Era su tercer embarazo. Tenía que seguir por su bebé. Pero el cerebro la traicionaba. ¿Merecía la pena traerlo a este mundo? Miraba por la ventana desde el cuartel y calibraba la caída. ¿Y si lo hacía? Un paso atrás.
Su marido fue la voz que le hizo priorizar su vida real a la del Ejército. Testigo de cuchillas desmontadas en el baño, “como en las películas, pero solo consigues hacerte heridas”. De quitarle un cuchillo apuntando a las venas. De los puñetazos a las paredes. De sus ataques de ira. ¿Por qué solo le pasaba en casa? “Los médicos me dijeron que en cuartel me sentía acorralada y me dominaba. Pero en casa podía ser yo misma”.
Esa era ella misma.
Deborah (prefiere no dar su apellido) entró en el Ejército en 2009. “Yo veía a las Fuerzas Armadas como a la Iglesia. No compro todo el mensaje del catolicismo, pero creo en sus valores“. Apenas tres años después de su ingreso en la Academia de Zaragoza, empezó un curso de formación en Barcelona.
Nada le hizo pensar que rellenar ese formulario terminaría nueve años después con un expediente psicofísico que la catalogaría como “incapacitada” para el Ejército.
“Yo era muy negada para aprender cosas de informática, así que suspendí el primer examen”, cuenta a Artículo14. “Mi profesor era brigada, y me llamó a su despacho”. Deborah no entendió porque giró la llave. Cuando le dio “una palmada en el culo” antes de empezar con las clases particulares, ya sí. Le dijo que fuera a la pizarra y la empezó a manosear. “Me puse a llorar, le pedí que me dejara ir”.
Se lo contó a un amigo, que se solidarizó con ella y dijo que él también quería clases particulares para que no estuviera sola. Algunos otros también. “Se acercó a mí y me dijo que fuera la última vez que yo informaba lo que pasaba entre nosotros. Durante el café, presumía de las mujeres con las que se acostaba”.
Afirma que la amenazaba en público. “A ti no te van a renovar, vas a suspender, vas a perder tu trabajo. Los compañeros no entendían. Me intentaba minar moralmente. Sólo pensar que tenía que dar clases con él me daban crisis”.

El paréntesis de un mes en verano no le sirvió para olvidar. Intentó provocarse una gastroenteritis a base de beberse dos vasos enteros de aceite puro. “Lástima que tengo un estómago de hierro”.
Afirma que era un curso muy caro, y que les presionaban para que aprobaran. “No quería defraudar”. Pero el silencio no fue una opción. Era un horario de lunes a viernes, con el descanso del fin de semana, pero por motivos económicos no siempre podía volver a refugiarse en su casa.
Se lo contó a la capitán del cuartel de Zaragoza. “Me dijo que no podía seguir así, que daría parte”.
La reunieron con el capitán jefe de la unidad, pero asegura que fue peor. “¿Qué hiciste? ¿No te sabes defender?”, dice que le preguntaba. ” Yo estaba pasando un calvario, no sabía cómo defenderme. La reunión sólo sirvió para asustarme más”.
“Yo no estaba fuerte psicológicamente”
No estaba fuerte psicológicamente. Su padre había muerto hacía un año y estaba en proceso de separación de su primer marido.
La promesa del capitán jefe de la unidad de que no la dejaría sola en la siguiente revisión la tranquilizó. Pero luego no fue así. Se volvió a quedar sola con él. “Desenchufó el ordenador y me dijo: en este momento puedes aprobar. O puedo dar marcha atrás dos meses y darte por suspendido el curso”. Se volvió a quedar paralizada. Y volvió a no poderse defender. Esta vez el manoseo fue peor.
Un compañero de Deborah le daba clases a escondidas, para no tener que verse a solas con él. “Aprobaba los exámenes, y entonces los demás pensaban que me estaba acostando con él, y me hicieron bullying. Fue horrible”.
Ella no fue la única. Cuenta que una vez, se unió a un café con otra compañera de la unidad. Deborah se fue, pero él empezó a beber y la otra chica lo llevo a su casa. “Lo intentó pero ella sí se supo defender, tenía más carácter”.
“La juez quería corroborar que no era una denuncia falsa”
Y en ese momento supo que ya había que dar otro paso al frente. Recurriría a la Justicia Militar. Una capitán y un subteniente redactaron su denuncia. “Una juez togado de Zaragoza me llamó, y me dijo que le hablara para corroborar que no es una denuncia falsa. Me creyó. Y dio ella parte”.
El caso de Deborah terminó en el togado militar de Barcelona, a través de una denuncia interpuesta por la fiscalía castrense. Y prosperó, además porque el brigada tenía antecedentes. “Se le condenó por abuso de autoridad, porque en aquel entonces no había condenas por abuso sexual” (2014). Se abrió una investigación contra el capitán jefe de la unidad por encubrimiento. “Me pidieron que les hablara de él pero no lo hice. Tampoco quise machacarle la vida”.
Regresó a Zaragoza, donde tuvo una hija de su nuevo marido, tras el divorcio. Pero el AVE entre una ciudad y otra no la alejó del problema, se lo trajo con ella. Porque, explica, el subteniente del cuartel era amigo del brigada.
También se dio la situación de que un teniente coronel que apoyó al brigada durante el curso en Barcelona, posteriormente, ascendió a coronel y fue destinado también al cuartel de “San Fernando” en Zaragoza. ¿Cómo puede, un jefe que permitió todo y, además, no me apoyó, ser el jefe “supremo” por decirlo de alguna manera , de un cuartel y, además, en una ciudad diferente coincidiendo con la víctima?”, se pregunta Deborah.
Volvió a quedarse embarazada al poco tiempo de nacer su hija. Un embarazo de riesgo. “Me enteré de que lo estaba porque me caí por las escaleras por el mareo y me llevaron a urgencias”.
El acoso paralelo en Zaragoza
En aquella época, salió la sentencia por la que le correspondió una indemnización. “Por 2.000 euros también me dejo tocar el culo”, cuenta que le decían. Pidió renunciar al dinero pero le dijeron que no.
“Me boicotearon los ascensos. Me quitaban el ratón para que no pudiera estudiar el curso de cabo. Embarazada de cinco meses me quitaron una rueda de la silla y casi me caigo al suelo”.
Seguía con la lactancia, y los médicos le recomendaron no hacer trabajos forzados. “Me metieron en el pelotón de día, que es el más duro que hay. Nadie iba a tomar café conmigo. Las personas que no se posicionaban contra mí acababan marginadas. Trabajos de fuerza sola durante el embarazo”, relata.
“A veces fantaseaba con suicidarme en el cuartel para que todo el mundo fuera testigo de mi sufrimiento”.
En 2018 se acogió a una baja. Denunció ante la UPA y lamenta, como tantos testimonios a los que ha tenido acceso Artículo14: “No sirvió para nada”.
Un expediente psicofísico militar final resolvió “trastorno ansioso-depresivo cronificado”. Lo que significa: “incapacitada para el Ejército”.
Años después, ya fuera de todo, Deborah ha querido hablar con la finalidad de que su testimonio sirva para ayudar a otros militares, que hayan pasado por su situación. “Falla la captación. Deberían hacer un análisis psicológico más a fondo, porque es un sistema basado en la jerarquía. Cuando entramos nos dicen que tenemos que ser los mejores ciudadanos para dar ejemplo. Pues entonces seamos leales con la humanidad”.