Opinión

Las ventajas de ser un obseso, en el cine y en la música: todo a la vez en todas partes

Las ventajas de ser un obseso, en el cine y en la música: todo a la vez en todas partes
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En 1989 aprobé todas en junio y mis padres me regalaron el elepé Disintegration, la monumental obra maestra de The Cure. Para entonces, quince años, yo ya estaba algo familiarizado con su gótica oscuridad, gracias a un casete TDK de 45 que Blade Runner Nº2 y Nº3 –si a estas alturas no sabes quiénes son, es que vas mal– me habían grabado a modo de miscelánea, y que incluía clásicos como A Forest o Just Like Heaven. Probablemente en 2025 a un niño con buenas notas le alquilan el Movistar Arena o el BEC y le fletan a Robert Smith y a su banda para que versionen a Bad Bunny, con Depeche Mode, ese grupo, de teloneros.

Por aquella época ya empezaba a desarrollarse en mí una incipiente obsesión por determinados temas ‘culturales’, que me ayudaron a alejarme de otras obsesiones, ‘manías’ como lo llamaban en aquella época, o TOC como lo llaman ahora. Compartía con algún que otro amigo estas y otras fijaciones menores, como la chifladura por Achtung Baby y su vanguardista impacto en mi amigo del alma, ese del Porsche 911, que se ha ganado cada caballo del coche con su sudor jurisprudente y renovable. Pero ese es otro tema.

También en esos años me gustaban otras cosas tipo comer, las chicas y robarle de vez en cuando unos Gauloises a mi padre, no siempre por ese orden. Así que, entre una cosa y otra y a esa tierna edad en la que me chorreaba el agua del bautismo y en esa capital de provincias, mis obsesiones fundamentales se resumían en dos: The Cure y Alfred Hitchcock. ¿Te parecen pocas o muchas? Por supuesto, la banda británica no pisó mi tierra y nunca asistí a un ciclo de Hitch, programado en ningún cine de mi ciudad. Conciencia de clase cultural se llama eso. Todo lo contrario que ahora, estresados de ocio.

La película 'Vértigo', de Alfred Hitchcock
La película ‘Vértigo’, de Alfred Hitchcock

Pero en lo esencial, tengo que decir que, llegado al medio siglo, estas no han cambiado en esencia. El tiempo, ese monstruo, me ha ayudado a ver las cosas en la distancia y, si bien he pasado por épocas en las que yo mismo me torturaba por ser tan inmóvil y reaccionario en lo que a gustos se refiere, nada open-minded, cuando ningún Risto había inventado ese palabro, he llegado a una conclusión mucho más asertiva: pienso que realmente a esa edad era un chico avispado, que me gustaba lo bueno, por el simple hecho de que tantos años después siguen siendo buenos, muy buenos y que The Cure sigue girando y llenando estadios en todo el mundo, aunque Robert Smith parezca Cuqui Fierro saliendo de la pelu y que una película de Hitchcock, Vértigo, es considerada por todos los gafapastas que dominan el relato como la mejor de la historia.

Por supuesto, a lo largo de estos años no me he quedado quieto y he encontrado maravillas contemporáneas a mí, desde los Killers, Strokes, Nationals o los primerísimos Coldplay, hasta llegar a Alcalá Norte, Mujeres o, ¿cómo se llama esta?… Rosalía. Y en el cine, opción fundamental, he descubierto maravillas y a los talentos que han surgido mientras me iba erosionando y que se han mantenido y han trascendido estrepitosamente, los Tarantino, Sorrentino o Fincher de mi vida, hasta las gozadas de Carla Simón o Ruiz de Azúa, benditas creadoras. Con todo, si después de tantos años alguien me preguntara cuáles son mis obsesiones seguiría diciendo exactamente las mismas, mientras me fumo figuradamente –eso sí lo dejé– un Gauloise de mi padre.

'Alcarrás', de Carla Simón, es uno de los milagros del cine español
‘Alcarrás’, de Carla Simón, es uno de los milagros del cine español

Muy bien, gracias. ¿Y a qué viene esta absurda digresión?

Pues porque hay un par de mantras culturales que se vienen repitiendo últimamente y que, aunque contrapuestos, conviven armoniosamente y suelen escribir sobre ellos los señoros con columna: por un lado, la tendencia de estar en todos los sitios al mismo tiempo; y por otro, lo mismo, pero al revés: volver a estar en todos los lugares en los que estuviste, pero ahora. Ya no vale solamente con lo nuevo, lo urgente, Amaia en la Puerta del Sol de gratis, ¿pero es que no fuiste?, ¡aprisa!, que aparece la Rosalía conduciendo un Nissan GT, doblándose un cigar por la Gran Vía, ¿es que no ibas en el coche con ella? Yo sí. Espera que viene Guitarrica de no sé dónde y las Pipiolas en una sala enana y cool, ¿pero es que no conoces a Paula Kings? Dos, tres, cuatro conciertos a la vez. ¿Y los retrovintage? Pues también.

Hace unos meses tuve un día de esos: exposición, visita guiada, comida con cups en un pop-up gastro que acaban de abrir y que al pedir la cuenta ya está muriendo de éxito, charla literaria por la tarde en Tipos Infames y, dejándoles con la palabra en la boca, derrapando hacia La Riviera al concierto de Franz Ferdinand. Hablando de La Riviera, ¿no has leído que Blur da uno sorpresa dentro de media hora? ¿A qué esperas? Quítate el blazer, ponte los pitillos y las Converse y pide un cabi, ¡ya! Al día siguiente amanecí más encorvado que Pocholo saliendo de un after. Y sin beber. Mucho.

Y espera, cincuentón, ¿cómo no vas al Metropolitano a ver a AC/DC? Si total son 200 euros. Y si no dejas que Radiohead te dé el palo es que te ha mirado un tuerto: cuatro conciertos seguidos en Madrid y las entradas duran lo que un aleteo de colibrí. Mejor estos que Morrisey, que anunció show en el paraíso botánico, el más caro con diferencia, y hace una espantá el mismo día. Ya estoy ahorrando para el bofetón que nos van a dar los Gallagher cuando se les ocurra venir a mear a España. Y además de ver a The Cure, a los Pixies y a Loquillo cada vez que pasan por aquí, no vaya a ser la última, tienes que ir a los nuevos, que, si no, arde Troya, perdón Bogotá, a Carolina Durante, que ya son viejos si los viste en 2016, y un pelín de trap y techno, aunque los odies casi tanto como el jazz, porque a lo peor te conviertes en ese señor que pide una de oreja en Snobissimo o que cuenta los días para el concierto de Los Secretos en la Ciudad de la Raqueta. Y eso, perdona, no hay quien lo aguante. Somos la generación “hermano mediano”, heredamos el relato de los mayores y se lo contamos a los pequeños.

Y solo hablo de música, para no ser pesado. De la desmesurada oferta que hay en el audiovisual con la irrupción de las streaming, que ya no sé ni qué es cine ni qué es tele, lo mismo hablamos otro día. Que hoy tengo concierto.

P.D. Una que manda mucho por aquí le mete una dosis de existencialismo: “sí, estamos en todas partes, pero en ninguna a la vez”. Viaje a ninguna parte. Lo dice ella, que hace unos meses se ahogó de cultura y le dio un pampurrio. Prometió parar y le duró un concierto. Vale.

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