No queda nada, apenas unas horas para que llegue de nuevo el día de mi cumpleaños, otra vuelta al sol que termina, una nueva vuelta al sol que comienza. Un año más, un año menos.
Mi amiga Bea, que cumple años el mismo día que yo, siempre dice, al igual que digo yo, que le encanta cumplir años y le encanta celebrarlo y es que lo contrario, no cumplirlos, es algo que, de momento, no le interesa.
La vida pasa demasiado rápido, tempus fugit. A mí me cuesta creer que voy a cumplir tantos años, quizá porque me siento, y supongo que les pasará a muchos otros o a todo el mundo, como me sentía hace décadas.
El cuerpo cambia, la vida cambia, a veces es increíble la cantidad de acontecimientos que uno va viviendo a lo largo de los años, porque aún después de todo lo acontecido, en el interior de uno sigue viviendo aquel niño que fue, aquel joven. Y esto es lo que siento, que, en mi interior, sigue aquella niña, aquella joven que fui. Aquí siguen, conmigo, nunca desaparecieron.
Escribía Gioconda Belli que le intrigaba cómo el tiempo se introduce en los huesos, ella que fue hecha para ser siempre joven: Me intriga cómo el tiempo se introduce en los huesos / borda años sobre la piel con sus finas agujas. / Me pregunto cómo es que pronto tendré otro cumpleaños / yo que fui hecha para ser joven siempre / y no conozco cómo se aprende a ser vieja. Algo así siento yo.
Porque uno se va haciendo mayor de verdad y los números de las velas o del DNI le delatan, pero en el fondo no se siente así.
Lo que no elegimos
No todo el mundo le da la misma importancia a su cumpleaños. No sé cuán de importante es el día de tu cumpleaños para ti. Conozco personas que ni siquiera lo celebran, para ellos es un día más del calendario, sin ninguna importancia especial.
Para mí es todo lo contrario, quizá porque he sido y sigo siendo muy afortunada porque las personas que me quieren y me han querido se empeñan y se han empeñado en demostrármelo, y me lo manifiestan de manera especial el día de mi cumpleaños. Y es que una suerte sentirse querido en la vida porque es algo que no elegimos, nos lo tienen que regalar, no puede elegirse, no puede pedirse.
Cuando era niña, me encantaba el día de mi cumpleaños, llegar con mi bolsa de caramelos al colegio y repartirla entre todas mis compañeras de clase mientras aguantaba los tirones de orejas entre risas y felicitaciones. Tirones de orejas que ya siendo adulta aprendí que significan un deseo de larga vida y sabiduría por parte de quien te tira. Al regresar del colegio, en mi casa me esperaba siempre una fiesta con todas las personas que querían celebrar que yo estaba en este mundo: mis padres, tíos, primos, abuelos, y amigos y amigas de la familia de todas las edades.
Y supongo que de ahí viene el querer celebrar. Uno se acostumbra, como a tantas cosas en la vida, a celebrar y a agradecer, y presumo que, si no está acostumbrado, si no le enseñaron y después no lo aprendió, no formará parte de su vida.
Hay que celebrar
Los cumpleaños, como tantas otras celebraciones anuales nos recuerdan que el tiempo pasa y que nada es para siempre y por eso hay que celebrar, porque además llega un momento en que falta gente en la mesa, y lo que no se celebró no se recupera, nunca. Después, también hay que aprender a celebrar sin ellos.
Así que un año más, agradeceré las muestras de cariño de los y las que se alegran de que forme parte de su vida y celebraré todo lo que pueda con todos los que pueda, con los que están y con los que se fueron, que en realidad siguen estando.
Os dejo esta semana, me voy con todos los que quieran acompañarme a dar otra vuelta al sol.
Happy Birthday to me.