La semana pasada Lily Allen puso fin a la pausa en su carrera musical desde que lanzara No Shame en 2018. Los últimos años de la vida de la cantante inglesa han sido cuanto menos convulsos. Un viraje profesional hacia la actuación teatral, el comienzo de un popular podcast, un descanso profesional y un matrimonio y divorcio con una super estrella del cine y la televisión como David Harbour.
Todo esto ha hecho que el último trabajo musical de la cantante haya supuesto una auténtica liberación. West End Girl, como se titula el disco, está compuesto de 14 canciones en las que la música disecciona su relaciona y la inmortaliza como un auténtico show de la cultura popular.
Allen afrontó la producción de este álbum como una forma de liberarse. Cantar al mundo sus desdichas le sirve para comprenderse y enriquecerse a sí misma, y compartir su historia acaba siendo la mejor forma de afrontarla. Para ello, la artista emplea una serie de recursos que hacen de esta una experiencia tan abierta y personal, con la que es imposible no conectar.

Hay dos ingredientes que ya han estado muy presentes en su discografía anterior. Por un lado, el uso de la ironía y el humor para tratar temáticas dolorosas y potentes pero siempre intentando quitar leña al asunto, reducir su dureza para hacerlo más digerible y compartible. La manera de llegar aquí colisiona con el segundo componente clave de las letras del disco: lo directo y explícito que es.
Donde muchos otros trabajos sobre separaciones y problemas de pareja lanzan dardos, Allen arroja auténticas lanzas espartanas. No ya solo por puntos concretos de su relación, la cual analiza cronológicamente, sino también por la forma en que se detiene en detalles íntimos e incluso morbosos. El oyente está constantemente en esa tesitura de querer conocer la historia completa y de sentirse violentado por sentirse tan dentro de la relación, explorando detalles que quizá no le pertenece conocer. Esto va desde los secretos de pareja hasta cuestiones íntimas y sexuales entre ambos
Los secretos que descubre el álbum
Con el álbum, los fans han podido confirmar sospechas que rondaban desde hace tiempo. Porque si este álbum hace algo es aclarar y hablar claro sobre sus temas. Por ejemplo, los oyentes han podido confirmar una sospecha que llevaba vigente desde febrero de 2023.
En un vídeo para la revista AD, la pareja enseñaba la casa que habían comprado en Carroll Gardens, Brooklyn. La casa se menciona en la canción que abre el disco y da nombre al álbum. A la luz de lo narrado en el trabajo, los fans han visto numerosas red flags en la actitud del actor que entonces parecían simples excentricidades. Entre otras cosas, Harbour se enorgullecía de que la habitación del matrimonio careciera de ventanas. “Lo bueno de que no tenga ventanas es que hace que la habitación cumpla su cometido, porque en el dormitorio solo se tienen que hacer actividades en pareja… Ya sabéis lo que quiero decir”, comentaba en el vídeo.

Allen es también muy directa en cuanto a las normas establecidas por ambos en su relación abierta, e indica cómo Harbour se las saltaba. En la canción Madeleine especifica “Sé discreto y no seas descarado. Tenía que ser con desconocidos”. Además, hace unos días salía a la luz la identidad del personaje de la propia Madeleine, esa mujer con la que Harbour engañaba a Lily Allen. Se trata de la diseñadora de vestuario Natalie Tippet. “Si solo fuera sexo, no estaría celosa. ¿Quién es Madeline?”, pregunta Allen en la canción. Tippet declaró que “Claro que he escuchado la canción, pero tengo una familia y cosas que proteger“.
En otra de las canciones, Pussy Palace, la artista narra que, al visitar el apartamento de Harbour en West Village encontró “Juguetes sexuales, dildos anales, lubricante en el interior de cientos de preservativos…”.

Ser directa, pero vulnerable
En una reciente entrevista, Lily Allen declaró que “Si lo que haces no provoca, ¿qué sentido tiene? Si no asusta, ¿para qué lo haces? No estoy aquí para ser mediocre. Mi fuerza es mi habilidad para contar una historia, y me voy a aferrar a eso. Es todo lo que tengo”. La cantante ha encontrado coraje en su situación para redefinir el concepto de “álbum de ruptura”, pero también se muestra vulnerable. En ese equilibrio es en el que se mueven todas las canciones.
Las redes sociales han desdibujado completamente las líneas entre lo privado, lo íntimo, y lo público, incluso lo espectacular. Allen decide dinamitar esas fronteras convirtiendo su dolor en un show pop, majestuoso, divertido, auténtico, desgarrador y potente. Eso sí, para nada es un disco vengativo, sino que sirve a todos los propósitos.
Con este trabajo, la cantante británica ayuda a quienes se identifican con su historia a compartir su dolor, a quienes persiguen el morbo a disfrutar de semejante exhibición de rabia y a ella, tal vez, a soportar su historia pero ante todo, a enriquecerse con ella. Es un disco liberador, que exorciza los demonios de muchos meses de sufrimiento en un grito que sale desde las entrañas y que convierte el desamor en el espectáculo pop definitivo. Y, desde luego, uno de los mejores álbumes del año.

