Leía hace unos días que han llegado a España las Silent Reading Parties, que en traducción literal al español serían las fiestas de lectura en silencio. La verdad es que, aunque se las denomine así, no son propiamente fiestas, sino encuentros de lectores que nacieron en 2009 en Seattle, en el bar del hotel Sorrento.
Su fundador fue Christopher Frizelle, y el objetivo de estas reuniones no era otro que el que su nombre indica: leer en silencio. Porque después de leer no se intercambiaban opiniones, no se analizaba una obra, no se indicaba qué obra había que leer en cada encuentro. Cada una de las personas que asistían tan sólo tenía que llegar con su libro, sentarse y comenzar a leer, eso sí, en silencio.
Con mucha más antigüedad que estas quedadas y con un objetivo distinto nacieron los clubs de lectura, y es que el club de lectura más antiguo del mundo es el Dalton Book Club, fundado en 1764 en Dalton, Reino Unido, que aún sigue celebrando sus reuniones mensuales. Desde entonces son miles los clubs de lectura en todo el mundo que siguen congregando a personas de toda condición para intercambiar pareceres sobre las lecturas que realizan.
Es cierto que se crea una atmósfera especial cuando estás leyendo junto a otras personas que también están leyendo, como si existiera una comunión silenciosa donde no es necesario que nadie hable con nadie. Puede que fuera simplemente sentir esta comunión, sin necesidad de compartir opiniones o debatir sobre las obras, la que buscaba el fundador de estas Silent Reading Parties cuando decidió ponerlas en marcha.
Hace unos días se hizo viral el vídeo de una influencer muy conocida en el ámbito de las redes sociales donde proclamaba que nadie es mejor por leer libros. Este no es un debate nuevo. Y la polémica volvió entre quienes apoyaban su discurso y aquellos que estaban en contra.
Yo estoy convencida, de que, en este mundo, grande como es, hay personas que leen libros que no son mejores que otras personas que no leen. No me atrevería a asegurar que sólo por el hecho de leer, esa persona es mejor que otra que no lee habitualmente. Pero sí creo, firmemente, que leer abre la mente a nuevas perspectivas y mundos que quizá en nuestras vidas, limitadas como están por el tiempo y tantas otras cosas (por ejemplo, el trabajo) no seríamos capaces de conocer.
En líneas generales, no considero a nadie moralmente superior por el simple hecho de leer libros, pero sí me da una idea de lo que le interesa en la vida. Y, curiosamente, a mí siempre me han resultado más interesantes las personas que tienen entre otros hábitos, el de la lectura.
Dijo Confucio «no importa lo ocupado que creas que estás, debes encontrar un hueco para la lectura, de lo contrario habrás escogido sumirte en la más absoluta ignorancia», aunque ha existido quien ha mirado el hábito de leer desde otra perspectiva, como por ejemplo Flaubert, que no pensaba que la lectura fuera simplemente un medio para el conocimiento: «No lean… lee para vivir».
Yo, que me inclino más por esta visión, también estoy con Borges, cuando dice que siempre imaginó que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca.
Y es que, sin querer seguir trayendo citas y más citas relacionadas con la lectura (que es toda una tentación), también estoy con Cicerón cuando dice que, si tienes un jardín y una biblioteca, tienes todo lo que necesitas.
Hace poco recibí un mensaje de una persona que se declaraba un mal lector. Como también le dije a él no creo que haya malos lectores, lo que pienso es que no todos los libros son para todo el mundo y si uno encadena libros que no le enganchan, uno detrás de otro, tiene muchas posibilidades de dejar de leer. No hay ningún problema por dejar un libro a medias. En algún lugar, donde menos se lo espera uno, puede encontrar aquel libro con esa historia que volverá a engancharle al hábito.
Así que no sé si las fiestas de lectura en silencio acaban de llegar a España o ahora es cuando empiezan a extenderse, pero estoy segura de que, si ayudan a que alguien que no lee de manera habitual vuelva a hacerlo, ganará la sociedad entera, y es que, como ya nos anunció Bradbury, para destruir una cultura no es necesario destruir los libros, sólo tienes que hacer que la gente deje de leerlos.