Malala Yousafzai nunca imaginó que un recuerdo infantil pudiera motivar una causa tan justa. “Recuerdo que en la hora del recreo, los niños iban al campo de cricket y las niñas teníamos que quedarnos atrás”, contó a CNN. Aquella imagen de exclusión, repetida en miles de escuelas y barrios alrededor del mundo, se transformó en una semilla de cambio: la certeza de que “el deporte era algo a lo que las niñas no tenían acceso fácilmente”.
Para promover la igualdad total en el mundo del deporte, Malala ha lanzado Recess, una iniciativa global que combina inversión social, activismo y visión a largo plazo. Junto a su esposo, Asser Malik, ha fundado Recess Capital, una firma que busca derribar las barreras de género en el deporte femenino.

Ya han comenzado a invertir en ligas profesionales como la NWSL (fútbol femenino en Estados Unidos) y la WNBA (baloncesto), pero su visión va mucho más allá. Quieren que Recess sea una red de apoyo que se extienda desde los estadios de élite hasta los campos polvorientos donde las niñas juegan con pelotas hechas de trapo.
“Buscábamos una oportunidad en la que pudiéramos aportar nuestra experiencia, nuestra plataforma, para beneficiar al deporte femenino”, explicó. Lo que Malala propone no es solo una inversión económica, sino una inversión emocional, social y simbólica: rescatar del olvido a generaciones de niñas que han sido privadas del juego en libertad.
Para ella, el deporte no es solo una actividad física: es una forma de encuentro, de identidad y de comunidad. “El deporte es una forma poderosa de unir a las comunidades”, afirmó. Y añadió: “Podemos ser competitivos, pero al mismo tiempo, cuando termina el partido, podemos abrazarnos, darnos la mano y reconocer que todos somos una sola humanidad”.

La elección del nombre Recess (recreo) no es casual. Evoca precisamente aquel instante en que Malala comprendió que el acceso al juego estaba vetado para ellas. Su infancia en el valle de Swat, en Pakistán, estuvo marcada por la lucha contra las restricciones impuestas por los talibanes, quienes prohibieron la educación femenina y transformaron la vida diaria de las niñas en un infieron
A los once años, empezó a escribir bajo seudónimo para la BBC, relatando cómo era vivir bajo esa opresión. A los quince, un disparo en la cabeza casi le arrebata la vida cuando regresaba en autobús de la escuela. Ese intento de silenciarla se transformó en el origen de una de las voces más poderosas del siglo XXI.
Desde entonces, Malala ha recorrido el mundo, ha pronunciado discursos en Naciones Unidas, ha recibido el Premio Nobel de la Paz y ha convertido su testimonio en un megáfono contra la injusticia. Y no deja de reinventarse. La educación sigue siendo su causa central, pero ahora entiende que las aulas no son el único espacio donde se aprende a ser libre. El juego y el deporte también enseñan liderazgo, resistencia, trabajo en equipo y confianza.

“No se trata solo de apoyar a atletas de alto nivel”, explicó durante la entrevista a CNN. “Queremos invertir también en organizaciones comunitarias, en espacios donde niñas jóvenes, especialmente de comunidades marginadas, puedan simplemente jugar y descubrir su potencial”. Detrás de esa visión hay una apuesta clara por la igualdad, que no debería depender del género o estatus socioeconómico.
“Queremos que las niñas tengan acceso no solo a canchas, sino también a entrenadoras, equipamiento, espacios seguros donde se sientan valoradas”, agregó. Pero Malala no romantiza la lucha. Sabe que el deporte femenino enfrenta barreras reales: desigualdad salarial, falta de visibilidad mediática, escasa financiación o estereotipos culturales. “Muchas veces se ve el deporte como algo masculino, como si las mujeres no pudieran ser fuertes, rápidas o competitivas. Eso también hay que transformarlo”, afirmó en otras ocasiones.
El proyecto también reconoce que el cambio no puede venir solo desde arriba. Por eso, además de invertir en ligas profesionales, pretende reforzar el deporte de base apoyando apoyar clubes de barrio, escuelas públicas o asociaciones sin fines de lucro. Hoy, Malala se presenta al mundo no solo como activista, sino también como constructora de futuras deportistas. “Buscábamos una oportunidad para usar nuestra plataforma en beneficio del deporte femenino”, concluyó.