La noche en que la vida de Taynara cambió para siempre empezó como tantas otras en São Paulo: en un bar con música a todo volumen y cervezas. Estaba amaneciendo cuando Taynara Santos salió del bar. Tenía 31 años, dos hijos pequeños y una vida sencilla, con trabajos informales y la ayuda de su familia para llegar a fin de mes.
Esa noche se reía con un hombre en la puerta del bar. Una conversación normal al salir del local. Pero ella no se daba cuenta de que a unos metros, su exnovio Douglas de 26 años, estaba que echaba humo por los celos. Les miraba y se le mezclaban el orgullo herido, el alcohol y esa idea terrible de que una mujer tiene que dar explicaciones por dejarle.

Las cámaras del bar grabaron a Taynara y a su acompañante en la calle. Douglas apareció y empezó a discutir con el hombre. Después se volvió hacia ella. No se oye lo que decían pero estaba claro que la cosa iba de reproches y celos.
De repente, Douglas se fue, dio media vuelta y caminó hacia su coche, un Volkswagen negro. Abrió la puerta y encendió el motor. Cualquiera en su lugar se habría calmado, habría dicho alguna grosería y se habría ido a casa. Pero él no.
Taynara seguía en la calle a pocos metros. Entonces se escuchó un ruido fuerte. El motor aceleró de golpe y el coche se fue directo hacia ella.
El golpe la tiró al suelo y el vehículo le pasó por encima sin frenar. El cuerpo de Taynara quedó atrapado debajo del coche, enganchado entre el metal y el asfalto. Douglas seguía acelerando.
El Volkswagen arrastraba un cuerpo debajo, algo que los demás conductores no podían creer. Alguien empezó a grabar con su móvil.
Douglas arrastró a Taynara un kilómetro. Una eternidad de dolor, huesos rotos, piel arrancada y nervios destrozados. Un kilómetro que cambió su vida para siempre.
En un momento, el coche se subió a la acera, cerca de una gasolinera. El cuerpo se soltó y se quedó tirado en el suelo. Algunos testigos frenaron y corrieron hacia ella. Uno se arrodilló e intentó hablarle. Taynara todavía reaccionaba y estaba consciente a pesar de estar destrozada.
Y el coche desapareció. Mientras tanto en casa de la familia de Taynara el teléfono sonó. La madre escuchó la palabra “accidente”, el interlocutor incapaz de decir lo que realmente pasó. Pero a los pocos minutos supo que no era un accidente:
“Él fue a matarla” dijo después a las cámaras.
En el hospital municipal los doctores no podían hacer mucho. Las piernas de Taynara estaban destrozadas por el asfalto y el coche. En el quirófano tomaron una decisión: amputarle las dos piernas. Era eso o morir.

Su cuerpo estaba lleno de heridas: quemaduras, fracturas, lesiones internas. “No hay una parte de su cuerpo que no esté dañada” dijo un familiar.
Douglas no fue a ninguna comisaría a decir que había hecho una locura y a entregarse. Se escondió. Llamó a sus familiares y pidió ayuda. El Volkswagen terminó aparcado en la casa de un exsuegro, lejos de la escena del crimen. De ahí un coche lo llevó a un hotel. Se escondió en una habitación mientras la mujer que había arrastrado luchaba por sobrevivir.
Cuando la policía lo encontró, Douglas se resistió y cogió el arma de uno de los agentes. En la pelea el policía le disparó y le hirió en el brazo. Fue atendido en un hospital y después llevado a comisaría.
Al día siguiente, frente a una cámara, dió una versión falsa: dijo que no conocía a Taynara. Que quería atropellar al hombre que estaba con ella y que todo fue un error. Algo así como “yo solo quería matarle a él”.

Taynara fue llevada al Hospital das Clínicas, un importante centro en São Paulo. Está en la UCI, vigilada y sedada. Lleva cuatro cirugías, entre ellas injertos de piel para cerrar las heridas que le dejó el arrastre.
Su hermana contó que era una tragedia. “Perder las piernas…a ella le gusta bailar. ¡Va a ser muy difícil!”. En su casa, sus hijos preguntan por ella. Uno tiene doce años y la otra apenas siete.
Taynara todavía no conoce todo lo que le hicieron. Sabe que no tiene piernas y siente el dolor que tienen las personas que han sido amputadas. No sabe cuántas cámaras le grabaron ni cuántas veces han escrito su nombre en medios de comunicación que nunca se habían fijado en ella.
Sus piernas no volverán. Y su historia no terminará con la sentencia del juicio. Ahí empezará otra etapa: rehabilitación, prótesis, trauma psicológico.
Al menos esta vez hay vídeos, testigos y atención mediática. Y una mujer viva que contará lo que le hicieron, cuando esté lista.

