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Pilar Lobato, la mujer detrás de Joyas El Sardinero

Ha levantado uno de los negocios más singulares a base de intuición, formación y un olfato casi infalible para encontrar joyas antiguas

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Antes de convertirse en una referencia en joyería antigua, Pilar Lobato empezó con una vitrina pequeña en Santander y la convicción de que las joyas de época no solo guardan valor estético y económico, sino historias que merecen sobrevivir.

Con veintitantos años reinvertía cada peseta, estudiaba gemología por las noches y vendía en mercados dominicales lo que muchos ganaban en un mes. Ese espíritu incansable -mezcla de disciplina, curiosidad y buen ojo– es el que ha ido construyendo, pieza a pieza, lo que hoy conocemos como Joyas El Sardinero.

De los primeros mercados a las ferias internacionales, de una tienda modesta en Santander a un espacio consolidado en Madrid, ha logrado que su negocio crezca sin perder su esencia.

Examina cada joya con lupa, viaja cuando merece la pena, asume riesgos constantes y lucha contra una dificultad creciente: encontrar piezas auténticas del siglo XIX o del Art Déco antes de que desaparezcan del mercado. Su trayectoria demuestra que, en un sector donde nada está asegurado, la pasión por el oficio puede ser el valor más sólido.

P: ¿Cómo nace Joyas del Sardinero y por qué decides dedicarte a la joyería?

R: En mi familia siempre ha habido pasión por las joyas: mi abuela, mi madre, mis tías… y también mi padre y mi marido. A mí la joya me fascinaba y además siempre la he visto como una inversión. Quise convertir eso en mi trabajo.

Empecé con una tienda muy pequeña en Santander, con muebles antiguos, plata y una vitrina mínima de joyas. Sin dinero, literalmente. A los ocho meses vi que casi todo lo que vendía salía de esa vitrina y decidí centrarme solo en la joya. Mi padre me avaló un crédito, y mientras estudiaba la carrera vendía los domingos en un mercadillo tipo Rastro. Era muy ahorradora y todo lo que ganaba lo reinvertía.

Cuando pedí el crédito, me mudé a un local más pequeño y dejé los muebles para dedicarme solo a las joyas. El verano fue tan bueno que liquidé el crédito en pocos meses. Ahí nace Joyas del Sardinero y, desde entonces, he invertido siempre casi el 100% de lo que entraba.

P: ¿Cuál fue el primer gran salto del negocio?

R: Una feria en Madrid. Exponer era carísimo pero vendí el 80% del stock. Ese fue el punto de inflexión y a partir de ahí pude comprar con otro volumen.

P: ¿Te formaste en gemología desde el principio?

R: Sí. En Santander había una escuela y, al cerrar la tienda, de ocho a once de la noche estudiábamos diamante, piedra de color, perlas, joya antigua… Luego he seguido formándome por mi cuenta, con muchos libros y cursos. Para mí es imposible vender bien sin saber comprar.

En la joyería moderna compras a una marca y encuentras todas las especificaciones. En la joya antigua no; tú tasas, decides qué pagar, cómo lo venderás y adelantas tu dinero. No trabajamos con depósitos, el 100% de lo que ves está comprado y pagado.

P: ¿Cuándo empezáis a crecer fuera de Santander?

R: Muchos años después se incorporó mi marido y abrimos en Bilbao. Las ferias han sido claves, por ejemplo en Feriarte llevo 16 años. Entrar exige dossier, aval de otros anticuarios y que gran parte de lo que lleves sea realmente antiguo. Una feria es fidelización y una inyección económica muy fuerte en pocos días.

P: ¿Cómo llegas a abrir en Madrid?

R: Madrid era obligatorio porque tenía muchos clientes. Abrimos en noviembre de 2019 y en marzo llegó la pandemia. Fue durísimo: inversión enorme, género, personal, gastos… por suerte los caseros se portaron espectacular y nos ayudaron.

Además, este tipo de tienda tiene una inversión brutal en seguridad: cámaras acorazadas, cajas fuertes, alarmas, doble puerta, cristales blindados… No es un negocio “de probar y si no funciona me voy”, vienes a quedarte.

P: Con este nivel de piezas, ¿la seguridad te preocupa especialmente?

R: Mucho, y también que la ley no acompaña: hay mucha impunidad en robos y hurtos. Nosotros tenemos un seguro amplio y la prioridad, si sucede algo, es levantar las manos y que no nos pase nada.

Por suerte, en esta calle hay mucha presencia policial. El seguro, además, nos obliga a recoger cada día el 80% de lo expuesto para cubrir un posible robo nocturno, y lo hacemos.

P: ¿La joyería es un arte?

R: La joya antigua, sin duda, es arte. Todo es manual: orfebrería, tallado, engaste. Cada piedra es distinta y la pieza se construye alrededor de la piedra. Los calados del reverso, hechos con serreta, hoy serían casi imposibles de reproducir.

La joya moderna es diseño industrial: maravillosa, pero igual en París, Londres o Madrid, con tallas a láser y piezas idénticas. Lo antiguo no es comparable.

P: ¿Te preocupa dejar de encontrar joyas antiguas?

R: Muchísimo. Cada vez es más difícil encontrar piezas de época y eso dispara los precios. La moda de los 80-90 (gargantillas panter, cabujones, oro amarillo) nos está ayudando a capear el momento, pero no sé si en el futuro podremos ser solo “joya antigua”.

P: ¿Qué es lo que más disfrutas de tu trabajo?

R: La compra. Encontrar el tesoro, poner la lupa y confirmar que una pieza es de época me da una adrenalina tremenda.

Las ferias también me encantan porque das con clientes muy diferentes en muy poco tiempo. Viajar para comprar, que antes lo hacía muchísimo, ahora lo hago menos, pero sigue siendo de lo que más disfruto.

P: ¿Con qué pieza empezarías un joyero “básico” para una chica joven?

R: Unos pendientes dormilona o solitarios son la base. Y un “punto de luz”, la cadena con un brillante colgando, que puedes llevar siempre. Nosotros ahora los montamos con cadenas finísimas de oro rosa, casi invisibles, para que solo se vea el diamante.

De joya antigua, empezaría con una sortijita art déco sencilla, de platino con diamantes y algún rubí o zafiro. Hay piezas muy buenas que no pasan de mil o dos mil euros. Con ese presupuesto puedes tener una sortija art déco, un punto de luz y unos pendientes tipo chatón que sirven para todo.

P: ¿Y el reloj dónde entra?

R: Para mí, fundamental. Hay que usar lo que se compra; se acabó lo de guardar “las joyas buenas” para tres días al año. Ahora mismo yo me compraría un Cartier vintage pequeño, con correa de piel: un Tank o un Must. Vuelven los relojes mini, también en hombre.

Rolex tiene una burbuja, pero es el reloj más demandado del mundo; un modelo de acero, tamaño medio, unisex, se vende solo. Y Cartier está en un momento increíble: Panther, Santos… Los antiguos, “plaqué or”, se mantienen perfectos cuarenta años después. Les cambias la correa y están nuevos.

P: ¿Qué es lo mejor y lo peor de emprender?

R: Lo mejor, sentirte realizada. Yo trabajo en mi hobby, y eso es un privilegio. Me encanta lo que hago.

Lo peor, la angustia económica: pensar si llegarás a fin de mes, si podrás comprar una pieza que te interesa, si tienes género reservado sin cobrar aún… Es un negocio muy exigente: siempre quieres más piezas, más variedad, más stock, y puede convertirse en un pozo sin fondo.

La parte buena es que la joya siempre tiene valor intrínseco y la moda es cíclica. Estuve años sin vender oro amarillo y ahora vendemos chokers de perlas sin parar, después de tener literalmente una bolsa de basura llena de collares antiguos que transformamos. Eso demuestra que la joya no funciona como la ropa: vuelve.

P: ¿Cuál es tu época histórica favorita en joyería?

R: El siglo XIX. Las piezas que vimos el otro día —collar y tiara— son de principios de siglo, más de 200 años. Los diamantes son talla holandesa, sin culata, monturas cerradas porque aún no se sabía cómo debía incidir la luz.

El tamaño de las piedras para esa época es descomunal; esos pendientes podrían estar en un museo. Es mi época favorita, aunque la más exquisita en orfebrería sea el Art Déco.

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