En diciembre, la ciudad cambia de ritmo. Las agendas se llenan, las mesas se alargan y la comida deja de ser un trámite para convertirse en punto de encuentro. En ese clima, Ronda 14 aparece como uno de esos restaurantes que no necesitan vestirse de Navidad para entenderla. Basta entrar, sentarse y dejar que la conversación fluya entre platos pensados para compartir. Hay energía, hay oficio y, sobre todo, hay una sensación poco común de estar en un lugar con historia.
Esa historia empieza lejos del ruido actual. Mario Céspedes recuerda el nacimiento de Ronda 14 en Avilés como un tiempo de trabajo puro, sin épica impostada. Habla del “arranque” como quien recuerda una época exigente y feliz a la vez. Él en la cocina, Conchi Álvarez en la sala, jornadas largas y una idea fija en la cabeza: que todo saliera bien. Después de cada servicio, cuando el restaurante quedaba en silencio, llegaban las conversaciones largas, las que sirven para entender qué había funcionado y qué podía mejorar. Ahí, más que en cualquier discurso, se fue formando el carácter del lugar.
El otro gran protagonista de esos primeros años fue el público. Céspedes lo dice con claridad y sin condescendencia. El comensal español había viajado, tenía referencias, curiosidad. Y aun así, cuando Ronda 14 empezó, la cocina nikkei no formaba parte del paisaje habitual, especialmente en Asturias. Ofrecer ceviches y tiraditos era abrir una puerta nueva. La respuesta no fue imponer una idea, sino adaptarla. La clave estuvo en mirar alrededor y entender la despensa local como aliada. Productos del Cantábrico, sabores reconocibles y una técnica aprendida entre Perú y Japón sirvieron para construir una cocina que hablaba varios idiomas sin perder acento.
Esa forma de trabajar, cercana y casi artesanal, también se vivía en la sala. Céspedes recuerda aquellos días de barra, de invitar un ceviche como aperitivo, de charlar con los clientes y explicar lo que llegaba al plato. Hacía falta hacer de todo. Cocinar, fregar, servir. Conchi en la sala, sosteniendo el ritmo y el trato. Esa experiencia, acumulada servicio a servicio, explica por qué hoy Ronda 14 conserva una naturalidad difícil de fingir. No hay rigidez ni distancia, pero tampoco improvisación.
Con el tiempo, el proyecto creció. Aparecieron otros conceptos, otras direcciones, otras maneras de contar la cocina peruana. Aun así, Ronda 14 sigue siendo el centro de gravedad. El primer restaurante, el lugar al que hay que volver una y otra vez para recordar por qué todo empezó. Céspedes lo define como su buque insignia, no en términos de ambición, sino de responsabilidad. Mantenerlo fuerte es una cuestión de coherencia.
Esa coherencia se nota cuando habla de precios y de experiencia. No hay grandilocuencia. Hay una idea muy clara de honestidad. Que el cliente pague lo justo, que coma bien, que sienta que el valor está en el plato y en el trato. En un mes como diciembre, donde la hostelería a menudo se vuelve rígida y previsible, esa filosofía resulta especialmente atractiva. Ronda 14 no se convierte en un escenario navideño, sigue siendo lo que es. Y por eso funciona.
También pesa la historia personal que hay detrás. Céspedes creció entre mercados limeños y caldos populares. Conchi llega desde una trayectoria sólida en sala y bodega. Dos miradas distintas que hoy se mezclan de manera orgánica en cada servicio. Él lo resume de forma sencilla. El bagaje de ambos se nota. La infancia, la experiencia, todo acaba apareciendo en el restaurante, aunque nadie lo señale.
Cuando se les pide imaginar un día perfecto sin servicios ni llamadas, la respuesta vuelve a lo esencial. Familia, calma, cocinar juntos, compartir una comida en casa. No suena a evasión, suena a continuidad. Quien disfruta así de su tiempo libre suele buscar lo mismo para los demás. Quizá por eso Ronda 14 tiene algo doméstico, incluso en sus momentos más animados.
Sentarse a su mesa en diciembre es, en el fondo, un gesto sencillo. Pedir varios platos al centro, dejar que la sala marque el ritmo, brindar sin prisa. La cocina nikkei aparece con naturalidad, los sabores se reconocen y sorprenden a la vez, y la noche avanza sin estridencias. No es un restaurante que reclame atención. La merece.
En una época del año en la que todo compite por ser memorable, Ronda 14 elige otro camino. El de la constancia, el del oficio, el de hacer sentir al comensal que está exactamente donde tiene que estar. Y eso, hoy, es un pequeño lujo.

