Opinión

Los lugares que nos habitan

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Algunos, o muchos, venimos de las vacaciones de Semana Santa y algunos, o muchos, hemos vuelto a lugares que son más que lugares para nosotros.

Y es que están los lugares donde nacimos y los lugares donde habitamos, que no siempre coinciden. Están los lugares donde trabajamos y los lugares que visitamos, a veces por ocio, a veces también por trabajo. Y luego están los lugares que habitan en nosotros. Estos lugares son aquellos que se quedan dentro de uno, por una o por mil razones. A veces uno siente que pertenece a ellos y esta pertenencia no tiene relación directa con la cantidad de tiempo que se ha pasado en ellos. A veces esos lugares son aquellos en los que se recibió esa noticia o se descubrió lo que a partir de entonces nos cambió la vida, para bien o para mal, y se quedaron para siempre dentro de nosotros.

Cuando uno vuelve a estos lugares uno se encuentra con todas las personas con las que los compartió en algún momento, personas que pueden seguir en nuestras vidas, o no, pero que quedaron para siempre en el lugar. Y, por supuesto, en estos lugares uno se encuentra con todo lo que ha vivido en ese lugar en otro momento. Allí se esconden, como si nos estuvieran esperando, todos los recuerdos y la persona que fuimos en un tiempo pasado en esos lugares.

Isla de Madeira - Internacional
Vista panorámica del pequeño pueblo de Canical, cerca de Ponta de Sao Lourenço, en Madeira
Shutterstock

Escribió Fernando Pessoa que el valor de las cosas no está en el tiempo que duran sino en la intensidad con que suceden y por eso existen momentos inolvidables, cosas inexplicables, y personas incomparables. Lo mismo sucede con los lugares.

Pasamos por la vida por multitud de lugares. Según pasan los años acumulamos miles, millones de momentos, de recuerdos. Pero no todo queda de igual manera grabado en nuestra memoria. Nuestra memoria es selectiva y guarda lo que guarda, a veces, incluso sin que lo queramos.

Esta Semana Santa yo he andado por uno de estos lugares que habitan en mí de manera permanente, un lugar que atesora recuerdos que a menudo a mí me cuesta recordar. Decía Eduardo Galeano que recordar es volver a pasar por el corazón. Los recuerdos a veces viajan con nosotros y a veces se quedan a vivir en estos lugares y esperan a que volvamos a ellos, y nos los encontramos mientras damos un paseo.

Lavanda - Salud
Un extenso campo con flores de lavanda
Pexels

Para que un lugar se quede habitando en nosotros no es necesario que allí haya acontecido algo memorable. Puede ser, pero a veces es todo lo contrario. Son las pequeñas cosas que allí ocurrieron las que se quedan para siempre, como flotando en el aire, como si fueran motas de polvo que uno ve cuando les inciden los rayos del sol. Y los lugares que nos habitan son lugares ordinarios que se convierten en extraordinarios para nosotros precisamente por lo que en ellos vivimos de esa manera, de una manera nada extraordinaria.

«¿Sabéis, muchachos? No creáis que al morir recordareis hazañas, ni sucesos importantes que os hayan ocurrido. No creáis que recordareis grandes aventuras, ni siquiera momentos felices que aún podáis vivir. Solo cosas como ésta: una tarde así, unas copas de vino, esas rosas cubiertas de agua» escribía Ana María Matute en su libro Primera memoria.

Comparto sus palabras. A menudo los lugares que nos habitan, los que se nos quedan dentro, para siempre, no son esos lugares especiales a los que viajamos y en los que vivimos experiencias únicas y memorables. A menudo lo que nos acompaña el resto de la vida son, como cantaba Serrat, aquellas pequeñas cosas que uno cree que mató el tiempo y la ausencia. Y es en los lugares que nos habitan, cuando uno vuelve a cualquiera de esos lugares, que se las encuentra de nuevo.

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