En Río Turbio, en la Patagonia argentina, existe un mito según el que, en lo profundo de la tierra, el diablo tiene una amante a la que obliga a dar a luz carbón, y que nunca debe sentirse celosa. Se trata de la mina, una mujer que se abre y recibe a los varones para que la excaven y la perforen; si alguna mujer entrara en ella, el vientre se le pudriría y el útero se le secaría.
Se cuenta también que décadas atrás, cuando el trabajo bajo tierra era precario y los derrumbes eran habituales, un día de mucha lluvia el cerro cedió y con él las vigas, y un trabajador quedó sepultado; que, al conocer la noticia del accidente, su esposa corrió a buscarlo e intentó rescatarlo a pesar de que le dijeron que no debía entrar al túnel, y su alma quedó atrapada en la mina; y que, de vez en cuando, algún minero caía presa del embrujo de esa viuda negra y también desaparecía.
Es a causa de esa superstición que, a lo largo de 80 años, ninguna mujer pudo trabajar dentro de la mina de Río Turbio. Tan solo se les permitía acceder a ella una vez al año: el 4 de diciembre, día de Santa Bárbara, patrona de los mineros, las mujeres podían entrar a la mina. Aquel día, además, en la localidad había bailes y fiestas, y se elegía a la Reina del Carbón. Pese a que no estar fundamentada por ley laboral alguna, esa restricción se mantenía férrea como el acero.

La primera mujer minera
Y eso fue así hasta que llegó Carla Rodríguez. Ella fue la primera mujer minera en la Patagonia, y su historia es ahora el asunto de la nueva película de Agustina Macri –hija del expresidente argentino Mauricio Macri–, Miss Carbón. Recién llegada a la cartelera, relata la lucha que Rodríguez tuvo que sostener contra su familia, sus vecinos y los prejuicios en defensa de sus convicciones, y gracias a la que logró derribar la valla que le prohibía el acceso a las entrañas del cerro. “Yo me soñé minero antes de ser mujer”, cuenta la joven, encarnada en la nueva película por Lux Pascal, hermana del actor Pedro Pascal. “Y siento que el destino me empujó a cumplir ese sueño, y a cambiar el Sistema desde dentro”.
Rodríguez nació hace 33 años en un asentamiento ubicado a menos de un kilómetro de la mina. Sus padres decidieron que su nombre sería Carlos Enrique. Dado que desde su niñez se comportó como una chica, tuvo que soportar burlas, gritos y maltratos físicos, y la hostilidad hacia ella se agravó a medida que crecía. A los 14 dejó el colegio porque ya no podía soportar más violencia, y también comprendió que no era bienvenida en su propia casa.
Para ganarse la vida empezó a limpiar casas, y luego trabajó en una peluquería. También se empleó como asistenta en el cabaret del pueblo, y allí conoció a otras mujeres trans. “Algo en mi interior me protegía de toda maldad que la sociedad arroja sobre ti cuando decides corporalizar tu identidad”, recuerda. “Y esa fuerza interna me ha permitido esquivar esa exclusión y ese rechazo que siguen estando tan presentes en nuestro mundo”.

Las grietas del patriarcado
En cuanto cumplió 18 años, solicitó trabajo en la compañía YCRT (yacimientos carboníferos de Río Turbio). El rechazo no la disuadió, y volvió a presentarse a los 20. Llegó a las oficinas de la empresa con la melena recogida y su documento de identidad, según el que su nombre era Carlos Enrique. Poco después, en 2011, había sido nombrada operaria minera, y trabajaba a diario tanto contra la dureza de la tierra como contra el recelo de sus compañeros, todos varones. Poco a poco, consiguió que la aceptaran, la ayudaran y le enseñaran los secretos del trabajo. Se infiltró a través de una grieta del patriarcado.
En mayo de 2012, Argentina aprobó su Ley de Identidad de Género, que reconocía el derecho de las personas a ser tratadas de acuerdo con su identidad de género autopercibida, y entonces Rodríguez corrigió su DNI para que, también oficialmente, Carlos Enrique fuera Carla Antonella. Cuando decidió operarse los pechos, la llamaron desde la empresa y le dijeron que, puesto que ahora era una mujer, ya no podía trabajar dentro de la mina, que debía ser trasladada y empezar a desempeñar tareas de oficina.
En 2015 mandó a sus empleadores una carta en la que mencionaba “el trato discriminatorio” por parte de sus compañeros y les notificaba su intención de volver a su antiguo puesto de trabajo. Sabía que no se lo impedirían, que nadie se atrevería a responsabilizarse de semejante acto discriminatorio. Y, entonces, Carla Antonella Rodríguez se convirtió en la primera mujer que trabajaba en la mina de Río Turbio. “Me siento orgullosa de ser trans, y si naciera de nuevo volvería a elegir serlo”, asegura. “Gracias a ello, he dedicado mi vida a combatir las injusticias, y es muy hermoso vivir de esa manera”.

En 2023, Rodríguez participó en la creación de un departamento de género en YCRT y, tras la derogación de una ley de 1924 que prohibía el empleo de mujeres en labores consideradas “peligrosas o insalubres”, contribuyó al diseño de un plan para el acceso de las mujeres a la actividad minera. Por entonces, eso sí, empezaba a aumentar de tamaño la ola de transfobia que se ha extendido entre líderes políticos de todo el mundo –entre ellos el presidente argentino, Javier Milei–, y que amenaza con echar por dejar sin efecto los progresos que la comunidad trans ha ido consiguiendo a lo largo de las décadas.
“Milei nos ha humillado y ha atentado contra nuestra vivencia, nuestros cuerpos y nuestra identidad”, sentencia Rodríguez. “No podemos dar un paso atrás ni permitir que vuelvan la exclusión, el maltrato y los discursos de odio. Para evitarlo necesitamos que la sociedad entienda que necesitamos su apoyo, y aue entre todas y todos podemos construir un mundo mejor”.