Ben Bradlee, director de The Washington Post en época del Watergate aplicaba siempre una máxima para distinguir si algo era noticia o no: “Borracho en casa, decía, asunto suyo; borracho en los pasillos de Estados Unidos, asunto nuestro”. Este martes la ministra Pilar Alegría se fue a comer a un restaurante italiano con una persona a la que conocía hace muchos años. Hasta aquí todo bien, pensarán, pero es que el amigo en cuestión es una persona que, según algunas mujeres que trabajaron con él en Moncloa, les acosó sexualmente. Y esto, es asunto nuestro. Francisco Salazar era secretario de Acción Electoral y Análisis de la Ejecutiva Federal del PSOE y secretario general de Coordinación Territorial de la Presidencia. Todo el mundo lo señalaba como una de las personas de máxima confianza de Pedro Sánchez.
Este verano, después de la caída de Santos Cerdán, iba a ser nombrado adjunto a la secretaría de Organización del PSOE, pero ese mismo día se conoció que una serie de mujeres habían denunciado acoso por el que fuera su jefe en la Moncloa y ese nombramiento quedó en vía muerta. La consigna entre sus subordinadas era no quedarse a solas con el jefe, que era un “baboso” y tenía “comportamientos inadecuados”. Lo sabía todo el mundo, decían, pero, como la mayoría de las veces en estos casos, nadie hizo nada. El partido volvió a reiterar su compromiso con las mujeres, anunció una investigación e invitó a todos sus trabajadores a dar unos cursos de concienciación que, eso sí, eran voluntarios. Y aquí paz y después, gloria. Algunas víctimas han denunciado que, varios meses después, el PSOE ni siquiera les ha llamado, que una cosa es predicar, y otra dar trigo, atizando, por lo visto a un íntimo de presidente. En el Ministerio de Presidencia dicen que allí nadie escribió en el canal interno, por lo que ya no se investiga nada.
Pilar Alegría ha justificado esa comida diciendo que se “circunscribe al ámbito personal”. Y fíjense si habrá sido inocente ese encuentro, dicen en Moncloa, que se celebró en un restaurante a la vista de todos. Lo peor en este caso no han sido quizá esas fotos, sino lo que hemos descubierto después gracias a ellas: que Salazar se ha ido de rositas, sin un solo reproche, y que todos sus comportamientos han quedado archivados en un cajón por ese partido que insiste a diario en su ADN feminista, aunque sus hechos demuestren, en ocasiones, lo contrario. Que se lo digan, si no, a todas esas mujeres víctimas de los “errores técnicos” de la Ley del Sólo Sí es Sí, que siguen viendo cómo sus agresores sexuales siguen saliendo a la calle por una norma chapucera; o a las afectadas por los fallos en las pulseras antimaltrato. Ya saben, “hermana, yo sí te creo”, pero si eres de las mías. Si no, tu queja irá a un cajón, el del olvido.



