Extremadura cuenta con una de las naturalezas mejor conservadas y diversas del sur de Europa: más de 50 espacios naturales protegidos, cuatro de ellos con reconocimiento de la UNESCO. Reservas, paisajes, corredores ecológicos, senderos, vías verdes, zonas de especial protección de aves y un largo etcétera conforman el gran patrimonio natural de la región.
El silencio de la dehesa, roto apenas por el vuelo de una cigüeña o el murmullo de una encina al viento, resume la esencia de Extremadura. Una tierra que, tras los incendios sufridos este verano, se reafirma como lo que siempre ha sido: un gran pulmón verde en el suroeste de Europa, un territorio donde la naturaleza convive con la historia y la gastronomía en un equilibrio que atrapa al viajero.
Caminar por Monfragüe, Reserva de la Biosfera de la UNESCO, es descubrir un escenario en el que sobrevuelan buitres negros, donde el Tajo se abre paso entre riscos y donde cada sendero tiene algo que contar. Desde allí el itinerario puede continuar hacia el Geoparque Villuercas-Ibores-Jara o hacia La Siberia, también declarada Reserva de la Biosfera, donde la calma del agua y los cielos limpios invitan a dejar la prisa a un lado.
La dehesa extremeña, con más de un millón de hectáreas, es otro de esos paisajes que marcan al viajero. Un bosque mediterráneo convertido en un modo de vida, un ecosistema donde el hombre y la naturaleza han aprendido a convivir durante siglos.
Quien llega por primera vez a Extremadura suele sorprenderse al descubrir que aquí se encuentran las mejores playas de interior de España. Siete de ellas ondean la bandera azul, entre ellas la Costa Dulce de Orellana, un lugar donde bañarse en aguas tranquilas al atardecer se convierte en una experiencia difícil de olvidar.

Los 1.500 kilómetros de costa de agua dulce ofrecen chapuzones y también la oportunidad de practicar vela, piragüismo, pesca deportiva o dar simples paseos para reconectar con uno mismo y con el entorno.
Al caer la noche la región se transforma en un observatorio natural. La escasa contaminación lumínica convierte a lugares como Las Hurdes, Monfragüe o la comarca de Alqueva en templos del astroturismo. Basta con tumbarse y levantar la vista para entender por qué Extremadura se ha convertido en uno de los destinos más demandados para contemplar las estrellas.

La hospitalidad extremeña también se expresa en sus alojamientos. En el Valle del Jerte, las yurtas de El Jardín de las Delizias se mimetizan con el paisaje; en Cáceres, el Palacio de Godoy se prepara para recibir al primer Hilton de la región; y en el sur, hoteles como Desconecta2, Aceptados o Dehesa Don Pedro, combinan lujo, tradición y sostenibilidad en un entorno único.
A ello se suma la Red de Hospederías de Extremadura, conventos, palacios y casas señoriales rehabilitadas para convertirse en hoteles rurales de primer nivel, donde el encanto se une a la comodidad y a la gastronomía local.
La apuesta de Extremadura por la calidad se refleja en cada detalle. La región forma parte de la red Spain is Excellence, junto a instituciones y destinos de referencia en el turismo de alta gama en España. Además, más de 200 establecimientos de la región han obtenido el sello SICTED, garantía de un servicio cuidado y profesional.
Prueba del esfuerzo que Extremadura ha realizado para dar a sus viajeros unos servicios de calidad ha sido la obtención de reconocimientos como 2ª Finalista a la Mejor Administración en apoyo al SICTED en 2019 y 3ª Finalista en 2025.
La gastronomía completa la experiencia. Extremadura presume de sus estrellas Michelin en Atrio y también de templos rurales como Versátil o Hábitat Cigüeña Negra, así como del abanico de productos gastronómicos convertidos en emblema del territorio: el jamón ibérico de bellota, la Torta del Casar, la Cereza del Jerte o el Pimentón de la Vera. Cada bocado sabe a paisaje, a tierra, a historia.

Cáceres, Mérida y Guadalupe, declaradas Patrimonio Mundial por la UNESCO, suman al viaje la dimensión cultural. Caminar por las calles empedradas de Cáceres, asistir a una representación en el Teatro Romano de Mérida, perderse en los claustros de Guadalupe o del Monasterio de Yuste o vivir el Otoño Mágico del Valle del Ambroz es adentrarse en la idiosincrasia de una región que basa su atractivo en su autenticidad.
Extremadura ha decidido convertir la sostenibilidad en su hoja de ruta. Ahora más que nunca la región apuesta más que nunca por un turismo respetuoso y de calidad. Una región donde vivir una experiencia inolvidable, en contacto con la tierra, el agua, el cielo y la gente que los cuida. Viajar a Extremadura es, en definitiva, reencontrarse con lo esencial.