Nadie quiere ver a su hijo convertido en acosador. Ningún padre espera la llamada del colegio o instituto para informarle de su intolerable actitud: dirige comentarios despectivos a un compañero, le excluye y se comporta de manera grosera. La probabilidad es alta. Según el último informe de Bullying Sin Fronteras, en España se producen 300.000 casos anuales en acoso y ciberacoso.
A medida que aumenta la edad, el acoso se amplía a amenazas como la publicación de información falsa o dañina y difusión de imágenes íntimas, entre otras prácticas, con una sensación de impunidad cada vez mayor, según apunta la Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar (AEPAE).
La posibilidad de que el “monstruo” esté en nuestra casa puede ser más alta de lo que queremos creer. Aceptarlo exigiría una reflexión que no siempre se da: ¿Qué hicimos mal? La violencia responde a un patrón aprendido y, en la mayoría de los casos, los acosadores replican lo que ven. En lugar de acatar esta verdad ante una agresión física o verbal, los progenitores responden con incredulidad o tratan de zanjarlo como algo insignificante y trivial. “Cosa de niños”, repiten.
Estamos cansados de ver en los medios de comunicación cómo justifican el acoso alegando que no hubo intención, que fue un malentendido o que se vio forzado a defenderse. En las situaciones más dramáticas, se culpabiliza a la víctima, sugiriendo que el dolor físico o emocional es más una sensación subjetiva por la sensibilidad de la persona agredida que un acoso real.
Cuesta adoptar una actitud cabal porque, a menudo, ocurre que el acosador es una figura cocinada a fuego lento en el hogar. Es, por tanto, un niño o adolescente con su propia fragilidad, a pesar de la ligereza con la que tendemos a etiquetar al acosador o a echar balones fuera: la calle, la sociedad, la falta de referentes en los centros escolares, los contenidos violentos, el abuso de las pantallas… Todo eso es cierto, pero hagamos un ejercicio de honestidad. ¿Agarras bruscamente a tu hijo del brazo? ¿Le miras desafiante? Si tienes un mal día, ¿lo pagas de algún modo con él? ¿Pones suficiente cariño en su cuidado o tomas la crianza como un juego de poder?

José Luis Canales, autor de Padres tóxicos, resume la crianza en dos funciones principales: “Dar amor a los hijos y formarlos para la vida”. Parece simple, pero hay muchos gestos cotidianos, aunque no seamos conscientes, que pueden ser la forja de un acosador.
1. De padres chismosos, hijos chismosos
Sandra, una profesora de 4º de Primaria se asombraba de la habilidad de una de sus alumnas para formar corrillo y susurrar secretos al oído de sus compañeras. Después de afearle el gesto varias veces, vio a su madre en la puerta de colegio haciendo algo similar. Vio en ella los mismos ojos de emoción que la niña cuando chismorrea, idéntica sonrisa maliciosa, los mismos aspavientos con la mano mientras se explaya en los detalles mirando de reojo a su víctima. Ese día entendió que la niña lleva este arte nada cándido aprendido desde casa.
2. De padres fríos, hijos fríos
¿Cómo esperar que un niño se comporte de forma cariñosa con sus compañeros si en casa no se estilan las muestras de afecto ni las palabras de amor? Sentirlo no es suficiente, hay que demostrarlo verbalmente, con gestos o con espacios compartidos. También en pareja, entre hermanos y otros familiares. Es una manera de mostrar que cada uno de ellos importa y la semilla del respeto hacia el resto de las personas de su entorno, caigan bien o mal.
3. De padres negativos, hijos negativos
Si eres de los que refunfuñas hasta por la tostada que, como en la ley de Murphy, cayó del lado de la mantequilla, tu prole caminará por la vida pensando que, si algo puede salir mal, saldrá aún peor. Ver a los padres rendidos solo les hará sentirse impotentes y querrán recuperar ese poder fuera del hogar. ¿De qué manera? Mostrándose bravucones, desafiando al otro, importunando. En este sentido, el psicólogo Javier Urra, tiene una descripción del perfil: “Chicos normalmente fuertes físicamente que se saben no queridos, pero que quieren ser respetados desde el miedo; tienen capacidad de liderazgo para juntar a tres o cuatro que le apoyan. A partir de ahí imponen la ley mafiosa del miedo. Buscan a alguien que no sepa defenderse para ridiculizarle o vejarle”.
4. De padres ansiosos, hijos ansiosos
En Artículo 14 ya hablamos ampliamente de ello. Hay padres que, en lugar de disfrutar de la crianza, viven saturados por el exceso de expectativas que ponen sobre sus hijos. No les basta con que jueguen al fútbol, aprendan karate y toquen el violín… ¡Tienen que ser los mejores! El resultado es un padre de estresado, frustrado, iracundo y agresivo. Y de tal palo, un hijo que copiará en el colegio ese mismo patrón.
5. De padres impulsivos, hijos impulsivos
“Mi hijo reacciona con mucha ira y es muy impulsivo”. Es la excusa más común. ¿Vieron prudencia, paciencia o calma en casa, en el coche o durante las vacaciones? ¿O los padres se desgañitan ante el mínimo contratiempo? Es verdad que cada hijo desarrolla su propia personalidad, pero los valores y habilidades arraigan con el peso del ejemplo y del tiempo. Nadie quiere que a su hijo le cuelguen el sambenito de acosador y nadie quiere que a su padre le tachen de violento. La fórmula entonces es muy elemental: sé esa persona que tu hijo quiere ver en ti, para que él pueda ser la persona que tú quieres ver en él.