A veces son casualidades, pero en estas últimas semanas me veo en medio, por un lado, de las muchas ocurrencias de la apagada políticamente, pero siempre fogosa, ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, y, por otro, de conversaciones de amigos que tienen pequeños negocios como bares, restaurantes, panaderías, agencias de comunicación, despachitos de abogados. Por el lado de la ministra, su imaginación parece no tener límite. Ahora plantea, supongo que tras unas charlas con sus sosias sindicales, que la muerte de un familiar puede conllevar una baja de diez días laborales. Por el lado de mis amigos, me cuentan y no paran las grandes posibilidades para no ir a trabajar de cualquiera. Por ejemplo, una amiga me dice que un empleado, mientras hacía una fotocopia, se cortó con el filo del papel un dedo y estuvo casi tres meses de baja. Otro me dice, que la tristeza, ese estado de ánimo tan romántico y hermoso, le permite a una de sus empleadas estar sin trabajar, pero que sale a bailar para aliviar su pena. Otro tiene reciente el caso de su recepcionista que tras la muerte consecutiva de sus dos padres octogenarios quedó sumida en una crisis de “encontrarse mal” que le permitió enganchar una baja médica tras otra sin mayores razones, pero que se la topaba tomando cañas hasta altas horas de la madrugada por el barrio en el que comparten vecindad.
No quiero trivializar con estos ejemplos, pues no me quisiera ver en la piel de ninguna de estas personas, pero sí creo que merece la pena reflexionar por esta nueva relación con el trabajo, tan distinta a la que dominó mi vida profesional. Por un lado, disfrutamos de un gobierno que no para de ocurrírsele ideas para que se trabaje menos y, por otro, de una sociedad que lo ve más como un castigo que como una oportunidad para desarrollarse, aportar a la sociedad y disfrutar de la experiencia. Sin duda, al final de cuentas, quién más sufre estas circunstancias es el pequeño empresario o el dueño de un negocio que se las ve y se la desea para encontrar gente que todos los días venga a trabajar con el mejor de los ánimos. Tiempos modernos.
Este fenómeno se llama absentismo y es un problema de primera magnitud para la economía española y su productividad. Pero va más allá, pues es un cáncer de una sociedad acomodada y aburguesada que poco a poco se va esclerotizando mientras a su alrededor crece una otra emergente con ganas de comerse el mundo.
La definición que de absentismo ofrece la Real Academia Española no puede ser más fea: “abstención deliberada de acudir al lugar donde se cumple una obligación” y “abandono habitual del desempeño de funciones y deberes propios de un cargo”. En el terreno estrictamente laboral, el absentismo incluye tanto la ausencia justificada como la injustificada. Las bajas médicas representan la mayor parte del absentismo, aunque se estima que alrededor de un 25% no está respaldada por la firma de un doctor. Los factores se sitúan en los problemas de salud, las condiciones de trabajo, el estrés, la jornada laboral, la motivación, la dureza del trabajo o turnos extremos.
Recientemente, la Fundación Civismo, de corte liberal, ha publicado un completo informe sobre el particular. Concluye que cada día 1,5 millones de españoles no acude a su puesto de trabajo, de los que 1,2 dispone de una baja médica. Este dado representa una pérdida de un 7% de las horas laborales y con un impacto del 3%-3,5% sobre el producto interior bruto (PIB), alrededor de 45.000 millones de euros. Un informe de Randstad indica que el 5,5% de esas horas pérdidas cuentan con baja médica, mientras el restante 1,5% es injustificada.
Asimismo, la Seguridad Social -continúa el informe- destina unos 15.000 millones de euros anuales a las prestaciones por la incapacidad temporal, algo inferior al 1% de nuestro PIB. Las empresas sufren un coste enorme de 4.600 millones, a los que habría que sumar los costes indirectos por sustituciones y horas extras. Un informe de la Asociación de Mutuas de Accidentes de Trabajo (AMAT) eleva la factura total del absentismo a 32.000 millones de euros.
El absentismo también paga un precio en forma de productividad. España produce unos 40 euros por hora trabajada, frente a los 50 de Alemania y a los 58 de Países Bajos. Otro punto, no de menor importancia, es que la duración media de una baja supera los 40 días en España, frente a los 25 o 30 de Alemania o Países Bajos. El informe de AMAT indica que hay 210.000 casos con una baja superior a los 365 días.
Pero lo frustrante es que el problema va a más. En 2008 el absentismo no llegaba al 5%, cuando ahora se eleva al 7%. Los datos del Instituto Nacional de la Seguridad Social indican que los procesos de incapacidad temporal aumentan más entre los menores de 36 años, situándose la salud mental como la principal causa de las bajas de larga duración, con el trastorno por ansiedad como el más frecuente. Esos mismos datos, señalan que las bajas se extienden más entre los trabajadores jóvenes que entre los mayores de 55 años.
Estamos pues ante un problema económico y social, al que hay que ponerle solución por el bien del conjunto de la sociedad. Es un lastre para la productividad y una barrera para la aventura empresarial. Ahora mismo, fiscalidad, regulación y personal es el triángulo que convierte la aventura emprendedora en un infierno. Habrá que mejorar los programas de prevención, exigir el cumplimiento de los planes de reincorporación y digitalizar el sistema de bajas. No es comprensible que 1,5 millones de personas no vayan a trabajar cada día. Alguna patología social sufre este país, cuando no encuentra un médico que lo cure.



