Opinión

La víctimas sin voz del machismo asesino

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Entre el año 2013, que es cuando la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género empieza el registro, y el año 2024, la violencia machista ha dejado 469 menores huérfanos en nuestro país. Si a esta cifra le sumamos los hijos e hijas mayores de 18 años, el total asciende a 874.

No cabe imaginar un trauma más brutal para una niña o un niño que el de perder a una madre por el ataque homicida de su propio padre. Las dos figuras protectoras, los dos adultos que debían guiarte en la infancia, cuando eres más vulnerable, saltan por los aires y muchas veces ante tus ojos; mamá muerta y papá en la cárcel por haberla asesinado. Es difícil imaginar un dolor más lacerante, será una herida que no acabará de cicatrizar nunca.

Las víctimas del machismo asesino son las mujeres que mueren a manos de sus parejas o ex parejas pero no son las únicas víctimas. De ellas hablamos, las nombramos, las recordamos, España, como ningún otro país de nuestro entorno, las ha situado en el centro del debate y de la atención públicos. Nos convocamos a minutos de silencio en memoria de cada asesinada pero ¿qué ocurre después; los días, los meses y los años siguientes con los hijos e hijas de esas mujeres?

Durante mucho tiempo los huérfanos de la violencia de género han sido los grandes olvidados. El Estado de Derecho, las autoridades públicas, los servicios sociales que no supieron proteger a la madre no están, tampoco, siendo diligentes en la reparación del daño de los hijos.

El número de menores que conviven con la violencia es elevado -aunque sabemos que las estadísticas no reflejan toda la realidad-.

Según el Ministerio del Interior, a enero de 2025, hay 52.824 casos de víctimas de violencia machista con menores a su cargo.

¿Qué institución o qué política pública se ocupa de proteger a esos menores? Ninguna. Son las víctimas las que cargan con esa responsabilidad hasta el punto de que muchas de ellas negarán, ocultarán, disimularán y minimizarán su propio riesgo.

En el fondo, la maternidad, actúa como un condicionante de la seguridad de las víctimas.

Los niños y niñas que pierden a sus madres, tras la brutalidad del padre quedan, en la mayoría de los casos, a cargo de algún miembro de la familia materna; abuelas, tías, hermanos mayores y lo hacen en circunstancias muy difíciles no sólo por el trauma que golpea a todos sino por problemas económicos, administrativos y legales que se convierten en un infierno para la familia de acogida.

A pesar de tímidos avances en los últimos años en cuánto a las pensiones de orfandad, que se han ido mejorando gracias al trabajo del Fondo de Becas Soledad Cazorla y la Fundación Mujeres, queda un largo camino por recorrer antes de que podamos hablar de justicia restaurativa y de reparación del daño que estos menores merecen. Porque se trataría de abordar un compromiso más allá del castigo penal al agresor y del homenaje silencioso a la víctima. Es urgente desarrollar medidas para una aproximación humana y sostenida en el tiempo hacia los niños y niñas que sufren una vivencia tan devastadora.

En España no contamos con un protocolo común de actuación cuando se produce el crimen machista de una madre; depende de los recursos y las medidas que existan en cada localidad. Bajo el impacto traumático, los menores son atendidos en medio de un gran desorden administrativo y judicial desdeñándose, en muchas ocasiones, la urgente necesidad de una intervención psicológica especializada y sostenida en el tiempo. Todas estas circunstancias se ven agravadas cuando se producen en familias vulnerables, en localidades con escasos recursos públicos, o en la España vaciada.

En los últimos años, el número de menores huérfanos por crímenes machistas ha crecido y el estigma les sigue golpeando como un doble castigo. Hay que saber que, en muchas ocasiones, estos niños y niñas son los hijos de la víctima pero también del asesino. Muchos de ellos se ven no sólo forzados a cambiar de residencia sino de ciudad, de colegio y, en definitiva, de entorno afectivo ante la pasividad de las administraciones públicas y la indiferencia del poder político.

No puede pasar ni un día más en el que no abordemos, a fondo y con recursos, el futuro de unos menores rotos por culpa del machismo asesino. Puesto que fracasamos al no proteger a sus madres les debemos a ellos todo el esfuerzo posible para sanar sus heridas y mejorar su porvenir.