Hace una semana se hizo público que, en unos campamentos juveniles de 13 a 15 años celebrados en Bernedo, Álava, entre el 7 y el 23 de agosto, los niños y las niñas no tuvieron más opción que compartir habitaciones y duchas de forma mixta, sin diferencias por sexos. Según le contó al volver a casa una chica de 15 años a su madre (tenían prohibido contactar con sus padres durante la acampada) muchos protestaron por ello pero fueron ignorados por los monitores. Y que a los que les daba más vergüenza ni siquiera les permitieron ducharse en bañador. Naturalmente, esto provocó una reacción muy airada por parte de los padres, un alboroto en las redes sociales y las denuncias de una periodista, Zuriñe Ojeda, que ha llevado la investigación de este asunto tan lamentable.
¿A santo de qué tuvieron los organizadores tamaña ocurrencia? Pues justamente por algo que quizá a ustedes también se les ha ocurrido: la jodida ideología de género. La excusa que dieron fue que habían dispuesto de esta manera las duchas “por si había algún (joven) trans.” Y afirmaron que no creían “en la división por géneros”, ya que practicaban “una educación feminista e igualitaria” y que la separación dejaría fuera “a varios cuerpos e identidades”. Vamos, un disparate.
La cuestión de las “identidades sexuales” se ha ido transformando por culpa de activistas anticientíficos, políticos oportunistas y medios de comunicación irresponsables en un concepto más propio de un culto o de una secta que en algo real.
Marina Pibernat, coautora del libro ‘La coeducación secuestrada: Crítica feminista a la penetración de las ideas transgeneristas en la educación’, cree que las ideas transgeneristas se parecen a las creencias religiosas. Para ella van en contra de la ciencia y del empirismo “con graves efectos sobre los jóvenes en su salud mental, sus cuerpos, y salud física”. También un informe de Feministes de Catalunya asegura que el sistema escolar obligatorio abre la entrada de las escuelas a ‘organizaciones transactivistas’, y denuncian quince protocolos educativos que alientan ‘a dudar sobre la propia identidad sexual’ a los alumnos. Los organizadores de ese campamento, tan absurdo y tan preocupado por cuestiones que sólo existen en su imaginación, deberían escucharlas. “Como feministas sabemos que no existe la infancia trans, que es una construcción a la que se induce desde las escuelas o la cultura digital”, afirman.
El postureo ético es una de las plagas sociales de las últimas décadas, a pesar de que puede causar daño a terceras personas o, incluso, a los propios sujetos. Las propiedades placenteras del «comportamiento social costoso» son la razón más probable para que se produzca en algunas personas actitudes de solidaridad y empatía que llega a extremos sorprendentes y contra intuitivos. La gratificación que sienten reprimiendo lo que suponen sus prejuicios es tan grande que, a veces, desborda el sentido común. ¿Qué sostiene, cómo se compensan esas actuaciones tan costosas en los individuos? Tiene que haber recursos evolutivos que consigan que el comportamiento prosocial sea gratificante, incluso, como en el caso del campamento de Bernedo, forzando algún límite más de la cuenta.
Piensen que, en este grupo de 80 adolescentes campistas compartiendo dormitorios y duchas, se reportó un caso de acoso sexual a una niña a la que se le obligó a ducharse con el acosador. Preguntados los organizadores por la agresión, respondieron así: “Sentimos profundamente lo ocurrido en los udalekus y todo el dolor que esto ha causado. Estamos realmente preocupades y dispuestes a hablar en torno a lo sucedido y nuestras maneras de gestionar las diferentes situaciones. En todo caso, debemos recordar que somos un grupo grande de gente voluntaria que funciona de manera asamblearia y, por lo tanto, necesitamos tiempo para poder tomar decisiones consensuadas y contrastadas”.
En fin, un despropósito. Como le dijo un educador que conoce ese campamento a la periodista Zuriñe Ojeda, “si una niña de 14 años acudiera a su profesora contándole estos mismos hechos en un ámbito privado, por ejemplo que su padre le obligaría a ducharse desnuda con él y con los hijos de los vecinos, saltarían todas las alarmas y se pondrían en marcha una serie de protocolos para averiguar lo sucedido y proteger a la menor.”
El tema sigue en desarrollo, con posibles investigaciones en curso por parte de la Ertzaintza y críticas a la Diputación de Álava por no supervisar estos campamentos.