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Una chaqueta, un color y una oda histórica: lo que hay detrás de la portada del nuevo disco Lily Allen

El quinto disco de la inglesa se ha catalogado como una ‘venganza personal’, pero también es una reflexión sobre la vinculación del arte iconoclasta y la música, que (en si caso además) está lleno de metáforas en la línea de otras precursoras como Madonna, FKA Twigs o Beyonce

Fotografía: Kiloycuarto

No hace falta recurrir a la cuenta de @elartepop ni estudiar en detalle el último vídeo de Rosalía para darse cuenta de que la música bebe del arte plástico, especialmente del sacro. No es ninguna novedad, teniendo en cuenta que, históricamente, eran los nobles (esencialmente los reyes y las clases altas) quienes incorporaban las tendencias y nuevos materiales (especialmente de los talleres textiles de Flandes o Francia) a su vestuario.

Así (y desde el s. XV) las cortes adoptaban las novedades, que no solo se adoptaban por criterio estético sino como símbolo de poder y distinción. Streetstyle mediante, hoy puede haberse perdido ese foco pero, democratizada la tendencia, el eje es el mismo y tiene el mismo fin: la moda imita al arte [sic] y el arte imita la vida (o la representa, vaya). Bajo esta máxima, el otro lanzamiento de viral de la semana en materia musical (además de Berghain, claro está) llama la atención por lo cónclave del asunto: una Lily Allen de vuelta a la música con una portada que la describe a modo de aparición casi mariana bajo la mirada de la artista española Nieves González.

El disco (West End Girl), que la londinense ha descrito como “autoficción”, ha causado además toda una revolución mediática (y una consiguiente cancelación en torno al ex-marido de la londinense, el actor David Harbour) coincidiendo con su estreno en las listas de éxitos. Según González, las indicaciones para la portada pasaban por crear un retrato de Allen inspirado en sus trabajos anteriores, especialmente en las imágenes de santos que suelen aparecer en sus pinturas.“Querían una atmósfera clásica, pero con elementos que nos situaran firmemente en el mundo contemporáneo; por eso la chaqueta y los lunares se convirtieron en elementos clave de la composición”, dijo la española a la edición británica de Esquire.

La chaqueta acolchada (una puffer jacket para ser más precisos) es un símbolo de finales de los 90 y los 2000, lo que podría hacer referencia a su persona más joven, su debut en la música y la frescura que se percibía de sus looks con vestidos palabra de honor con unas enormes Nike y unos aros dorados como bandera, frente a algo más estudiado. Pero esta vez, esta chaqueta de estilo plumas, ligeramente oversize, parece usarse también como metáfora de un escudo (y no solo del frío londinense).

La periodista americana Vic Chen lo describe como ‘self-preservation’ (auto-conservación), o lo que es lo mismo: cómo lo que vestimos puede reflejar, procesar o incluso facilitar estados internos de vulnerabilidad. Algo similar a lo que ocurre cuando se contempla La Joven de la Perla, de Vermeer, o A Lady In Blue, del británico Arthur Davis, la moda es ornamento pero también hilo conductor de la historia que cuenta la obra en sí.

En el último caso, además de representar el tratamiento real y la divinidad (desde la edad Media), el azul se asocia en algunos casos con un sentimiento de tristeza y melancolía, a veces vinculado desde la mitología griega y otras por las asociaciones de las obras románticas del s. XVIII.

Así lo referencia la autora e historiadora Sarah Murden en su libro All Things Georgian, donde habla de la importancia del color azul desde su origen y de sus representaciones pictóricas en la época de la Regencia, como es el caso del cuadro de Davis. No es casualidad que la realeza francesa lo adoptase directamente de los retratos sagrados virginales para auto-imponerse ese ‘filtro’ de poder y estatus. Fuera del cristianismo, el azul también simboliza la inteligencia, la serenidad y la sabiduría (incluso, la protección contra el mal).

Quizá Allen hace lo propio al aparecer enfundada en esta chaqueta, o quizá deja entrever una mezcla de ambas: la madurez, la inteligencia y el poder propio que convergen con la franqueza, serenidad y frescura que arroja el disco. No es casualidad que González describiese en la entrevista [sic] sobre su proceso con Allen que la imagen que quería transmitir en la portada era la de “una fuerza serena, casi espiritual” que conectase con el resto de la narrativa emocional de West End Girl.

En su caso, la propia Chen razona que la chaqueta acolchada de la cantante, en un tono cerúleo claro, se ve como un refugio visible de todo lo ocurrido, algo así como “un acto de ‘ponerme bien’ tras su ruptura”, explica en su blog. Allen usa las tonalidades de la artista española para expresar la confianza y lealtad que quizá no ha encontrado en este periodo personal de su vida. Sinceridad y transparencia, pero también vulnerabilidad y tristeza. Vestirse así es un acto de resistencia y cuidado propio, razona Chen, como diciendo: “puedo seguir siendo yo, pero protegida”.

Además, la elección de esta prenda en sí como figura central de la imagen refleja un cierto símbolo de empoderamiento cotidiano, tal y como comenta la americana. “Es como una manera de decir: ‘No necesito seducir ni impresionar; necesito estar bien y sentirme segura”. Envolviendo y acolchando tanto la fisiología como la emocionalidad de Allen, el volumen y la estructura de la prensa de vuelven, al mismo tiempo, más relevantes.

Un universo que conversa entre lo privado y lo público, el mundo exterior y el interior, y que también está representado por el slip dress (a modo de camisón) de encaje y unas botas altas con el estampado a juego con la chaqueta puffer. Una dicotomía, muy habitual en las representaciones artísticas, y que aquí habla de todas las personalidades y rasgos que convergen dentro del disco, descritas luego en temas como Sleepwalking o Let You W/In (I can walk out with my dignity if I lay my truth on the table) y que el New York Times ya ha descrito como una “autobiografía sagaz”.

Lo cierto es que esta transposición artística como premisa de un lanzamiento global no es un caso aislado. De hecho, a lo largo de las décadas, la cultura pop ha encontrado en la pintura clásica y la iconografía religiosa un terreno fértil para la reinvención visual, reinterpretando los símbolos del poder, la redención, el culto o la exposición actual.

Siempre precursora, en 1989 Madonna mezcló la iconoclasia católica con erotismo y protesta racial en Like A Prayer, mientras que FKA Twigs reinterpretaba a María Magdalena en su álbum Magdalene (2019) y Beyoncé cabalgaba un caballo plateado en la (ya icónica) portada de Reinassance, al más puro estilo Lady Godiva. Otros ejemplos van desde Lana del Rey y su imaginario pre-rafaelita a Kanye West y su particular subversión de la estética sacra con las pinturas grotescas de George Condo en My Beautiful Dark Twisted Fantasy.

González, que habitualmente ilustra a sus sujetos en estilo barroco pero con prendas y objetos disonantes, fue recomendada a Allen directamente por la estilista Leith Clark. Aunque la cantante no posó para ella, la española contó con lo que ha descrito como “documentación visual durante varios meses”. “Para este proyecto, me interesaba cómo toda esa iconoclasia podía conectar con el mundo del álbum de Lily: una narrativa de fuerza, vulnerabilidad y transformación”, ha dicho en la conversación con Esquire Uk.

“Quería que la obra creara un puente entre esa tradición histórica y la narración emocional contemporánea de la música, permitiendo que la figura de Lily encarnara esa mezcla de poder simbólico y cercanía humana que recorre todo el disco.” Algo que tiene sentido, especialmente en el contexto de la ya es la (¿nueva?) identidad de Allen, metamorfosis divina incluida.

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