El curso político comenzó con la noticia de la escolarización de los hijos de Pablo Iglesias y la eurodiputada Irene Montero en un colegio privado. Esto no hubiese sido noticia, de no ser porque ambos progenitores siempre han luchado en contra de la educación privada, llegando a utilizarla como herramienta política contra sus contendientes.
La explicación ha sido algo así como que ‘hacen el sacrificio’ para que queden plazas disponibles en la escuela pública para otros niños. No deja de ser esta situación el gran reflejo de los políticos de extrema izquierda, que siempre acaban practicando aquello de repartir el dinero de todos, pero no el de ellos.
Políticas demostradas fracasadas, porque la historia nos ha enseñado que los extremos se parecen, y que los líderes de la izquierda actual (muchos) miran primero por sus beneficios, mientras le dicen a los demás lo que han de hacer con su dinero. Conste que una servidora se alegra de que les esté yendo tan bien, que ellos mismo acaben rompiendo su discurso de moralidad y empiecen a abrazar ideas de otra índole.
Pero esta vuelta al cole ha traído mucho más movimiento en el ámbito de la educación debido entre otras cosas, a la amenaza de huelga de docentes españoles. Este colectivo reclama una mejora de condiciones laborales, salariales y de condiciones de enseñanza.
Lo cierto es que ahondar en todos los cambios que se tienen que acometer en la educación pública española daría para un sinfín de artículos, por lo que aterrizamos en la réplica propuesta por el presidente del gobierno en estos días.
El gobierno ha anunciado una reducción de la jornada laboral en “horas lectivas”, y una mejora en los ratios aplicados en las aulas. Habrá que esperar a ver si esto se aterriza en forma de realidad, o solo ha servido de parapeto ante la huelga.
Un pacto de estado por la educación es lo que necesita este país, pero como la política desde hace mucho tiempo no se hace lo que se necesita, sino lo que se conviene, me atrevo a aventurar que pasará mucho tiempo antes de poder ver un atisbo de posición común.
Las ratios por profesor en función del nivel de enseñanza dificultan la labor no solo del docente, sino también la de conexión por parte del alumnado. No es lo mismo impartir clases a un aula con dieciocho estudiantes, que con treinta.
Las aulas cada vez son más diversas y las exigencias van variando a un ritmo que es imposible seguir, tanto por parte del alumnado como del profesorado. Por ejemplo, las políticas de inclusión establecidas, en las que se apuesta por la integración y el no segregar en colegios de atención especial, hace que sobre el papel todo suene muy “actual e inclusivo”, pero que en la práctica no funcione de tal manera.
La inclusión en las aulas solo funcionará si se destina el número de personal necesario para poder cubrir esas aulas. No basta con un único docente en esas aulas como sucede en la mayoría de los casos, puesto que es imposible atender y dedicar la atención necesaria en cada uno de los casos sin que esto genere huecos en parte del aprendizaje.
La reflexión que hay que hacerse al respecto es que las ideas felices han de ir aparejadas de recursos económicos y personales, porque si no, lo que busca integrar, puede convertirse en un arma de doble filo, en el cual no se pueda sacar todo el potencial al alumnado y compartir el mayor aprendizaje posible.
Las palabras se las lleva el viento, donde dije educación pública, digo ahora colegios privados; donde dicen huelga, digo corriendo reducción de salario, y donde hablamos de inclusión, queremos decir falta de recursos para que esta sea real.
La vuelta al cole comienza movidita, y no por el desembolso de las familias ante este comienzo, sino porque los que han de darnos las mejores opciones, siguen más pendientes de las fotos y los titulares, que de lo que sucede realmente en la educación. Es esta la asignatura que aún sigue suspendida.