La rescatista Naomi Tivon Galeano frenó el coche para atender a Artículo14. Cuando termina su jornada laboral, donde asiste a personas discapacitadas, se pone un chaleco naranja. Es el color que identifica a United Hatzalah, una oenegé formada por voluntarios paramédicos en todo Israel. Son los primeros en llegar cuando hay accidentes, catástrofes naturales o bombardeos indiscriminados.
Ante la magnitud del daño causado por los misiles balísticos iraníes, la rapidez de Naomi y sus colegas es crucial para salvar vidas. Durante la videollamada, muestra el pesado chaleco y el casco que se viste cuando suenan las alarmas antiaéreas. Junto a su teléfono, un dispositivo del colectivo pita constantemente: las alertas son frecuentes. Hay muertos, decenas de heridos y desaparecidos bajo los escombros. No hay tiempo que perder.

-¿Qué significa ser voluntaria en United Hatzalah?
-Significa que todo el tiempo llevo en mi coche y en mi casa los equipos que necesito para salvar vidas. Tengo un chaleco táctico, una radio conectada al GPS y un equipo completo de primeros auxilios. En estos días, por la guerra, también llevo un casco y un chaleco más pesado. Todo para poder salir rápido del búnker si hay una emergencia.
-En Occidente no son tan comunes estas organizaciones. ¿Qué les diferencia de un sistema de ambulancias tradicional?
-La idea de United Hatzalah es simple: el tiempo salva vidas. En las ciudades grandes, con tráfico o en pueblos alejados del hospital, la ambulancia puede tardar 10 o 20 minutos. Y a veces ya es demasiado tarde. Nosotros, los voluntarios, tenemos el mismo equipo que un médico necesita para dar el tratamiento básico o avanzado antes de que llegue la ambulancia. La idea es ganar esos minutos y que no perdamos a esa persona. Queremos que haya más y más paramédicos en cada lado, en cada edificio del país, para que pase lo que pase, podamos llegar en menos de 90 segundos y salvar vidas.

-Eres madre de tres hijos y trabajas a tiempo completo. ¿De dónde sale la energía para esta misión?
-Hace algunos años sentí que me faltaba algo. Tenía la sensación de que no era suficiente con ir a trabajar, volver a casa y estar con los hijos. Quería hacer algo me diera el sentimiento de estar marcando una diferencia. No tengo mucho tiempo libre, así que necesitaba algo que pudiera hacer en cualquier momento.

United Hatzalah fue la solución perfecta: puedo ayudar 24/7, sin horario fijo. Y vi que soy útil. Muchas veces estaba conduciendo y ocurrió un accidente frente a mí, o en casa de una amiga y hubo una emergencia en el mismo edificio, o en el supermercado y alguien se desmayó. Son cosas que pasan todo el tiempo, en cualquier lugar, y ahí estoy.
-Esta guerra les pone en situaciones más difíciles. ¿Cómo lo están afrontando?
-Tristemente, tenemos experiencia desde el 7 de octubre. No es algo bueno, pero nos ha dado práctica. Llevamos casi dos años en situación de guerra y eso nos ha preparado. El lunes pasado, por ejemplo, salí con otra voluntaria. Estuvimos en varias casas en nuestra ciudad y luego nos llamaron porque necesitaban más ayuda en Rehovot. Y allí, mientras estábamos en el centro de United Hatzalah, sonó la alarma de misiles. Estábamos en el búnker y justo llegó la llamada de que un misil había caído en el centro de Tel Aviv.

Salimos como locos y en menos de 15 minutos llegamos al lugar. Activamos el Código Naranja, un protocolo internacional que indica cómo actuar cuando hay muchos heridos. Es el mínimo tratamiento necesario para salvar la vida y sacar a la gente del peligro lo más rápido posible. Porque no es solo el misil que cayó: un piso puede venirse abajo, los coches pueden explotar, hay cristales, hay gasolina… hay que moverse rápido.
¿Qué es lo más difícil de trabajar en estas circunstancias?
El riesgo constante, la presión de tener que sacar a la gente antes de que algo peor pase. Porque cuando un misil ya ha caído, el riesgo sigue. Los edificios dañados pueden colapsar una o dos horas después, un vehículo puede explotar. Tienes que revisar todo, oler si hay gasolina, chequear que no haya riesgo de fuego. Y sobre todo, hacerlo muy rápido porque de eso depende que las personas salgan vivas.
-A nivel personal, ¿cómo lidian con el impacto emocional de estas experiencias?
-Por suerte United Hatzalah piensa en eso. En cada ciudad tenemos un centro donde los voluntarios podemos ir: hay café, colchones, un lugar donde sentarnos y hablar con amigos. Y además tenemos un equipo de psicólogos y trabajadores sociales disponibles 24 horas. Después del 7 de octubre esto me ayudó mucho. Eso nos permite seguir adelante, porque somos voluntarios, pero también personas con familias, con nuestras propias emociones.

-No está sola en esta complicada misión.
-Somos 8.000 voluntarios, que lo hacemos todo de corazón. Queremos que no se pierdan vidas porque la ayuda llegó tarde. Queremos estar en cada edificio, en cada calle, para que, pase lo que pase, alguien pueda dar los primeros auxilios en menos de un minuto. Y que ojalá no tuviéramos que estar tan preparados, que ojalá lleguen tiempos más tranquilos para todos. También ocurren cosas felices: ayudamos a nacer a un bebé porque la ambulancia no llegó a tiempo para llevar a la madre hasta el hospital.