Opinión

La conga del parásito

Gavin Bonnar y Telma Ortiz - Casa Real
Jimina Sabadu
Actualizado: h
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La difícil situación económica de Telma Ortiz ha trascendido a los medios. Su ex pareja (el abogado irlandés Robert Gravin) y ella deben 25.000€ de alquiler por un chalet en madrileño barrio de La Moraleja que, por lo visto, consiguieron con una fianza muy por debajo de lo normal. Leo que Letizia pasa de pagar la deuda, y que los dueños de la vivienda van a ir a juicio. Leo muchas cosas, y todas del género “vaya una familia”. No creo que los Ortiz sean una familia peor que cualquier otra. De los Borbón no puedo decir lo mismo, ya que sus desmanes (sobre todo los del abuelo) se pagan con dinero de todos.

Leo lo de Telma Ortiz con el mismo interés con el que sigo las andanzas de Paquirrí o del padre de Lamine Yamal, es decir ninguno. Lo que me perturba de este tipo de personajes es la obligación repentina que tiene el verdadero pater familias (el famoso, el influyente, el rico) de colocarles básicamente para que no den por saco.

Es de suponer que el Barça estará buscando algún puesto simbólico para Mounir Nasraoui (el padre de Yamal), a ver si así el padre de la estrella puede pasar veinticuatro horas sin meterse en líos.

En familias humildes, la colocación familiar es alta, y a veces con muy buenos resultados, como sin ir más lejos Agustín Pantoja o incluso el hermano de Sergio Ramos. Imagino que es más seguro que sea un familiar quien te maneje las cuentas, aunque acaben todos como los Mohedano. Las traiciones suelen tardar un par de décadas en aparecer: un primo que realquila una propiedad, un hermano que ha metido la mano en la caja fuerte, un cuñado que la lía en una discoteca de moda, o una sobrina vendiendo fotos íntimas.

En las clases altas (formadas por la familia real sobre todo, pero también por políticos) los familiares pasan de ser estudiantes del montón a obtener la titulación de moda (derecho, MBA, relaciones internacionales… lo que toque) en las mejores instituciones educativas, a veces con pasos fantasma por las aulas, lo que no es óbice para salir de allí con matrícula de honor y un cargo de asesor en alguna gran empresa. El trabajo ya lo hará otro. Aquí lo importante es dar buenos contactos. Y así, entre pactos en reservados, los clientes reciben menos más.

También sirven estos contactos para mover a la familia por círculos exclusivos en los que conseguirán noviazgos de alto copete. Gente que se enamora en Baqueira, Formentera, el barrio de Pedralbes, o en el Baile de la Rosa, aunque también hay casos que no tienen remedio, como Tamara Falcó, quien pese a haberse codeado con las mejores familias ha acabado emparentándose con un relaciones públicas treintañero, que ya son ganas de casarse por casarse.

El mundo del dinero es fascinante. Una persona que tenga reconocimiento en un área que no conlleve unas ganancias extraordinarias sólo conseguirá colocaciones discretas para su familia: un hueco en secretaría, una trabajo de pipa en una gira, una figuración en el culebrón de sobremesa de TVE… les diría que aún así hay puestos que creo que son hereditarios (los de profesor universitario y el de guionista, sin ir más lejos), sobre todo si emanan de “lo público”, pero el peligro es tener que colocar a toda la familia. Desde el hermano tonto hasta el último primo político. Y es así porque no queda otro remedio, porque el rico y famoso sabe que, de permitir la conga del parásito, las consecuencias serán terribles. Qué peligro tiene el qué dirán, y qué larga tenemos todos la lengua.