La primera vez que escuché criticar la Ley del Menor fue cuando los asesinos de Sandra Palo, con más de 700 detenciones previas por delitos de todo tipo, fueron juzgados en calidad de menores de edad, ya que tenían entre 14 y 17 años. Sandra Palo murió entre insufribles dolores y torturas después de ser violada pero antes ser quemada viva, pero El Malaguita, El Rafita, Ramón y Ramoncín fueron juzgados como si fueran niños. Los autores del crimen de Sandra Palo tenían una gran diferencia con los perpetradores de delitos más frecuentes, y es que es entendible – que no justificable – que uno salga torcido de una familia desestructurada y sin recursos. Lo que ya no es anecdótico es que adolescentes con la vida resuelta se dediquen a delinquir porque saben que, como son menores, no se puede hacer nada contra ellos. Lo saben, lo esgrimen, y lo aprovechan para unas diversiones detrás de las cuales solo hay sadismo.
La noticia de los tres menores que han agredido a un indigente en Benacazón es una más de tantas. En este caso fueron tan, tan idiotas, que se grabaron torturando a un inocente sin más delito que no tener un techo. Les divertía quemarle el pelo, por pobre y por tener calvas. Le prendían mechones mientras el hombre no osaba defenderse. Unos minutos de crueldad que luego han distribuido por Internet. Además de una merecida condena por agresión, lesiones y aporofobia, les debería caer otra por imbéciles. Por desgracia, los dos que han detenido de momento tienen 17 años. El abuelo de uno de ellos (Samuel) ha sido entrevistado en Y ahora, Sonsoles (inexplicable, por otro lado, que tenga que ser el abuelo el que dé la cara, pero esa es otra historia) diciendo que su nieto “no es un chaval malo”, y que “entendemos que hay que darle un escarmiento”. Pero si algo es, en esencia, el tal Samuel, es malo. Si por un casual fueron los amigos los que le incitaron, Samuel es malo y también es tonto. Y Samuel no merece un escarmiento; merece un justo castigo que empieza por la privación de libertad y movimientos, sigue por la reeducación, y termina por la compensación económica a esa víctima que ahora estará durmiendo en otro pueblo, pero con más miedo que hace una semana. Samuel y sus amigos han deshumanizado a un indigente y han usado su miedo y su dolor como medio de diversión. Ese tipo de delito (como la agresión sexual, el acoso escolar, o cualquier otra forma de violentar a otro ser humano) deberían de ser juzgados como delitos de adulto, porque es la única manera de que la gente cruel – que existe y existirá – se lo piense dos veces antes de hacer las cosas.
Detrás de los nuevos adolescentes agresivos siempre hay padres consentidores que se refieren a sus hijos como “niños”. Adultos que contemplan las acciones de sus embrutecidas crías con la parsimonia de quien sabe que con 50€ y un móvil se los quita de encima. Este tipo de padres dice que sus hijos son “buenos” (en realidad no lo piensan) porque se los quitan de encima tan pronto como llega el tiempo libre, y ahí les mandan a dar por saco a la calle, al campamento, al club de fútbol o al extranjero, dependiendo de su nivel adquisitivo. Nada que ver con los delincuentes menores de edad que no han tenido nadie que vele por ellos. Malcriar a un niño es tan malo como no criarle en absoluto.
No sé qué realidades se habrán vivido en las casas de los agresores del mendigo de Benacazón, pero me hago una vaga idea. Si pudiera hablar con alguien del pueblo estoy segura de que me diría que hay un claro líder y dos pegotes a su lado. Personalidades amorales de fuertes y débiles siempre habrá, pero lo de que haya padres que justifiquen las acciones de sus hijos es algo relativamente nuevo, y la Ley del Menor no ayuda. Los padres de las niñas que le hicieron la vida imposible a Kira López dicen que sus hijas son las acosadas. Los padres de los niños que llevaron al suicidio a Sandra Peña dicen que sus hijos están sufriendo acoso psicológico. Lo que sea menos dar la cara por la educación de mierda recibida en casa, y lo que sea menos cambiar esa ley que ya huele y que por ahora ningún partido se ha propuesto modificarla sustancialmente. VOX ha pedido cambiarla para poder quitarse de encima a algún que otro marroquí, pero hasta ahí llegaría su interés. De momento, en la calle la indignación se reproduce cada semana, pero en la política nadie se atreve a mover un dedo mientras que un montón de niñatos indecentes sigue haciéndole la vida imposible a menores y mayores porque esa ley, en la vertiente judicial, está para proteger al agresor.



