Opinión

La Generalitat contra la familia de acogida

Cuesta de septiembre - Economía
Actualizado: h
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Una familia de Lleida se ofrece para acoger a una niña que conocen personalmente, pero su propuesta ha sido rechazada por la Generalitat. El argumento oficial es que las familias no pueden elegir al menor que desean acoger, ya que el sistema se rige por criterios técnicos y de idoneidad. Pero la pregunta que surge es inevitable: ¿no debería el bienestar del niño incluir también los vínculos emocionales que ya existen?

Gemma es maestra y conoció a la niña, de siete años, durante el curso pasado. Ella y su pareja ya son familia acogedora de otro menor desde hace cuatro años, cuentan con la validación de la administración y saben perfectamente qué implica abrir las puertas de su casa a un niño que no es suyo, pero al que tratan como tal.

La niña vive en un centro de Lleida y no hay ninguna otra familia dispuesta a acogerla, y aun así, la administración les dice que no. La razón que les dan los técnicos es que “no se puede solicitar un niño determinado” y que la menor tiene una compoejidad conductual. Gemma y Enric no se rinden: proponen alternativas, acogimientos de fin de semana, acogimientos temporales, cualquier fórmula que permita mantener el vínculo. Pero la respuesta sigue siendo la misma: negativa.

La contradicción resulta dolorosa. Sobre el papel, el proceso de valoración de las familias dura un máximo de seis meses, y se supone que, una vez superado, la asignación del menor debería ser rápida, porque hay más niños esperando que familias disponibles. En la práctica, Gemma y Enric llevan meses luchando contra un muro burocrático. Y mientras tanto, una niña de siete años sigue creciendo sin hogar, en un centro, sabiendo que hay alguien que quiere cuidarla y no puede.

La Generalitat se ampara en el principio del “interés superior del menor”, recogido en la Convención de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas. Aseguran que todas las decisiones se toman pensando en el bienestar y el desarrollo integral del menor. Pero cuesta entender cómo puede considerarse bienestar impedir que una niña esté con una familia que la conoce, la quiere y está capacitada para cuidarla.

El abogado Josep Puigdollers, especialista en derechos de la infancia, recuerda que este no es un caso aislado. Habla de “disfunciones del sistema” y de una administración que, por miedo a equivocarse, prefiere no actuar. Según él, el vínculo afectivo debería ser un valor añadido, no un obstáculo. Lo mismo defiende Marta Llauradó, portavoz de la Asociación de Familias Acogedoras de Tarragona, que pide más flexibilidad: “Mejor una familia afectuosa que un centro por muy técnico que sea su enfoque”.

Mientras tanto, otros territorios demuestran que hay otra manera de hacer las cosas. En Navarra, una educadora social, Nerea, acabó acogiendo a una adolescente de 16 años que había conocido en un centro. Ella tiene 23 años. El propio gobierno navarro le propuso formalizar el acogimiento al ver que el vínculo beneficiaba a la menor.

En Valencia, Lourdes pudo quedarse con unos niños que conocía, después de denunciar el maltrato que sufría; la administración no le cerró la puerta, la ayudó a tramitarlo. Y en Madrid, Adriana, voluntaria en un centro, se convirtió en familia de un chico de trece años que ya conocía: “Fue facilísimo, y muy rápido”, explica.

¿Por qué en Cataluña, no? Cataluña es la única comunidad que, tras un programa piloto, renunció al modelo de acogimiento especializado profesionalizado, una fórmula que permite a trabajadores sociales cuidar a niños con casos complejos. Paradójicamente, mientras el Govern dice querer duplicar el número de familias acogedoras, rechaza casos reales, concretos, donde el amor y la estabilidad ya existen.

El educador social Toni Rubio lo resume con claridad: “El sistema es demasiado rígido. El vínculo afectivo no debería ser un problema, sino el punto de partida.” Negar de entrada la posibilidad de que una familia que ya conoce a un niño lo acoja no solo es poco humano, sino que puede ser contraproducente para el desarrollo emocional del menor.

Cataluña tiene hoy casi 400 niños y niñas viviendo en centros. Tal vez sea hora de revisar los protocolos, de dejar de mirar solo los papeles y empezar a mirar los rostros. Porque si el sistema no sirve para conectar a los niños con quienes pueden y quieren cuidarlos, ¿a quién está sirviendo realmente?

 

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