Stephen Bogart creció entre flashes y sombras, pero nunca quiso que su vida fuera un eco de lo que ya era un mito. Es el hijo de un tipo que en pantalla tenía el porte del hombre duro, el alma rota y el cigarro siempre entre los labios, y de una mujer cuya mirada, dicen, podía derretir el hielo. Pero fuera de los sets, la infancia de este niño se pareció poco al de un guion cinematográfico. “Mi padre estaba demasiado metido en sí mismo”, dice. “Él prefería la bebida, las fiestas, el cine. Yo prefería otra cosa”.
Hijo de dos de las mayores estrellas del Hollywood clásico, Humphrey Bogart y Lauren Bacall, Stephen Bogart reflexiona sobre su infancia y las complejidades de crecer en el epicentro del glamour cinematográfico en el último documental Bogart: Life Comes in Flashes (aún sin fecha de estreno en España).
En él asegura que se enfrentó a desafíos personales, muchos derivados de la fama y la ausencia de un padre que falleció cuando él apenas tenía ocho años. Humphrey Bogart, inmortalizado en películas como Casablanca o Sabrina, es uno de los grandes de la historia del cine; pero su faceta como progenitor dejó mucho que desear.
Stephen Bogart le recuerda como un hombre que prefería “los cócteles, el tabaco y las largas noches con amigos que pasar tiempo en casa”. Aun así, reconoce que era cálido y cariñoso en los momentos que compartían juntos. Su madre, Lauren Bacall (Mi desconfiada esposa, El sueño eterno), fue un pilar fundamental para él y su hermana Leslie tras la muerte de Bogart en 1957.
En aquel entonces apenas tenía ocho años, y la sombra de su padre quedó extendida sobre su infancia como un telón que no terminaba de levantarse. Mientras, Lauren Bacall, su madre, se ocupaba de llenar los vacíos. Pero la imagen que de ella tiene Stephen Bogart es la de una mujer que no necesitaba admiradores, sino un refugio. “Siempre hablaba de él, de lo que él representaba, pero también de lo que ella misma quería ser”, recuerda.
No habla de sus padres con nostalgia, sino con una serenidad algo desconcertante. “Eran dos seres humanos”, reflexiona, “y, como tal, me hicieron lo que soy”. Él decidió evitar seguir los pasos de sus padres en el cine. Aunque intentó actuar brevemente durante la escuela secundaria, pronto se dio cuenta de que prefería evitar las comparaciones inevitables con sus icónicos padres. A día de hoy mantiene un profundo respeto por la industria que definió la vida de su familia. Ahora vive en Florida con su mujer, sus hijos y nietos; una vida tranquila y lejos del bullicio de Los Ángeles, pero dedicada a preservar el legado de su padre.
De hecho, cada año organiza el Festival de Cine Bogart, un evento que celebra la carrera del actor y promueve el cine clásico entre las nuevas generaciones. A través de este evento, se esfuerza en honrar la memoria de su padre y mantener viva la relevancia de una era dorada del cine que, aunque pasada, sigue inspirando a millones de cinéfilos como nosotros.
Lo que unió el gran Howard Hawks
Su historia de amor también quedó inmortalizada en la pantalla a través de cuatro películas que definieron el cine negro y el drama de los años 40. Se casaron en 1945 y permanecieron juntos hasta la muerte de Bogart, en 1957. La química entre ellos era innegable, y su colaboración en la gran pantalla marcó un antes y un después en la industria cinematográfica.
Tener y no tener (Howard Hawks, 1944) fue el inicio de todo. Lauren Bacall debutó en el cine con apenas 19 años, y su papel al lado de Humphrey Bogart en esta adaptación libre de la novela de Ernest Hemingway capturó al público. Fue aquí donde Bacall entregó una de las líneas más icónicas del cine: “Si me necesitas, silba”. Durante el rodaje, la química entre ambos traspasó la ficción y marcó el comienzo de su romance fuera de la pantalla.
Dos años después llegó El sueño eterno (Howard Hawks, 1946). Este clásico del cine negro, basado en la novela homónima de Raymond Chandler, consolidó a la pareja como iconos del género. Bogart interpretó al astuto detective privado Philip Marlowe, mientras que Bacall fue la intrigante y sofisticada Vivian Rutledge.
De seguido rodaron La senda tenebrosa y Cayo Largo. En La senda tenebrosa (Delmer Daves, 1947), Bogart asumió el papel de un hombre injustamente condenado que huye de prisión para demostrar su inocencia. Bacall, como una misteriosa mujer que lo ayuda, ofreció un contrapunto perfecto. Por último, en Cayo Largo (1948), y dirigidos por John Huston, Bogart y Bacall compartieron pantalla con Edward G. Robinson en un thriller ambientado en los Cayos de Florida. Bogart interpreta a un veterano de guerra enfrentado a un despiadado gánster, mientras que Bacall encarna a la viuda del dueño del hotel donde se desarrolla la acción.