Opinión

Unboxing en Moncloa

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Estamos a medio telediario de que Pedro Sánchez empiece sus comparecencias institucionales con la fórmula gancho de los influencers: «Como muchos me habéis preguntado…» En su viaje a ninguna parte ha decidido marear la perdiz de esta manera, jugando a ser tiktoker. Es la forma que tiene de usar esa técnica suya que de tantos apuros le ha sacado. La de hacer que no pasa nada, hasta el punto de que dé coraje comprobar que todo arde a su lado y él se ocupa de sonreír y de bordear olímpicamente cualquier embrollo. Todo es cuestión de apariencia, y va dirigido a esos últimos fanáticos que van a continuar con esa manida retahíla de «Ahí está el perro, tiene bailando a todos los fachas con su house tour».

No era descartable que esta semana en vez de hacer la gracieta de la Preysler hubiera decidido hacer, al más puro estilo creador de contenido, un unboxing del recado que le dejaron los extremeños en las urnas la pasada semana. Ya puestos a hacer el indio, no hubiese estado nada mal. El problema que tiene esto, es que la mancha de los fachas y los peligrosos intransigentes ya se extiende a casi más de la mitad del país que desgobierna. Ya no es solo ese Eduardo Madina al que el portero de la discoteca de la Moncloa, Óscar Puente, se lanza a insultar por Twitter. Ahora este insulto también se extiende a un tótem del socialismo como Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que tras el batacazo del 21D ha decidido salir a alzar la voz y a poner los puntos sobre las íes.

Javier Ruiz, en la televisión pública, intentó pastorear al antiguo presidente extremeño para deslegitimar la embestida contra Sánchez, pero, al contrario de lo que esperaban, Ibarra, siempre listo y audaz, puso en perfecto contexto lo que significaba la debacle del socialismo extremeño. Explicó de manera clara y concisa que no sólo se debía a un candidato lamentable del que ahora Sánchez pretende alejarse, también al descontento y la indignación con la gestión llevada a cabo por el gobierno central. Le han partido la cara al primero que ha puesto la mejilla, dijo. Y esa guantá, iba para Pedro, no para él.

El padre espiritual de la rosa en Extremadura también trató de marcar lo que para él debería ser el comportamiento de la formación con los pactos. Abogó por facilitar la investidura de María Guardiola para así demostrar que están tan preocupados por el auge de la extrema derecha que son capaces de poner sus votos a disposición para frenarlos. Desde luego, sería la estrategia más inteligente que podría hacer un partido al que han llevado al borde del precipicio. Pero claro, suena a quimera, sobre todo con Antonio Rodríguez Osuna, el alcalde de Mérida, calentando por la banda para coger el testigo de Miguel Ángel Gallardo.

Cada vez se amplifica más el clamor de los cuadros del partido, que están vislumbrando que Extremadura tan solo es el aperitivo de un largo banquete de clavos y cruces. Se da la circunstancia de que llegados a este punto ya no agarra ese argumentario de que Page es un lobo loco, solitario y agorero que aúlla desde la periferia de las mayorías absolutas. Resulta que esa periferia cada vez es más numerosa y va creciendo a marchas forzadas. El sanchismo acabará siendo un polígono sin naves en mitad de todo, con un Peugeot aparcado en una cochera y la Guardia Civil rodeándolo.

El siguiente turno es el de Pilar Alegría, que se juega a las cartas una reputación que nace dañada de muerte. Y lleva las peores cartas posibles. A su nulo apoyo en Aragón hay que sumarle que por mucho esmero que le pongan sus asesores, la imagen que ilustrará su cartel electoral será la que publicó este medio, almorzando amistosamente con Paco Salazar. Después vendrá Andalucía y la leche ya no solo sonará a cadera rota, sino a paraplejia.

Este callejón sin salida se puede alargar hasta el 27, Sánchez puede continuar con su carrera como creador de contenido, pero irán aflorando sus colaboraciones con marcas como Air Europa, Plus Ultra y Venezuela. Continuarán hablando sus antiguos compañeros de agencia, que hoy duermen en Soto del Real y recomiendan libros.

Lo único que le viene de cara es la ansiedad que recorre a la derecha sociológica española, que no dispone de un asidero ilusionante para cobijarse alrededor de él a esperar a que todo caiga. Ocurre que los más conservadores, andan de morros hasta con el Rey, al que culpan de tibio, y con el propio Vox, que no entienden por qué ha largado a Ortega Smith, ese gran patriota de los brindis de acuña que defendía el fortín cuando apenas eran nada. Los menos politizados no entienden su salida. Pasa algo más grave aún con los del PP, que están desencantados con las metidas de pata de Feijóo.

Sonará anecdótico, pero lo más repetido este año en las cenas de navidades son los dos episodios erráticos del líder de los populares. Tanto la trabada con ‘Anatop’, como el resbalón con los andaluces y su incapacidad para contar. Lo tachan de incapaz. Si hay algo que hay que reconocerle al PSOE es que ha conseguido en cuatro años borrar el aura de gestor serio y con empaque que traía como seña de identidad Feijóo de Galicia. Hay una gran parte de la ciudadanía que ha olvidado que ese hombre, que ahora les parece un candidato a medio hacer, estuvo gobernando y gestionando con mayoría absoluta y bastante éxito una de las mayores comunidades autónomas de este país. Y a este fenómeno ha contribuido sin duda el propio Feijóo que, mal asesorado, ha ido pegando bandazos y no ha planteado una alternativa firme. El español medio lo que busca ahora mismo es seguridad y certezas. No puede ser que en el último Congreso digas que no vas a pactar con Vox y hace dos días salga Esther Muñoz a decir lo contrario. O una cosa o la otra, las dos a la vez, no.

Es una realidad que la derecha nunca ha tenido buenos candidatos. De Aznar se decía que no movía el bigote. Rajoy consiguió poco a poco que la gente entrara en su onda. Pero Feijóo aún está en tierra de nadie, y, después de tanto tiempo, sigue sin encontrar un sitio donde sentirse cómodo y ser él mismo. Mientras, Pedro Sánchez, con todo ardiendo a su alrededor, publica su playlist de 2025. Va a lo suyo, todo lo demás le importa un pimiento. Morirá con las botas puestas. Y hará un videoblog, llegado el caso, de cómo lo desalojan de La Moncloa. Ese es su mood. El cemento armado y la desvergüenza son parte de su outfit.