejó plantada la semilla para que otros siguieran sus pasos.
Tras varios cierres y reaperturas, la empresa se renueva y alcanza su mayor esplendor con una fábrica de loza cuyo prestigio llega hasta la familia real. Sargadelos llegó a fabricar vajillas para la reina Isabel II, tenía hasta una flota propia de barcos para transportar sus piezas a sus destinatarios.
Pero como el éxito va siempre ligado al fracaso, a esos años dorados le siguieron otros más oscuros. Los hornos e instalaciones fueron desmantelados y la marca perdida en la memoria gallega. Pero simplemente se trataba de un letargo. Hasta que el empresario Isaac Díaz Pardo crea en 1949 un taller de cerámica en O Castro, en el municipio de Sada, en A Coruña. Se llamó ‘Cerámicas de Castro’ hasta que esas lozas se transformarían tras el viaje que realizó Díaz Pardo a Argentina. Allí se encontró con un grupo de intelectuales españoels exiliados y junto con Luis Seoane, decidieron recuperar Sargadelos como parte de la identidad gallega. No era meramente una empresa, era recomponer la historia de Galicia, formada por tantos hombres y mujeres abocados al exilio para sobrevivir, como las piezas de un puzzle repartidas por todo el mundo.
En 1970 Díaz Pardo y Luis Seoane levantarían el nuevo complejo de Sargadelos, junto a los restos del antiguo complejo industrial. No era una fábrica al uso, era un laboratorio de creación al que acudían intelectuales, maestros y alumnos para fusionar el pasado con el presente, los diseños de antaño con la modernidad.
Hoy es una fábrica todavía con buena parte de su trabajo artesanal y con mayoría de mujeres trabajando en sus cerámicas. Desde 2014, está en manos de Segismundo García, otro empresario gallego que vuelve a pasar por dificultades para mantener la marca a flote.
Mujeres bajo su dirección
Las mujeres han tenido un papel importante en la compañía, primero como artesanas pero también como directivas a partir del 2014, con varias mujeres en puestos de relevancia como María José Fernández, que fue nombrada directora de Producción, Sara Pérez, que fue nombrada jefa de planta de Sada o elena García, que asumió el cargo de directora comercial del grupo.
Chelo Loureiro, se convirtió en 1990 en gerente de la galería Sargadelos de Ferrol en la que promovió exposiciones, conciertos y otras actividades culturales hasta su cierre en 2016. Y por supuesto, Rogelia Mariña, delegada sindical desde los años 80 en la planta de Cervo, que luchó por la defensa de los derechos laborales y le valió el enfrentamiento con la dirección e incluso el despido y posterior readmisión judicial. Todas ellas han sido figuras femeninas clave en la historia de Sargadelos, mucho más que una empresa. Su cerámica es como los gallegos, marcada por los antepasados, de apariencia robusta pero frágil si no la cuidas y de una belleza atemporal.