Más allá del auge de los másteres y programas de posgrado experimentado en los últimos años, existe una herramienta fundamental e imprescindible para impulsar la igualdad de oportunidades de futuro que, a menudo, pasa desapercibida: la denominada “formación a pie de calle”. Miles de cursos, talleres y proyectos, tanto de carácter básico como altamente especializados, que ofrecen —a menudo gratuitamente— entidades de formación repartidas por todo el país.
Una amplísima oferta dirigida a personas en situación de desempleo, jóvenes que eligen otros caminos fuera de la universidad, trabajadoras y trabajadores en activo que buscan nuevas metas, opositoras y opositores, personas inmigrantes, personas con discapacidad… Talleres y cursos, teóricos y prácticos, subvencionados o no, que ayudan de una manera eficaz a reducir las desigualdades, favorecer el desarrollo personal y profesional y promover la movilidad social.
En este contexto, formar a mujeres, especialmente en entornos vulnerables, es clave. Así, destacan iniciativas como el Programa de Fomento del Empleo Agrario (PROFEA), un plan estatal impulsado por el SEPE, y en el que participa el grupo GDoce, que ha formado ya a más de 196.000 mujeres rurales en toda España. Más allá de los números, el impacto ha sido real: más autonomía, mayor autoestima y una notable mejora de su empleabilidad.
Sin duda, políticas como estas actúan como poderosos agentes de cambio: democratizan el acceso a la educación, especialmente en el caso de las mujeres, facilitándolo, y contrarrestan en muchas ocasiones el anterior abandono escolar, que según Ayuda en Acción es cinco veces más frecuente en los hogares con menos ingresos. Por citar más ejemplos procedentes de fuentes oficiales, el Instituto Nacional de Estadística señala que una de cada cuatro personas está en riesgo de pobreza o exclusión social, siendo las más afectadas aquellas que se encuentran desempleadas o cuentan con un nivel educativo bajo.
Si nos centramos en el caso de las mujeres, aunque superan a los hombres en logros académicos en educación superior en muchos países, todavía encuentran mayores obstáculos para traducir esos estudios en empleo estable y bien remunerado, sobre todo en sectores técnicos, tal como indicaba el informe Education at a Glance, publicado por la OCDE en 2023. Por su parte, el Global Education Monitoring Report 2023 de la UNESCO señaló que las niñas y mujeres jóvenes en contextos de exclusión siguen teniendo menos acceso a formación especializada, formación continua o programas con salidas profesionales claras, lo que perpetúa la desigualdad social y económica.
Por eso, la formación no se trata solamente de un gran motor económico para cambiar las realidades femeninas más allá de los núcleos urbanos, sino también de una oportunidad para redefinir el modelo de desarrollo económico y social de nuestro país, porque el acceso a una educación de calidad es clave para un futuro más próspero.
Cada vez somos más los espacios y entidades de formación que acogemos esta visión y la convertimos en meta. Todo ello a través de programas diseñados con perspectiva de género, enfoque territorial e innovación metodológica.
Tal y como siempre ha destacado nuestro presidente y fundador de GDoce, César Blanco, “desde el nacimiento de la compañía hemos tenido claro que formar es mucho más que enseñar; es crear oportunidades donde antes había barreras, especialmente para las mujeres que han sido invisibles durante décadas en muchas políticas públicas”.
Por ejemplo, según nuestros propios datos, el 75% del alumnado que oposita son mujeres con cargas familiares, quienes, gracias al programa de formación, podrán acceder a un empleo estable que les permita conciliar su vida personal con la profesional. Entre quienes optan por talleres de cualificación, el 60% está actualmente en activo, siendo los hombres los que abandonan las formaciones en mayor número, un 55% del total.
Una apuesta por la formación que tiene en la colaboración pública-privada una de sus claves para el éxito. Una apuesta por la formación que brinda respuestas a los desafíos del presente y del futuro. Porque una sociedad bien formada no solo está mejor preparada y es más competitiva en el terreno laboral: es también una sociedad más justa, libre e igualitaria.



