Decía Winston Churchill que “la mejor dieta para un político es comerse sus propias palabras”. La frase nos la podríamos aplicar también muchos periodistas, lo admito, y lo que hay que pensar es cómo digerimos después nuestras contradicciones. Todo esto viene al caso porque, en los últimos tiempos, la clase política es capaz de sostener sin rubor una cosa y la contraria sin inmutarse. Sirva como ejemplo lo que hoy va a hacer, por ejemplo, el presidente de la Generalitat catalana, Salvador Illa, que ha pasado de criticar a Quim Torra por comenzar el curso político en 2018 yendo a Bruselas a reunirse con Puigdemont, a hacer él lo mismo seis años después. Entonces Illa decía que Torra iba a recibir instrucciones del prófugo de la justicia. Ayer, sin embargo, enmarcaba su reunión con el líder de Junts, en el diálogo que siempre es necesario en una democracia: “El diálogo es el que pone en marcha el coche”, sentenciaba en dos entrevistas en medios catalanes. El problema es que Illa no va a hablar de su coche, sino que va a hacer de chófer o de mecánico para la persona que verdaderamente necesita que ese motor siga funcionando, para Pedro Sánchez.
De momento, Moncloa descarta un encuentro entre el presidente del Gobierno y Puidemont, por eso Illa va a ser el heraldo de Sánchez, el que intente convencer al líder de Junts de que dé su apoyo a esos presupuestos que, antes de ser presentados, todo el mundo da por derrotados. Los neoconvergentes siguen pensando que el Gobierno no ha cumplido sus promesas, las principales, la de que Puigdemont pueda volver a España, la del traspaso de las competencias de inmigración y la de que el catalán sea reconocido como lengua cooficial en la Unión Europea. El resto, lo del sistema fiscal propio, lo de la quita, son temas que, piensan, benefician más a Esquerra que a ellos mismos, así que, si ellos esperan, también lo tendrá que hacer el Gobierno.
Este noviembre, además, se abrirá un nuevo frente para el listado de agravios de los neoconvergentes: la Audiencia Nacional juzgará a Jordi Pujol y a sus siete hijos, para quienes la Fiscalía pide decenas de años de cárcel. Una sentencia condenatoria servirá, probablemente, para que los independentistas pongan el grito en el cielo y vean el proceso como una causa contra Cataluña y, si no, al tiempo.
Mañana Puigdemont tendrá otra foto para su colección de personas que han pasado por el aro en su exilio (el primero fue Cerdán). Al líder de Junts le conviene, eso sí, seguir en la incertidumbre, continuar con el juego que el mismo Sánchez lleva practicando toda esta legislatura, el de darle patadas a la pelota para que la bola siga rodando, aunque no llegue nunca a la portería. Lo importante, deben pensar ambos, es seguir en el terreno de juego hasta el 2027, por si suena la flauta y las cosas se enderezan. Al mismo tiempo Sánchez seguirá también con la dieta de Churchill, comiéndose sus propias palabras, aunque ya no le importe a nadie.