Han pasado 22 años desde que Letizia Ortiz, entonces periodista y prometida del Príncipe Felipe, apareció ante los medios luciendo un impecable traje blanco de Giorgio Armani durante su pedida de mano. Aquel conjunto, de líneas puras y silueta sobria, se convirtió en un símbolo no solo de elegancia sino también de una nueva manera de entender la moda dentro de la Casa Real.
El 6 de noviembre de 2003, los jardines del Palacio de El Pardo fueron testigos de un momento que ya forma parte de la historia reciente: el anuncio oficial del compromiso entre Felipe de Borbón y Letizia Ortiz Rocasolano. Durante el acto, ambos intercambiaron regalos —unos gemelos de zafiro y oro blanco para él, y un anillo de brillantes para ella—, pero fue el estilismo de Letizia el que acaparó todas las miradas. Su elección no fue casual: un traje de seda blanca firmado por Armani que transmitía profesionalidad, sobriedad y modernidad.
Un traje que habló por sí mismo
El dos piezas, valorado entonces en unos 2.000 euros, estaba compuesto por una chaqueta sin solapas, con tres botones forrados, y unos pantalones de corte recto. Aquel look se agotó en pocas semanas, inspiró a infinidad de diseñadores y se convirtió en el primer gran icono de estilo de la futura Reina.
Lejos de recurrir a un vestido romántico o a un atuendo tradicional, Letizia escogió un traje de chaqueta que proyectaba una imagen clara: independencia, seguridad y profesionalidad. Fue su manera silenciosa de presentarse ante el país, y de marcar el tono de lo que sería su papel en la monarquía: una mujer moderna, preparada y consciente del poder de la imagen.

Con el paso del tiempo, ese traje no solo se ha convertido en parte de la memoria visual de su compromiso, sino también en una pieza fundacional de su estilo. Desde entonces, Letizia ha mantenido el blanco como uno de sus colores fetiche, especialmente en los trajes de chaqueta, con los que ha construido un armario sobrio, elegante y funcional.
Un legado que comparten Leonor y Sofía
El poder simbólico de aquel traje ha trascendido generaciones. La Princesa Leonor y la Infanta Sofía han heredado no solo el gusto por el blanco, sino también la idea de que un traje puede ser sinónimo de autoridad y sofisticación.

Leonor lo ha lucido en momentos clave de su vida institucional, como el día en que juró la Constitución, el 31 de octubre de 2023. Aquel día, la heredera del trono apostó por un traje blanco de Sastrería Serna —la misma que viste al Rey Felipe VI—, un gesto cargado de significado que combinaba sobriedad, tradición y modernidad.

Por su parte, la Infanta Sofía también rindió homenaje al icónico estilo de su madre cuando presidió en 2025 su primer acto en solitario, los Premios Objetivo Patrimonio. Para la ocasión, escogió un traje blanco de El Corte Inglés, con doble botonadura, sencillo y juvenil, en clara referencia al look que inmortalizó a la Reina dos décadas antes.
El blanco, su sello a lo largo del tiempo
A lo largo de estos años, Letizia ha recurrido al blanco en infinidad de ocasiones. Desde visitas oficiales —como la que realizó a Egipto con un traje ligero de Mango— hasta actos institucionales o reuniones de trabajo, el traje blanco ha sido su uniforme de confianza. Ha sabido adaptarlo a cada contexto: tejidos más vaporosos para el verano, pantalones de pinzas amplios para el día a día o blazers estructuradas para las grandes citas internacionales.
Incluso ha rescatado su emblemático conjunto de Armani en momentos especiales, como en su visita de Estado a Marruecos en 2019, donde volvió a lucirlo con la misma elegancia que en 2003.

Más que un look, una declaración de intenciones
Hoy, 22 años después, aquel traje blanco sigue siendo mucho más que un recuerdo de su pedida de mano: representa la evolución de una mujer que supo construir su propio espacio en la monarquía a través de un estilo coherente y personal. Con él, Letizia inauguró una nueva etapa en la forma de vestir de la realeza española: moderna, profesional y cercana.
Y quizás por eso, cada vez que aparece con un traje blanco, todos recordamos aquel noviembre de 2003 en el que una periodista cambió el rumbo de la historia reciente con un gesto tan sencillo como poderoso: vestirse de sí misma.


