El rey emérito Juan Carlos I vuelve a estar en el centro del huracán mediático. A sus 87 años, el que fuera monarca durante casi cuatro décadas ha publicado Reconciliación, sus esperadas memorias. Un libro que promete remover los cimientos de la Casa Real. La obra, lanzada primero en Francia el 5 de noviembre y con llegada prevista a España el 3 de diciembre, recorre su vida con una mezcla de reivindicación, nostalgia y mea culpa.
El tono de Juan Carlos I es el de quien se siente juzgado por su tiempo. En sus páginas, defiende su legado histórico y lamenta que “le hayan robado su historia”. Un mensaje directo que evidencia la brecha abierta entre padre e hijo tras el exilio del emérito en Abu Dabi.
Una memoria que incomoda: Franco, la Transición y el poder
En Reconciliación, Juan Carlos I no rehúye las zonas más polémicas de su biografía. Admite haber mantenido una relación “personal y frecuente” con Francisco Franco, a quien dice haber respetado “enormemente” por su inteligencia política. “Nunca dejé que nadie le criticara delante de mí”, confiesa el monarca, en una frase que ya ha provocado reacciones de todo tipo en el ámbito político y social.
De la Transición, Juan Carlos I se describe como “el jinete que controlaba al caballo desbocado”. Una metáfora con la que defiende su papel de equilibrio entre los extremos ideológicos. Recuerda también figuras clave como Torcuato Fernández-Miranda y Miguel Primo de Rivera, y reivindica haber sido “el garante de que España no se precipitara al vacío”.
El rey emérito no oculta su implicación en la legalización del PCE. Una decisión que considera “crucial” para consolidar la democracia. Según relata, sus contactos con Santiago Carrillo se fraguaron gracias a la mediación del dictador rumano Nicolae Ceaușescu. “Había que legalizar a todos los partidos. España lo necesitaba”, escribe Juan Carlos I, en un pasaje que mezcla diplomacia y pragmatismo.
El mayor drama de su vida
Entre las páginas más personales de Reconciliación, Juan Carlos I aborda por primera vez con detalle la muerte accidental de su hermano Alfonso en 1956. “Nunca me recuperaré de esta desgracia. La gravedad me acompañará en adelante”, confiesa. Fue un episodio ocurrido cuando ambos jugaban con una pistola en Estoril, y que él define como el inicio de una vida “más sombría y menos feliz”.

El capítulo, breve pero devastador, ofrece una imagen inédita del monarca. Atrás queda el símbolo y emerge el hombre. “He perdido a un amigo, a un confidente. Dejó un vacío inmenso”, escribe Juan Carlos I, en uno de los pocos momentos donde muestra sin reservas su vulnerabilidad.
Bush, Zapatero y el “deshielo” con Estados Unidos
El relato de Juan Carlos I también se adentra en la diplomacia internacional. Rememora una conversación con George W. Bush en 2004, en la que pidió disculpas por la actitud de José Luis Rodríguez Zapatero al no levantarse ante la bandera estadounidense. “Fue un error político”, afirma.
Aquella gestión, asegura Juan Carlos I, evitó una ruptura diplomática entre Madrid y Washington. “Jamás en mi vida he demostrado tanta autoridad”, dice el emérito, convencido de que el gesto fue clave para preservar la relación estratégica entre ambos países. En su visión, aquel episodio sintetiza su papel: el de mediador y figura de contención en tiempos de tensión.
El 23-F, la noche más larga de un reinado
El golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 ocupa otro de los grandes capítulos del libro. Juan Carlos I recuerda aquella jornada como “la más decisiva de su vida”. Asegura que “la mitad de las capitanías generales apoyaba la rebelión”, pero que su autoridad como jefe de las Fuerzas Armadas impidió que prosperara.

“El destino de la Corona se jugaba esa noche”, escribe Juan Carlos I, que no ahorra calificativos hacia Alfonso Armada, a quien define como “un traidor”. El monarca sostiene que hubo “tres golpes en uno”: el de Tejero, el de Armada y el de los falangistas nostálgicos del franquismo. Su discurso televisado, emitido pasada la una de la madrugada, fue, según él, “el punto de inflexión que salvó la democracia”.
El “¿por qué no te callas?” y el mito del monarca
Pocas frases han quedado tan grabadas en la memoria colectiva como el “¿por qué no te callas?” que Juan Carlos I lanzó a Hugo Chávez durante la Cumbre Iberoamericana de 2007. En sus memorias, el emérito relata los detalles de aquella escena y reconoce que “le hervía la sangre de rabia”.
Aunque fue un estallido impulsivo, Juan Carlos I asegura que aquel exabrupto se convirtió en “un eslogan de resistencia política”. La secuencia, dice, le valió más simpatías que críticas, y cimentó su imagen como símbolo de autoridad en el contexto hispanoamericano.
El distanciamiento con Felipe VI y el deseo de volver a casa
Uno de los capítulos más comentados de Reconciliación es el que aborda su relación con Felipe VI. Juan Carlos Irememora las palabras que dirigió a su hijo cuando este le retiró la asignación y renunció a su herencia: “No olvides que heredas un sistema político que yo forjé. Puedes excluirme, pero no rechazar mi legado institucional”.

El emérito interpreta ese distanciamiento como resultado de “presiones del Gobierno” y confiesa que su mayor deseo es “retomar una relación armoniosa” con su hijo y regresar definitivamente a España. En el libro también expresa su cariño hacia sus hijas, Elena y Cristina, y hacia sus nietos, especialmente Froilán, al que considera “una luz en mis días solitarios”.
Un testamento político y una súplica final
En el tramo final de Reconciliación, Juan Carlos I hace balance de su reinado y de los años de exilio. Admite “errores y torpezas” en su matrimonio con la reina Sofía y reconoce “desvíos sentimentales” que no, según él, afectaron a su labor institucional. “Me atribuyen incluso hijos ilegítimos, algo totalmente falso”, escribe el monarca, visiblemente dolido con la prensa del corazón.
A lo largo del libro, Juan Carlos I se reivindica como un “hombre entregado a su país” y como el artífice de una España moderna. Termina su relato con un deseo: ser enterrado con honores en su tierra y reconciliarse, no solo con su familia, sino con la Historia. “España decidirá; la Historia nos juzgará”, sentencia el emérito en el cierre de una obra que, sin duda, marcará un antes y un después en la percepción del personaje.


