Decía Ángel González que “para vivir un año es necesario morirse muchas veces mucho”. A lo mejor no hay que exagerar tanto, pero es cierto que hay un desgaste que sufrimos todos. El paso del tiempo va haciendo mella. Creo que a eso se refiere el poeta. A veces resulta agotador afrontar los retos que se nos plantean, cuesta encararlos y seguir adelante.
Ahora que arranca 2025 pienso en el futuro. He de confesar que me da vértigo. Me ocurre siempre. En las cenas de Nochevieja se suele apostar más por los amigos que por la familia, uno come y bebe mucho. Se diferencia poco de otras fiestas salvo por el detalle de las doce uvas con las campanadas. Es el símbolo con el que reseteamos mientras flota en el ambiente la incertidumbre.
Tendremos que lanzarnos al vacío. Ya veremos si el balance sale, al final, positivo o negativo. Aunque, la verdad, nunca es fácil resumir un ejercicio. Pongámonos contables. Recuerdo aquel en el que nació mi hijo y murió mi madre. ¿En qué tabla de Excel lo situamos? Puedes llevar 364 días de maravilla y que todo se tuerza en el último minuto. O al revés.
Creo que para hacer el cómputo hay que tratar de sumar los recuerdos que nos llenan. Así se destierra la melancolía. Y para evitar la frustración convendría eliminar la lista de buenos propósitos. Voy a apuntarme al gimnasio, a un curso de inglés, tengo que dejar de fumar, adelgazar… Esto último se desmorona bien pronto con un mordisco al Roscón de Reyes que no le hace daño a nadie. Nos planteamos demasiadas tareas. Para alcanzar una meta hace falta constancia y ese atributo está reñido con las prisas.
Yo prefiero ir con calma y para eso hace falta una nueva agenda. Es un momento muy especial para una obsesa del material de papelería. Siempre he mimado mi elección porque es un cuaderno que me acompañará durante meses. No puede ser soso. Me gusta más llamativo y con el tamaño justo para que quepa en el bolso. Uno debe disfrutar a la hora de abrirlo y apuntar lo que viene. Es verdad que se dedica a las cuestiones de trabajo o gestiones pendientes, pero reside cierto placer en fijar una comida con una amiga o ir al teatro. Son alicientes.
Poca gente se imagina lo angustioso que es tener las hojas en blanco. Yo he llegado a echar de menos registrar cualquier aspecto profesional o de ocio. Sólo apuntaba citas médicas y estaba deseando que se llenara de vida. Ese calendario lo guardo para compararlo con lo que tengo y quejarme menos.
Por eso la compra de la agenda se ha convertido en un ritual y se suma a otro de mis clásicos: dar un paseo por el barrio al que pertenezco. Hay que volver a los orígenes. Sobre todo cuando se navega entre dos aguas, en esta noche en la que se van a unir lo viejo y el porvenir. Sirve para mirar con perspectiva. Recuerdo lo que me costaba llegar a una calle porque las distancias me parecían enormes y el mundo comenzaba una manzana más allá de donde nos permitían ir con la bici.
Si yo fuera coach o un gran autor hablaría de disfrutar el aquí y el ahora. También del Carpe Diem que entona Robin Williams en El club de los poetas muertos. Sé que la gente pide salud, dinero y amor. Seamos conscientes de que sin lo primero no hay nada del resto. Yo prefiero atravesar de puntillas la puerta, sin hacer mucho ruido, pidiendo que nadie se fije en mí y que no haya sobresaltos. Quiero que sea lo más normal posible.
Me quedo con Miguel D´Ors y su 1 de enero. El mirlo amanece cantando la misma partitura de siempre y le menosprecia por no haber reparado en la fecha y concederle, por tanto, un rango especial. Luego, sin embargo, se da cuenta de que el tonto es él que desconoce lo que sí sabe el pájaro: “Que todas las mañanas comienza un año nuevo y cada día es algo de verdad extraordinario”.