Imaginemos las páginas de un diario abierto en medio de una casa tranquila: California, quizá Montecito, donde Harry observa el horizonte y siente el peso de lo no dicho. Ha sido un largo invierno emocional. Desde que su voz se alzó en la BBC, confesando que su padre “no le habla” y que teme que el tiempo se acorte.
En este nuevo capítulo, el hijo menor ha enviado una invitación al rey Carlos III y al príncipe Guillermo para asistir a los Juegos Invictus de 2027, en Birmingham. La antelación no es casual: Harry conoce los plazos, las rutinas reales, y quiere, con delicadeza, ajustarse al latido del Palacio.
Una misiva elegante, cuidadosamente fechada; con la mano de Harry temblando un poco al sellarla. Dentro late el recuerdo: su infancia al lado de Guillermo, los paseos con su padre, Carlos, los días de giras bajo la luz inglesa. Duelen las grietas del “Megxit”, las entrevistas explosivas y el libro que hirió lo inviolable. Y no son heridas fáciles de cerrar.

Hubo una entrevista en la BBC donde dijo que “no tiene sentido seguir peleando” y que “la vida es preciosa. No sé cuánto tiempo le queda a mi padre”. Son palabras que no se lanzan al viento: llevan el eco de noches en vela, de conversaciones fallidas, de hijos que esperan ser vistos de nuevo.
No obstante, el eco del silencio sigue vivo. Desde Windsor, el bucle es otro. El Rey, dicen los observadores, evita los gestos públicos de cercanía: en el reciente Día del Padre, Harry no apareció en ninguna imagen oficial; en el Trooping the Colour, no hubo ni rastro suyo junto a Carlos y Guillermo. El silencio real pesa como una puerta cerrada.
Y sin embargo, está ese soplo humano, esa pequeña grieta en la coraza: Katie Nicholl, la cronista real, comenta que Carlos “desea enormemente tener una relación con su hijo menor y con sus nietos”. Es un deseo que se asoma entre líneas, como una flor que no muere en el frío.
Así, la historia sigue abierta. Harry ha enviado ese mensaje de paz, en el que caben el miedo y el amor, la cercanía y la prudencia. Ahora la pelota está en el tejado de Windsor: ¿respondieron a la invitación? ¿Se abrirán al reencuentro? O, como se escuchaba en pasillos discretos, ¿preferirán que todo siga igual, que el silencio siga urdiendo muros invisibles?
En el fondo, lo que late es una pregunta universal: ¿qué vale más, una corona o un hijo? Harry la lanza al viento, entre la ternura y la espera. Y mientras sutura su propia historia, el mundo observa, conteniendo el aliento, deseando que esta historia que parece literaria encuentre, al fin, su epílogo en familia.