Opinión

Perelló y García Ortiz: otras dos Españas

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Aguardaba expectante la España yonqui de la información política el acto de apertura del Año Judicial, celebrado este viernes en el Tribunal Supremo, con la vista puesta en el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, y en la presidenta del Alto Tribunal y del Consejo General del Poder Judicial, Isabel Perelló. Ambos son progresistas y ambos han inaugurado capítulos inéditos en la Historia de España, si bien muy dispares: el uno es el primer fiscal general procesado de la Historia de España; la otra, la primera mujer que preside el TS y el CGPJ.

Casi todo el mundo ocupó su localidad en el convento de las Salesas Reales: el Rey de España, Felipe VI, atendiendo al fiscal general con rostro adusto y mirada escrutadora, como preguntándose: “¿Qué pinta aquí este tío?”; el ministro de Justicia, Félix Bolaños, celebrando secretamente el exitoso mantenimiento de un lacayo fidelísimo; fiscales y ropones –palabra made in Raúl del Pozo– intentando no palmarla de vergüenza ajena, y la honrada Perelló, sacando las uñas con inteligencia y elegancia por la independencia de la justicia y, por ende, por la democracia.

Casi todo el mundo ocupó su localidad, decía.

Subrayo el “casi” porque García Ortiz, quien arrancó señalando que “si estoy aquí como fiscal general del Estado es porque creo en la justicia y en las instituciones que la conforman”, demostraba con su mera presencia que, en realidad, no lo hace. “Plenamente consciente de las singulares circunstancias que mi intervención tiene en este acto”, continuó el monaguillo de Dolores Delgado de, no olvidemos, Garzón, tenso, sabiéndose despreciado por un buen puñado de colegas, pero triunfante, convencido, como Cela, de que quien resiste, gana. Y ahí sigue el hombre, tan imputado y tan fiscal general.

Subrayo el “casi”, decía, porque el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, escudándose, y no digo que sin razón, en la insolente situación y presencia de García Ortiz, dio plantón al Jefe del Estado y a los representantes de una de las tres patas imprescindibles de la democracia para inaugurar el curso parlamentario del PP en Madrid: “Es un bochorno, me alegro de no estar allí”. Y el rey Felipe y los ropones, con su pan se lo coman. El otro día, en El Hormiguero, el gran Arturo Pérez-Reverte dijo, si mal no recuerdo, que el gallego no era un buen jefe de la oposición, pero que podría ser mejor presidente del Ejecutivo. Visto lo visto, no lo tengo yo tan claro. Visto lo visto, Vox supera los 50 escaños y Sánchez vuelve a articular una mayoría inviable, sí, y tísica, sí, y lamentable, que sí, pero que le permita dormir en la Moncloa.

Por su parte, Perelló, a quien escuchó sin deber García Ortiz, y a quien no escuchó Feijóo debiendo, estuvo impecable. La presidenta del TS se ciscó en las “inoportunas y rechazables” descalificaciones a la Justicia “provenientes de los poderes públicos”: “Tal forma de proceder, además de contradecir la recomendación europea, socava de forma directa la confianza en la justicia, al tratar de influir negativamente en la consideración ciudadana de los jueces. Estas descalificaciones son impropias de un estado de Derecho avanzado”. Además, la catalana se refirió al proyecto de ley para reformar el acceso a la carrera judicial y fiscal y expresó que hay “reformas en tramitación que afectan directamente a la Carrera Judicial y generan legítima preocupación en la judicatura”. Valiente, sin cortarse, ante quienes las están perpetrando.

Perelló y García Ortiz actualizan el tópico de las dos Españas. Un tópico que, en este caso, va más allá de la ideología: la primera encarna la ejemplaridad, la honestidad y la independencia; el otro…, bueno, dejémoslo en que no tanto.